carretera caída con autos volcados producto de un terremoto
  • Revista Nº 152
  • Por Alondra Chamorro

Dossier

Chile: una historia marcada por la adversidad

En un país con una inestable geografía, las infraestructuras críticas son redes y sistemas emplazados espacialmente que se ven expuestas a múltiples amenazas de origen natural. Por ello, es necesario comprender su nivel de riesgo y cuán resistentes son ante diversos eventos. Internacionalmente ha habido un cambio importante, donde se ha transitado paulatinamente de la gestión de la emergencia a la de la resiliencia.

Puede definirse infraestructura crítica como todos aquellos sistemas, activos, instalaciones y redes que proveen servicios esenciales requeridos para la seguridad, estabilidad económica, prosperidad y salud de una nación (Critical 5, 2014). En la mayoría de los planes nacionales estos son: agua, energía, telecomunicaciones, infraestructura de transporte y sistemas que proveen servicios públicos. Entre ellos, los más comunes son salud y educación. Un aspecto fundamental para definir estas construcciones en un país es que deben estar alineadas con su estrategia nacional. Su relevancia no solo se debe a su tipo de uso o función, sino que al valor que tienen, siendo el principal activo de una nación. Además, son redes de sistemas complejos e interdependientes. Su interacción se complejiza a mayor densidad y demanda de los servicios que proveen, como es el caso urbano.

GESTIÓN DEL RIESGO

Dado que las infraestructuras críticas son redes emplazadas espacialmente en el territorio de un país, estas se ven expuestas a múltiples amenazas de origen natural. Por ello, es necesario comprender su nivel de riesgo y cuán resilientes son ante diversos eventos.

Dado que no existe un margen de acción para evitar que se produzcan ciertos desastres naturales, es fundamental conocer sus efectos en la infraestructura para lograr mitigarlos previo a su ocurrencia.

El riesgo de pérdida de funcionalidad de un sistema crítico, dada la potencial amenaza de un evento natural en un determinado sitio, puede estimarse si se conoce la vulnerabilidad de la infraestructura afecta, considerando su fragilidad y nivel de exposición. Para ello es fundamental comprender la función que cumple, considerando también a los usuarios y, en general, a la población que de alguna forma se beneficia de ella, lo que agrega complejidad al análisis.

Puente Amolanas.

Puente Amolanas.

Imagen panorámica de esta construcción, ubicada en el tramo La Serena-Los Vilos de la ruta 5 Norte. Este puente se caracteriza por ser el más alto del país. Posee también un sistema de protección sísmica, formado por apoyos deslizantes sobre las cepas y amortiguadores viscoelásticos en los estribos que actúan longitudinalmente absorbiendo las vibraciones sísmicas. Obra ejecutada por VSL, filial de Echeverría Izquierdo. Fotografía Echevarría Izquierdo y Archivo fotográfico de la CCHC, 2001.

PREVENIR EN VEZ DE REPARAR

Si bien la resiliencia es un concepto que proviene de las ciencias naturales y las ciencias sociales, este también se aplica a la infraestructura.

La Comisión para la Resiliencia ante Desastres Naturales (Creden) entregó a la Presidenta de la República el año 2016 un documento que propone la siguiente definición de resiliencia: “es la capacidad de un sistema, persona, comunidad   o país, expuestos a una amenaza de origen natural, para resistir, absorber, anticiparse, adaptarse y recuperarse de sus efectos de manera oportuna y eficaz. Esto permitiría lograr la preservación, restauración y mejoramiento de sus estructuras, funciones básicas e identidad” (Creden, 2016).

Gestionar para la emergencia, es decir, después de ocurrido un evento extremo, genera costos sociales y productivos importantes para un país. Esto debido a la interrupción de los servicios, sumado al sobrecosto por inversión en reposición, el cual puede ser considerablemente mayor en el largo plazo a aquella por mitigación. Es por eso que, internacionalmente ha habido un cambio importante en cuanto a la gestión del riesgo de desastres, donde se ha transitado paulatinamente de la gestión de la emergencia a la gestión de la resiliencia.

Prueba de ello es lo establecido por el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, el cual establece: “Es urgente y fundamental prever el riesgo de desastres, planificar medidas y reducirlo para proteger de manera más eficaz a las personas, las comunidades y los países, sus medios de subsistencia, su salud, su patrimonio cultural, sus activos socioeconómicos y sus ecosistemas, reforzando así su resiliencia” (Naciones Unidas, 2015).

En términos generales, en Chile hemos sido bastante efectivos en el momento de la emergencia y de la restauración de los servicios, una vez ocurrido un evento de origen natural. Esto gracias a la experiencia del pasado y, en parte, al diseño de nuestra infraestructura, en particular frente a una amenaza sísmica. Sin embargo, muchas obras no incorporan en su diseño el efecto de amenazas de origen natural con la intensidad que se están presentando en la actualidad, como es el caso de eventos hidrometeorológicos extremos, provocados en gran medida por el cambio climático. Existe una tendencia internacional a revisar y adaptar los diseños considerando fenómenos que originalmente no estaban contemplados. Asimismo, para la infraestructura existente, en diversos países se están evaluando e implementando medidas de mitigación que permitan adaptar su infraestructura, haciéndola más resiliente.

Actualmente,  se  están  realizando  esfuerzos  importantes en Chile, desde la academia y con apoyo del Estado, para estudiar el riesgo y la capacidad de resistencia de nuestra infraestructura crítica. Este es el caso del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (Cigiden), financiado por Fondap de  Conicyt y  liderado  por la Universidad Católica, la Universidad Católica del Norte, la Universidad Técnica Federico Santa María y la Universidad Andrés Bello. Sin embargo, para que seamos efectivos debemos integrar en distintos ámbitos la gestión del riesgo y resiliencia, como una necesidad fundamental del país. De esta manera, podremos asignar recursos oportuna y eficazmente, reduciendo los impactos socioeconómicos de los eventos.

El desarrollo de herramientas técnicas y legales, que apoyen la toma de decisiones de inversión en mitigación para prevenir y reducir las consecuencias previo a un evento, sería una medida para lograrlo. Para justificar lo anterior es clave incorporar en el sistema nacional de inversiones el riesgo ante desastres naturales. Ya se han podido observar ejemplos en el diseño    y construcción de infraestructura hospitalaria con aislación sísmica. Es de esperar que, con una metodología de evaluación social que considere los beneficios sociales de invertir en resiliencia, medidas como esta puedan implementarse a otras infraestructuras críticas.


Un paradigma de resilencia.

Muchas obras no incorporan en su diseño el efecto de amenazas de origen natural, con la intensidad que se están
presentando en la actualidad. Aquí se muestra un ejemplo de borde costero resiliente, diseñado después del terremoto del 27F. En este caso se observa que las barreras naturales o zonas de mitigación pueden ser de extrema utilidad en caso de tsunamis. La intervención de los recursos del paisaje (las dunas o la vegetación) así como la edificación de infraestructura “dura”, como rompeolas o muros de contención, generan una primera barrera de resistencia ante una catástrofe natural (Fuente: Hans P. Intveen Pérez, “Borde costero resiliente: aprendizaje post-27F para el norte grande de Chile”, Procesos Urbanos, número 3, página 33, 2016).

 

DESAFÍOS PARA UNA INFRAESTRUCTURA CRÍTICA RESILIENTE

El primer gran reto es conocer cuál es el nivel de riesgo de la infraestructura crítica. Para ello, debemos responder algunas preguntas fundamentales como: ¿Cuál es la infraestructura crítica del país y cómo se compone?  En esto tienen un rol clave las obras públicas, aquellas en asociación público-privada que son concesionadas y las empresas de servicios básicos. Es importante reconocer y entender la interdependencia entre ellas, para garantizar la robustez de los sistemas críticos.

También debemos saber qué amenazas existen y cómo afectan este ámbito.

En cuanto al servicio actual y esperado de las construcciones, considerando los efectos de un evento extremo, debemos definir qué entendemos por nivel de servicio para los distintos tipos de infraestructura crítica.

Por otro lado, ¿sabemos realmente cuál es la probabilidad de daño que puede llegar a generar cierto evento en nuestros sistemas de infraestructura crítica?

Si bien estamos trabajando como país en generar el conocimiento requerido para responder estas preguntas, mediante un trabajo colaborativo de distintas instituciones y disciplinas, son cuestionamientos que todavía no conocemos por completo.

El segundo desafío importante es la estrategia de inversión en resiliencia, algunas interrogantes que podrían formularse  para  ello  son:  ¿Cómo  y  cuánto invertir  en resiliencia? ¿Conocemos  los  impactos  socioeconómicos  de  los eventos? ¿Existen mecanismos para invertir e incentivar la inversión en mitigación? ¿Cómo integrar la resiliencia en la gestión de infraestructura crítica?

Actualmente, Chile cuenta con una serie de oportunidades para responder a estos retos. En primer lugar, destacar el interés transversal de los distintos sectores involucrados en el ambiente público, privado y academia, por resolver este tema y seguir avanzando. Hoy el país cuenta con una “Política Nacional para la Gestión de Riesgo de Desastres” (Onemi, 2016). Además, tenemos una “Estrategia Nacional de Investigación, Desarrollo e Innovación para un Chile resiliente frente a desastres de origen natural” (Creden, 2016), la cual propone catorce tareas concretas y cinco condiciones habilitantes, entre las cuales una muy importante es crear la institucionalidad necesaria para ello.

Existe conocimiento en I+D y capital humano avanzado en la materia, además de  tener una serie de proyectos en desarrollo a través de colaboración estratégica entre la academia y el sector público-privado. El factor fundamental es contar con la inversión para que dicho conocimiento se expanda y transfiera a la sociedad y la toma de decisiones.

Además, tras los recientes desastres naturales  vividos por el país, existe un creciente interés internacional por ser receptores del conocimiento que se está generando en esta materia en Chile. Por ello, es probable que en el futuro cercano seamos reconocidos como líderes en gestión de riesgo y resiliencia.

en la fotografía un disipador sísmico

Construcción de vanguardia. ¿Cómo y cuánto invertir en resiliencia? son algunos de los cuestionamientos y desafíos de nuestro país. En la imagen vemos un disipador sísimico amortiguador de masa, ubicado en el edificio de la Cámara Chilena de la Construcción de Santiago.

PARA LEER MÁS

  • “Critical 5, Forging a Common Understanding for Critical Infrastructure”. Documento que aborda las estrategias de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos, en 2014, ante problemas de infraestructura crítica.
  • “Hacia un Chile resiliente frente a desastres: una oportunidad. Estrategia Nacional de Investigación, Desarrollo e Innovación para un Chile resiliente frente a desastres de origen natural”, Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo.
  • El Marco de Sendai (2015-2030) es un documento adoptado el año 2015 y aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el mismo año.