ilustración de un altavoz y diversas palabras
  • Revista Nº 149
  • Por Diego Zúñiga Henríquez

Dossier

Literatura chilena actual: escribir en voz alta

Entrar al debate o quedarse al margen. La Literatura se mueve en esta delgada frontera. El poco peso de la opinión de un escritor en la sociedad moderna le otorga una preciada libertad, pero empobrece la discusión ciudadana. Y es que “la figura del escritor-intelectual que-interviene-en-la-agenda-pública se ha cambiado por la figura del escritor-que promociona-lo-que-escribe”. Antes la Literatura podía ser peligrosa para la sociedad.

Hubo un tiempo, otro tiempo, en que las cosas fueron distintas –se supone–. Y si hubo un tiempo, también hubo un lugar y dos o tres personajes que nos pueden ayudar a entender mejor dónde estamos. Comencemos –si es que hay  un comienzo  posible- en esa Francia decimonónica, en ese viernes 30 de enero de 1857, en la Sala Sexta del Palacio de Justicia, que a esa altura del día está atiborrada de público. El acusado es un hombre de treinta y cinco años, un escritor, un novelista, que está ahí por culpa, justamente, de una novela, de un libro que con los años se terminaría convirtiendo en un clásico:  Madame Bovary. Al lado del hombre –de Gustave Flaubert–, su abogado defensor; un poco más lejos, el editor y el que imprimió la novela –quienes también están acusados por “ofensas a la moral púbica y a la religión”–, y más allá el temible y terrible Fiscal Imperial Ernest Pinard, quien será el encargado de argumentar por qué la historia de Emma y Charles Bovary que inventó Flaubert lo debe llevar a la cárcel.

Después de una serie de alegatos –que están publicados en un libro extraordinario llamado El origen del narrador (Mardulce, 2011)– el tribunal decide absolverlos de la acusación. Flaubert no iba a ser el primer escritor ni el último en ser llevado a juicio por un libro, pero si de algo podemos estar seguros es que, en ese entonces, la Literatura le importaba a un poco más de un puñado de lectores. La Literatura podía ser peligrosa para la sociedad. Hoy, toda esa historia judicial de Madame Bovary parece una rareza entrañable, una historia de otro mundo, en el fondo.

Los tiempos han cambiado y la Literatura pareciera importarle a casi nadie –lo que no es un problema en sí, seamos claros, que no suene a nostalgia todo esto– y los escritores, por supuesto, como voces públicas, como intelectuales que pueden entrar al debate político o social, tienen cada vez menor relevancia. Este nuevo panorama no es una dificultad, en todo caso. El pasado no siempre fue mejor.

Que la Literatura no esté en el centro de atención de la sociedad permite, justamente, que se desarrolle con una libertad que ojalá nunca pierda. En medio de todo esto, por supuesto, está el mercado. No podemos ser ingenuos. Y ese mercado es el que muchas veces pone los límites y es el que también ha modificado toda esta historia. Hay que estar absolutamente consciente de todo eso.

La figura del escritor-intelectual-que-interviene-en-la-agenda-pública se ha cambiado por la figura del escritor que promociona lo que escribe.

De hecho, si volvemos a Flaubert y al juicio por Madame Bovary, hoy todo eso para un escritor –que publica en una editorial transnacional y que tiene una relación amistosa con el mercado– sería, en muchos sentidos, algo perfecto: un juicio, los focos sobre él, el centro de atención, sus 15 minutos  de fama, la posibilidad de promocionarse, la posibilidad de vender miles y miles de ejemplares.

Intensa actividad literaria.

Intensa actividad literaria.

En la imagen vemos la presentación del libro La sangre de la aurora (2013), en la librería McNally Jackson, de Nueva York. Aparece Mariela Dreyfus, la autora Claudia Salazar Jiménez y Diamela Eltit. Fotografía An. M. Ribeiro.

El mercado lo cambió todo. Pero sigue habiendo ese espacio de libertad para que existan proyectos que avanzan por otros caminos. Por suerte. Y también existen, todavía, escritores que tienen el deseo de intervenir en  los  debates  públicos, que utilizan columnas, entrevistas, ensayos, para levantar la voz. En Chile no son muchos, pero en cada generación siempre hay alguien que tiene aún ese deseo. Diamela Eltit (1949), por ejemplo, que viene publicando ensayos y columnas desde hace años. O Rafael Gumucio (1970), a través de sus intervenciones en su programa de radio, en columnas o en redes sociales, ese territorio que también le ha servido para discutir  a Camila Gutiérrez (1985). Son muchos más, por supuesto. De hecho, por estos días circula en librerías Contra los hijos, de Lina Meruane, un ensayo provocador, inteligente, incómodo, que empieza a generar aquí y en otros países de Hispanoamérica una discusión necesaria.

Rafael Gumucio lo recuerda perfectamente:

– Mucho antes que leer o escribir, veía escritores en Francia, en los años 70, que intervenían en los debates públicos. Uno de los recuerdos más patentes que tengo es el entierro de Sartre, lo vi por la tele. Eso era ser escritor para mí. No lo había leído y no sabía cómo era, pero me daba lo mismo, vivía en Francia y eso era ser escritor.

En Chile también hay referentes. Gabriela Mistral, sin duda. Neruda, más temprano que tarde, aparece por ahí. Y también la figura de Enrique Lihn, que si bien intervino sobre todo en el campo cultural de los años 70 y 80, sigue siendo insoslayable a la hora de pensar en un escritor chileno que haya decidido levantar la voz y discutir.

Para los que nacimos en los 80, esas figuras están también vinculadas, inevitablemente, al Boom latinoamericano, particularmente a Mario Vargas Llosa, que no solo es para muchos todavía la figura del escritor-intelectual por excelencia, sino que además ¡quiso ser presidente de Perú! Y hoy sigue interviniendo en el debate, aunque hay que admitir que lo viene haciendo de manera bastante lamentable en muchos sentidos. Basta pensar en sus textos sobre feminismo o cuando añora otro tiempo, previo a esta “sociedad del espectáculo” en la que estamos viviendo, según él, pero de la que ha sido protagonista sin ningún problema.

Es difícil envejecer. Y el lenguaje –que es el centro de la Literatura– también envejece con ciertos autores.

Otros, sin embargo, lo mantienen vivo, lo cuestionan, dudan, apuestan.

Diamela Eltit lleva décadas construyendo una obra en la que pone en jaque, constantemente, al lenguaje, a sus formas contemporáneas, a los discursos que han abrazado al mercado–desde Lumpérica hasta sus últimas novelas–. Para ella, el contexto de dictadura fue el que la llevó a incursionar en otras escrituras y eso devino, inevitablemente, en construir una voz pública.

—Fue una cuestión más ligada a los tiempos –explica Eltit–. Yo tenía interés literario, mi vida estaba y ha estado centrada en la Literatura. Pero pasó que en esos años (los 70, los 80) se armó una comunidad más cruzada, más transversal, que no sé si todavía está vigente, pero que ahí estaba latente, una comunidad entre fotógrafos, artistas visuales, escritores. Y eso me hizo empezar a escribir en catálogos de artistas y también sobre otras cosas. Me interesaba el tema de la memoria, de ciertas prácticas culturales-políticas, pero siempre pensando que era un deseo mío.

En los últimos años hemos podido leer las intervenciones de Eltit sobre todo en medios como The Clinic y El Desconcierto. Desde ahí ha levantado un discurso crítico y su curiosidad la ha llevado a detenerse en personajes que pasan, a veces, inadvertidos, pero que hablan perfectamente de lo que es hoy Chile. Ocurrió hace unos meses, de hecho, en junio de 2017, cuando publicó la columna “‘Aquí está Chile’ y Pablo Oporto: Espectáculo periodístico tétrico” en El Desconcierto y fue una de las primeras en poner atención en ese hombre que dijo, frente a todo el país, que había matado a 12 personas en defensa propia. Un hombre que resultaba ser un ejemplo y un sobreviviente de la delincuencia en Chile. Así lo presentaron en aquel programa en el que invitaron a los distintos candidatos presidenciales.

Nadie dudó públicamente de ese personaje, excepto Eltit.

—Soy un poco obsesiva. Entonces, de alguna manera, escribir esas obsesiones, esas cosas que pienso, me libera –cuenta–. Eso fue lo que me pasó con este personaje. Quedé muy sorprendida con esa figura estrambótica, extraña, que decía que había matado a 12 personas. Algo me parecía aterrador de ver un tipo con esa cantidad de muertos en la tele, y me llamó la atención que no le hubiera pasado nada, ningún rasguño, eso no lo entendía.

Semanas después la revista Sábado, de El Mercurio, publicó un reportaje en el que descubrió que las sospechas de Eltit eran ciertas: todo lo que había contado Oporto era mentira.

El 8 de marzo de 2016, en el Día de la Mujer, Camila Gutiérrez publicó en La Tercera una columna titulada: “Yo aborté (y no me arrepiento ni un solo día)”. El texto, en cosa de minutos, explotó en redes sociales. A esa altura ya había publicado las novelas Joven y alocada (2013) y No te ama (2015), que la habían hecho emerger como una figura de referencia para entender a las nuevas generaciones. Pero sin duda que fue a partir de ese texto que su voz pública adquirió una mayor presencia.

Más allá del escritorio

Más allá del escritorio

Rafael Gumucio tiene un programa de radio, organiza talleres literarios, es profesor, redacta columnas y entre medio de todo eso, escribe. El autor ha levantado varias polémicas, la última de ellas relacionada con las tomas feministas y que provocó múltiples reacciones en redes sociales y medios de comunicación. Fotografía Karina Fuenzalida.

—Cuando partí con Joven y Alocada (el fotolog) nunca pensé en que iba a ocurrir esto. Ni siquiera con la película lo creí. Aunque, claro, cuando se estrenó me empezaron a llegar millones de mensajes del tipo “salí del clóset gracias a esto”, y ahí sí pensé: “acá hay algo”. Pero cuando escribí la columna del aborto fui súper consciente de lo que significaba. Mientras te respondo esto creo que voy entendiendo algo: muchas veces los escritores hacemos la división arte-política zanjando bien rápido que tener cierta voluntad política en la obra de uno es sinónimo de panfleto o de querer impostar algo. Y creo que no tiene por qué ser así. Con la política se corre el riesgo de fallar literariamente (o no), como con cualquier otra experiencia o lenguaje que uno quiera incorporar en sus textos.

Y ocurre, también, que a veces las palabras no son suficientes. Le pasó, de hecho, a Gutiérrez, quien a fines del año pasado decidió participar en la campaña presidencial de Alejandro Guillier y aparecer en su franja electoral. —Me costó tomar esa decisión porque Guillier no era mi candidato, pero no quería que saliera Piñera. Y en un punto me preocupó cómo esto podía influir sobre la lectura de mis textos, que pensaran que soy amarilla, pero luego pensé que el control sobre cómo son leídos los textos de uno es tan precario que para qué iba a frenar algo así –explica Gutiérrez.

Gumucio ha tenido varias apariciones públicas de esa envergadura. Ha levantado polémicas y más polémicas, sobre todo a partir de Twitter (una de las más bulladas fue en 2014, cuando se enfrentó a los animalistas por el incendio de Valparaíso), pero antes de las redes sociales también generó ruido con textos en La Zona de Contacto o sus críticas de televisión en Apsi.

—Todo eso igual era bien generacional –dice Gumucio–. Viví un poco donde el escándalo y la performance eran muy importantes en el debate público.

Hoy se lo puede leer en Las Últimas Noticias y, sobre todo, escuchar en su programa de radio Desde Zero.

—Para mí es incomprensible que los escritores no quieran entrar, al menos, en los debates del campo cultural. Para mí era el motor del asunto –explica Gumucio–, pero igual entiendo en parte, porque es cierto que en mi caso a veces esto me ha hecho un flaco favor y ha implicado que los libros míos sean leídos de otra manera, digamos que hay un equívoco, pero son los riesgos…

—Pienso que todo esto es muy personal –agrega Eltit, planteando otra mirada–. Creo que no es obligación del escritor escribir sobre otros temas. No, para nada. Son opciones y caminos que uno decide recorrer.

Hay algo fundamental en lo que dice Eltit, y quizá nos sirve para ir cerrando este mapa de opiniones: los escritores tienen solo una obligación: escribir. Y ojalá escribir bien, muy bien; escribir de la mejor manera posible: indagar en los pliegues del lenguaje, en las palabras que usamos y también en las que olvidamos. En ese territorio es donde debemos dar la primera batalla, porque es la materia principal de este oficio.

Discutir sobre el lenguaje es discutir sobre lo político. Eso nos llevará a otros lugares, sin duda. El riesgo que existe siempre es que se siga pensando que los escritores deben saber de todo, entonces pueden hablar de todo. Y pasa a menudo: uno viaja a una feria del libro en Colombia y le preguntan por el conflicto armado, o va a Perú y le piden su opinión sobre la renuncia del presidente, y todo bien con eso, pero el problema es que la Literatura, ahí, no tiene ningún lugar, ninguna importancia.

Entonces terminamos hablando de otras cosas y nunca sobre lo que nos llevó ahí, a ese lugar: sobre los libros, sobre las palabras.

Meruane entra al debate.

Meruane entra al debate.

En marzo de 2018 apareció en librerías Contra los hijos, de Lina Meruane, un ensayo provocador e incómodo, que empieza a generar aquí y en otros países de Hispanoamérica una discusión necesaria.