• Revista Nº 149
  • Por Paz Arrese Ortiz

Dossier

Alejandro Zambra: “No escribo para salir en ninguna foto”

Interpelado aquí como cabeza de serie de su generación, apelativo que no comparte, el autor chileno habla de su vida actual en México y se adentra en disquisiciones sobre el rol de los escritores de hoy. Por correo electrónico responde las interrogantes con la claridad de quien tiene cimentado un camino en el oficio de escribir, sin dar espacio a las contrapreguntas.

“Alejandro Zambra Infantas nació en Santiago en 1975. Es autor de  Bahía inútil (1998), Mudanza (2003), Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), No leer (2010), Formas de volver acasa (2011) y Mis documentos (2013). Sus novelas han sido traducidas a once idiomas y algunos de sus relatos han aparecido en revistas como Quimera, Letras Libres, Piauí, The New Yorker, The Paris Review, McSweeney’s y Zoetrope. Estudió Literatura en la Universidad de Chile. Actualmente es profesor en la Universidad Diego Portales”. Biografía de solapa en Facsímil, transcripción fiel.

Hoy, la última línea de este perfil debiera decir: Actualmente vive en México, donde continúa escribiendo y editando (con la meticulosidad de un jardinero japonés) sus próximas publicaciones. El paréntesis es nuestro.

Este año Ediciones UDP publicará Tema libre, libro bautizado previamente como Cementerios personales. Una compilación de ensayos que viene trabajando desde hace un par de años y que recoge el nombre de una de sus cátedras universitarias. Durante los próximos meses, editorial Anagrama reeditará No leer, publicación de crónicas y ensayos breves. Desde Ciudad de México, y por correo electrónico, Alejandro Zambra responde las preguntas enviadas para este dossier.

ESCRITURA DE AZOTEA

“Vivo acá hace un año, estoy tratando de aprender el idioma… Aclaro que vivo acá porque me enamoré de una mexicana y decidimos que era mejor, por motivos variados y domésticos, para nada literarios, vivir acá. Igual tengo la suerte de que aquí viven algunos grandes amigos. Es un momento nuevo, porque antes viví fuera de Chile, pero es la primera vez que no tengo pasaje de vuelta. No tengo idea de si voy a volver o no. Y si vuelvo no será solo, eso está claro. Nuestra idea es ir todos los años, sigo ligado a la Universidad Diego Portales, este año pasaremos un mes y medio allá. Extraño a mis amigos, por supuesto que sí”, escribe Alejandro Zambra.

Se explaya un poco más y explica que actualmente no tiene una rutina de escritor. “Puertas adentro es un tiempo hermoso, tengo un hijo de tres meses, trato de estar con él la mayor parte del tiempo. Igual escribo, en un cuartito que tenemos en la azotea, dos o tres horas diarias. Y leo harto, pero con el niño en el baby carrier, caminando por la casa. Sigo leyendo mucha más poesía y ensayo, sobre todo ensayo, que novela. En realidad, me cuesta leer novelas, interesarme realmente por una novela. Y se supone que escribo novelas”.

—¿Cómo se sitúa en este encuadre la autoficción? En su caso, su biografía está tan patente en cada uno de sus libros.

—El concepto de “autoficción” es bastante preciso, pero se aplica al tuntún. Y nunca a la poesía, por ejemplo. A mí, que vengo de la poesía, me parece natural hablar en primera persona. Pero no creo, para nada, en el relato final, definitivo. La biografía es, por supuesto, una pregunta. Todos los libros son libros del desasosiego. Bonsái y La vida privada de los árboles son tanto o más “autoficcionales” que Formas de volver a casa, pero cuando se publicaron, como están escritas en tercera persona, nadie o casi nadie habló de autoficción.

—¿Qué significa Facsímil (2014) en su carrera?

—Creo que ese libro me cambió mucho, o más bien, yo cambié un montón mientras escribía ese libro. Solo puedo decirlo así, de forma medio críptica, porque tampoco entiendo bien lo que quiero decir. Es una tensión, más bien. Con ese libro pasó de todo y sigue pasando. Se armaron discusiones bacanas, significativas. Fue alabado y repudiado. Pasó todo lo que uno quiere que pase con un libro. Inmediatamente después  de publicarlo escribí dos relatos parecidos a Facsímil, uno se llamaba Informe de personalidad y otro Hoja de respuestas, pero ninguno de los dos me resultó. Ahora me gustan los títulos no más, pero supongo que algo quedará de ellos, más adelante. Y luego empecé otros proyectos, simultáneamente. Son tres textos que pensé que se entremezclarían, pero siguen siendo tres. Llevo ya varios años en eso y quiero terminar y ver si los publico o no, pero, aunque acelero, cada libro impone su ritmo. Igual estoy –creo– ya empezando a terminarlos.

Lectura social.

Lectura social.

Alejandro Zambra ha sido traducido a 11 idiomas. El paisaje social presente en sus novelas, que encierra aspectos como la infancia de su generación en los 80, o el surgimiento de la clase media, lo han convertido en un ícono literario con el que él no se identifica. Fotografía Mabel Maldonado.

ESCRITOR CABEZÓN

Alejandro Zambra decide no responder por teléfono a una segunda parte de esta entrevista. Aun así –e interpelado aquí como cabeza de serie de su generación– decide contestar por mail parte de las preguntas planteadas sobre el papel que tienen hoy los escritores en Chile. Aclara, eso sí, que el apelativo no lo representa. “Aunque es verdad que soy medio cabezón”, agrega.

—Hace 40 años los escritores movían masas con discursos incendiarios. ¿Qué pasa en la actualidad? —La Literatura no es una competencia, lamentablemente hoy todo se juzga en función de supuestos liderazgos y logros, pero es una perspectiva de análisis aburrida, limitada, equívoca. Y yo no me siento obligado a escribir nada. Si quiero lo dejo, no escribo más o no publico más. En cuanto a la premisa que mencionas, me parece resbalosa. No la entiendo mucho, creo que es demasiado romántica. Incluso para mí, que soy romántico, es demasiado romántica. Creo que corresponde a una idealización y que se refiere más a la figura (idealizada) del “intelectual” que a la del escritor.

—¿Cuál es la relevancia que tienen los escritores en el Chile de hoy?

—Creo que es un lugar importante y más o menos invisible. Formamos parte de varias comunidades. La gran mayoría de los escritores no trabajamos de escritores, formamos parte de al menos dos comunidades, a veces de cuatro, de cinco. Casi nadie se dedica exclusivamente a escribir, lo que por supuesto es lamentable, pero esa constante salida a terreno vitaliza y alegra la escritura. La parte de mi experiencia que podría considerar puramente “literaria” es más bien escasa, mientras que la parte relacionada con mi trabajo como profesor es abundante. Hay muchos escritores dando clases, por ejemplo, eso me parece de suma importancia. Ser profesor es muchísimo más relevante que ser escritor o que escribir columnas en la prensa. Cualquier clase de un profesor es infinitamente más influyente que el vargaslloseo dominical.

—La permanencia de los escritores en los medios de comunicación es algo que se mantiene.

—Yo tengo una relación compleja con la prensa, he entrado y salido varias veces. Al principio era para mí una posibilidad laboral, una de las pocas. Cuando terminé Literatura en la Chile era súper optimista y creía que podía y sabía hacer de todo: pensaba que podía dar clases, editar libros, escribir en la prensa, etcétera. Muy pronto descubrí que, salvo un poquitito de latín y de morfosintaxis, no sabía nada. Y ahí recién empecé a aprender. Tuve suerte, trabajé como loco, pero también tuve suerte. Los años de crítico literario fueron un aprendizaje tremendo, un baño de humildad, como se dice. Lo dejé porque una parte de mí ya no soportaba el lugar incómodo de la autoridad, y también porque descubrí que a otra parte de mí empezaba a gustarle el poder, empezaba a acostumbrarse. Ahora pienso que advertí, en el espejo, señales de inminente corrupción, y por eso decidí destituirme… Luego escribí en El Mercurio, absolutamente en otro plan; podía elegir los libros de los que hablaba, ya no iba de crítico-evaluador, ya no estaba obligado a dominar el panorama o a carrilearme con un canon.

De ahí me fui porque cambiaron a la editora y ya no encontraba interlocución, aunque mi presunto heroísmo era reversible, tenía un precio, bastante módico creía yo, y así se lo planteé a la nueva editora, quien me dijo que no podían pagarme más, pero al día siguiente ya tenía a otro columnista al que le pagaba como sesenta lucas más que a mí… Luego escribí en La Tercera y ahí fui por momentos feliz, pensé que me quedaría muchos años con esa columna cada domingo, pero luego, más bien pronto, quise dejarlo, y la verdad no lo extraño nada.

Extraño a mis editores, me gustaban esas largas charlas telefónicas para cambiar un adjetivo, el vértigo de la hora  del cierre, todo eso. Escribir en prensa genera poderosas ilusiones de contacto y de productividad. Era fácil engañarse, pero la verdad es que, de diez columnas que escribía, apenas una, en el mejor de los casos dos, me parecían realmente buenas, y aceptar eso tiene su encanto, el encanto de la honestidad, pero igual, finalmente, es fome y tristísimo. No hay tanto tiempo como para perderlo escribiendo mal. A veces me digo esto: ya escribí mal muchas veces, muchos años, ahora me toca escribir bien. Ya estoy viejo, tengo 42 años, ahora quiero poner ahí, en el libro, unas pocas palabras necesarias. Unas pocas palabras verdaderas, como decía Jorge Teillier. Intentarlo. En eso estoy.

—¿Es posible que las masas de los años 60 estén hoy en los followers de las redes sociales? ¿Cuál es su relación con los 140 caracteres?

—No creo. En Twitter todos son escritores, esa es la  gracia y la desgracia. Twitter es tan territorio de Margaret Atwood como de Donald Trump. Con las redes sociales me relaciono de forma inconstante. Las uso para informarme pero no posteo mucho y me carga el autobombo, aunque he incurrido en él ocasionalmente, porque a veces uno anda deprimido. Me salí de Twitter varios años y ahora volví, un poco por nostalgia de Chile. Las redes sociales construyen una sensación de proximidad que es bien falsa, pero que igual, a veces, me gusta o necesito.

—¿Qué lugar ocupan hoy los escritores en el debate de las llamadas grandes ideas?

—Me pides que adopte una posición imposible, como de sociólogo. Puedo jugar a eso. Hay escritores en todas partes diciendo genialidades o huevadas. En la prensa, en la tele, en las redes sociales. Y también hay escritores en lugares menos visibles diciendo cosas valiosas y probablemente  nadie o casi nadie los escucha. Por otra parte, a quién le importa lo que digan los escritores, la verdad. Quizás solamente a otros escritores. Por ejemplo, lo que yo pienso sobre el aborto es quizás lo que la mayoría  de  los  escritores  chilenos  piensa sobre el aborto: que no basta con las tres causales; que el aborto es un derecho y debe ser libre, seguro, gratuito y legal. Es decir, lo que yo pienso sobre el aborto es harto distinto de lo que piensa el rector de la Universidad Católica. Entonces voy y aprovecho de decirlo, por ejemplo, en esta entrevista para la revista de la Universidad Católica. Pongamos que tú piensas si incluir o no mi respuesta y finalmente decides incluirla. Ahora el dilema es del editor, y el editor decide algo muy sabio: decide consultarlo con la almohada. Ni siquiera estoy pensando en la más que probable censura. Pongamos que no hubiera censura; pongamos que tanto tú como tu editor como el editor de tu editor, después de consultarlo con sus respectivas almohadas, decidieron incluir esta respuesta mía, ya sea por convicción o por  capricho o de puro osados o porque quieren demostrar que la Revista Universitaria es pluralista o por el motivo que sea. Pongamos que, por así decirlo, se la juegan. Y se publica y qué pasa: nada. Porque a poquísima gente le importa lo que yo, como escritor, diga, lo que cualquier escritor diga; si dijera lo mismo el cantante Lucho Jara o el protagonista de un reality o  el canciller Ampuero, importaría bastante más. Al rector le va a parecer un poco mala onda que en la revista de la universidad se hable de esto, pero se le va a olvidar altiro, a la media hora. Y por supuesto no va a echar a nadie. Y ya está, asunto archivado.

Alejandro Zambra prolonga su respuesta. Relata que una vez publicó una columna en el diario La Tercera titulada “Actualidad de Hamlet”: “Seguro que nadie la leyó. Ilusamente pensé que no la publicarían y me equivoqué. Al editor de cultura le gustó, su opinión no era, por supuesto, muy distinta de la mía. Se publicó y no pasó nada, no le molestó a nadie. Porque los escritores, los –ejem– “artistas” podemos decir prácticamente cualquier cosa y a nadie le importa, lo encuentran hasta gracioso. ´Me pagan por rebelde´, dice la canción de Jorge González. Ese lugar, el del fool, el del loquito irreverente, bien pronto apesta, se vuelve penoso, rutinario, y es mejor dedicarse a escribir libros, creo yo, tiene muchísimo más sentido. Sobre todo si realmente no andas detrás del poder. Yo nunca tendría un cargo en ningún gobierno, no sería agregado cultural en ninguna parte, no escribo para salir en ninguna foto”