fotografía de Gabriela Mistral una de las escritoras chilenas
  • Revista Nº 149
  • Por Violeta Bustos Vaccia

Dossier

Escritoras chilenas: salir del silencio

La tradición literaria de mujeres chilenas que comenzó a visibilizarse desde el s. XIX hasta nuestros días, eleva a autoras como Gabriela Mistral, Marta Brunet y María Luisa Bombal. Hoy, se podrían llenar páginas con nombres de escritoras, pero no todas han sido valoradas por la tradición o la crítica. ¿Qué ha incidido en su legitimación? ¿Cuál es su rol? ¿Hay obstáculos creativos? Críticas y escritoras responden.

Las primeras voces de mujeres que emergieron del anonimato en la Literatura chilena tuvieron que abrirse paso en el pantano de la crítica. Eran voces que provenían de la elite del siglo XIX y se hacían cargo de ciertos temas que tenían que ver con la subordinación. Era mal visto en esos años que las mujeres incursionaran en este y otros terrenos. “Señoritas, niñas que escriben”, señalaban los críticos.

Desde entonces a la fecha, el panorama ha cambiado. Hay más espacios, sostienen algunas escritoras actuales, pero las barreras siguen existiendo y tienen raíces profundas. Así, con barreras y prejuicios, nombres como Inés Eche­verría (1868-1949) o Martina Barros (1850-1944) lograron hacerse oír en la escena literaria, señala la académica de Es­tética UCLorena Amaro, quien hoy desarrolla un proyecto Fondecyt sobre escritoras hispanoamericanas contemporá­neas. Sin embargo, apunta, “estaban ajenas a lo que ocurría fuera de su clase social”, cuestión que fue cambiando con el tiempo.

 

Inés Echeverría

Inés Echeverría

El rol de las escritoras, en un primer momento, fue entonces el posicionamiento en un panorama donde eran menospreciadas. Es posible hablar del rol de los artistas, de los intelectuales, de los escritores en general. Pero no se puede entender  el arte sin una dimensión “interseccional”, es decir, desde subjetividades dadas por las diversas conformaciones de los sujetos que crean, esgrime Amaro. Y esto no quiere decir que los hombres escriban como hombres o viceversa, pero sí se articulan discursos u obras en función de las experiencias, donde ciertamente cabe la noción de género. Por otro lado, la perspectiva de género a nivel de la crítica es un lente a través del cual se analizan las obras de determinadas autoras y lo que plantean.

Una óptica feminista “daña” la Literatura, dijo Mario Vargas Llosa, recientemente en una columna en El País. Pero “es labor de los críticos develar una búsqueda interpretativa, más allá de la libertad absoluta que deben tener los artistas en su búsqueda estética”, plantea Leticia Contreras, investigadora de Letras UC. Por ejemplo, dice, es imposible entender el alcance de la obra de Virginia Woolf sin poner atención en que “se instala en la crisis de la cultura moderna como una voz feminista que quiebra paradigmas”.

Al mismo tiempo no se puede desatender, agrega Contreras, que el panorama es desigual, que son más  los  autores que las autoras publicadas; que solo existen cuatro premios nacionales femeninos en este campo (Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz e Isabel Allende); que históricamente han sido figuras masculinas consagradas quienes han abierto la puerta a algunas mujeres hoy consideradas emblemáticas. Así, recuerda, fue el crítico Hernán Díaz Arrieta, conocido como Alone (1891-1984), quien calificó a Brunet como “mala poeta”, pero con potencial de prosista y la validó como tal; mientras Jorge Luis Borges “elevó” la voz de María Luisa Bombal señalando su valoración de la escritora.

Sobre autoras emblemáticas, prosigue la académica, el  caso de Mistral es quizás de los más llamativos, pues “durante muchos años se presentó como una suerte de madre de Chile” y, al momento en que se conocieron las cartas a Doris Dana, se produjo una “ruptura” con la visión institucional de lo que representaba. En esos términos, ha sido posterior el trabajo de difundir escrituras menos conocidas que no necesariamente tienen que ver con las obras que suelen resaltarse. Si bien Mistral se desmarcó de los movimientos propiamente feministas de su época, “su figura es de transgresión”, sentencia Contreras. “Para una poeta, la instalación de una voz de mujer que pugna por situarse en un espacio claramente reservado para el vate es una batalla ardua. Ardua si el deseo de esa voz poética es justamente la de entrar en diálogo con sus contemporáneos, la de ser medida por la misma vara”, sostiene sobre Mistral la poeta Verónica Zondek, en el prólogo de Locas mujeres (2003), poemas reunidos de la Premio Nobel.

Daniela Catrileo

Daniela Catrileo

VOCES FEMENINAS QUE DIVERGEN Y SE ENCUENTRAN

Actualmente, el panorama literario femenino en Chile es amplio y variado. Conviven autoras de diferentes generaciones abocadas a temáticas y formatos diversos. Daniela Catrileo (1987) y Paulina Flores (1988) representan a las nuevas generaciones que se han abierto camino en las letras; mientras que Alejandra Costamagna (1970) y Carla Guelfenbein (1959) son narradoras de trayectoria, con reconocimientos en Chile y el extranjero.

Desde la diversidad de sus plumas y experiencias, reflexionan sobre el rol de la Literatura de mujeres y los desafíos que enfrentan. El rol de la Literatura de mujeres ha sido diverso, sostiene  la poeta mapuche Daniela Catrileo, y ha constituido “un encuentro estético-político”. Reivindicaciones  socioculturales  y aportes significativos en la transformación republicana de Chile son ámbitos donde las escritoras han participado, manifiesta. “Desde una perspectiva genealógica oficial de esa ‘Literatura de mujeres’, habría que empezar por el rol histórico sobre emancipación y derechos –y privilegios– de ciertas élites ilustradas en la política femenina a finales del siglo XIX y principios del XX”, asegura.

En ese periodo destacan las obras de Amanda Labarca (1886-1975), Elvira Santa Cruz (1886-1960), Delia Rojas (18831950) y Marta Vergara (1898-1995), entre otras. “Aunque sus discursos tenían diferencias y mantenían sus posiciones jerárquicas, fueron significativas en la transformación republicana de Chile”. Por otro lado, Catrileo expresa que “no podría dejar de nombrar como genealogía a contrapelo el ‘Llamekan’ (…), canciones elaboradas exclusivamente por mujeres mapuches que podrían inaugurar cierta poética como piedra angular de esas categorías: Literatura/mujeres/política”.

La narradora y periodista Alejandra Costamagna, por su parte, alude a épocas más recientes. Menciona a colectivos como “Somos más” o “Mujeres por la vida” y autoras fundamentales para la creación de espacios más amplios en época de dictadura: Pía Barros (1956), Diamela Eltit (1949), Carmen Berenguer (1946) y Guadalupe Santa Cruz (1952-2015). Un hito clave para pensar en el rol de las escritoras, asegura, fue el Congreso Internacional de Literatura Femenina que se realizó en Chile en 1987, ocasión en la que “hubo una contundente discusión teórica que abrió un espacio para el encuentro de escritoras de distintas latitudes”.

Mientras, la escritora Paulina Flores se refiere a los roles en términos culturales y asegura que muchas veces hay papeles asignados. Por ejemplo, afirma, se suele decir que las mujeres escriben sobre la “vida íntima” y, en ese sentido, “me parece que lo mejor es justamente romper esos roles”, no solo para la Literatura de mujeres, sino para la Literatura en general. Carla Guelfenbein coincide con Flores y asegura que las escritoras muchas veces deben defenderse “de las connotaciones negativas, del menosprecio, de la mirada altanera que arroja el canon”. Así, continúa, cuando esos portavoces emplean el término “femenino” para referirse a un texto, en realidad quieren decir: “no universal, intimista y comercial”, adjetivos que tienen una connotación negativa en este caso. Al respecto, Costamagna señala que la Literatura escrita por mujeres tiende a ser leída con códigos reduccionistas. “Se le suelen atribuir ciertos patrones de lenguaje, de temas, de puntos de vista esencialmente femeninos. Como si esto fuera estático y de una sola pieza. Pero lo femenino es una construcción social, no biológica; nunca  será  algo  inmanente”. El riesgo, apunta, es el “encasillamiento”.

La crítica Lorena Amaro afirma que, como parte de jurados para concursos literarios, de hecho, ha sido testigo de cómo se suelen catalogar irrespetuosamente obras con la etiqueta “temas de minas”. “Si bien la posibilidad ideológica es menor hoy, porque se ha abandonado el modelo intelectual de intervención en política, y son cada vez más los tecnócratas los que han asumido ese rol”, sostiene la investigadora, hay mujeres que han tomado esa posta. Es el caso de Nona Fernández (1971) o Lina Meruane (1970), quien por ejemplo se hace cargo del tema de la maternidad, a la que califica como “excesiva para la mujer que escribe” en su libro Contra los hijos. Lejos de ser una diatriba contra la maternidad en sí misma, la publicación plantea a grandes rasgos que en la búsqueda de las maternidades perfectas hay una piedra de tope para lo que sea que quieran hacer las mujeres.

Paulina Flores

Paulina Flores

CREADORAS EN MOVIMIENTO

A nivel histórico, la participación de la mujer en determinados campos ha sido tardía debido a prohibiciones de diversa índole. En cuanto a la Literatura, para Guelfenbein se relaciona con los obstáculos para acceder a la cultura. Recuerda que hace 100 años una mujer no podía entrar a una biblioteca si no iba acompañada por un hombre, y que en Chile, hasta 1887, ellas no podían estudiar en la universidad.

Esto hizo que “escribieran desde los márgenes, desarrollando géneros que en su época fueron considerados menores, como el epistolar o el didáctico”, expresa. Si bien hoy no existen ese tipo de prohibiciones oficiales, persisten obstáculos para la creación literaria femenina, asegura Amaro. “Todavía el campo literario es de fuerzas en pugna. Muchas veces se construyen lazos de afectividad o espaldarazos entre hombres y las mujeres pueden tener problemas en establecer redes para la publicación”. Así, considera, las mujeres están “más aisladas”.

Al mismo tiempo, asegura, las propias mujeres se han abierto camino a través de ediciones independientes o por sus contextos dialogantes entre fronteras. “A muchas chilenas las publican en otros países porque viven afuera. En Europa les interesa publicar a latinoamericanas”, afirma. Es el caso de Meruane o Alia Trabucco (1983).

A nivel de experiencias personales y obstáculos culturales que recaen en la productividad literaria femenina actualmente, apunta la investigadora Leticia Contreras, no se pueden desatender factores como la maternidad, las labores domésticas o la brecha salarial. Y a nivel de valoración o apreciación, “hay un sesgo que ha sido evidente”. Para Catrileo, los obstáculos para las mujeres no solo están presentes en el ámbito de la creación, sino que se enmarcan en una falta de derechos políticos, culturales y sociales. “El problema es la visibilización histórica de ciertos relatos, que han sido relegados de una Literatura oficial, pues son parte de la interrupción de ese orden. Es ahí donde encontramos también las diferencias de clase y raza como una amalgama compleja de cruces. Y eso es lo que termina siendo importante en el instante de difusión”.

Flores, por ejemplo, señala que en su caso los obstáculos se han dado más por clase que por género. Costamagna, por su parte, lleva el análisis al plano de la subjetividad. “Ser mujer, a la hora de crear, es otra pieza de un rompecabezas bastante más amplio, lleno de signos que vamos leyendo y proyectando todo el tiempo, aunque no nos demos demasiada cuenta. Nadie escribe desde la neutralidad, eso es imposible”.

Alejandra Costamagna

Alejandra Costamagna


Gabriela Mistral y María Luisa Bombal. Morir para merecer su nombre

Hay otras escritoras chilenas postergadas, pero las emblemáticas, por su gran protagonismo internacional, son Gabriela Mistral y María Luisa Bombal. En cuanto a la primera, al margen de su postergado Premio Nacional posterior al Nobel, hasta hoy no se le reconoce su condición de gran intelectual de Chile, aunque, y por lo mismo, Roque Esteban Scarpa haya publicado una antología de textos llamada Una mujer nada de tonta (1976).

Era muy joven cuando el sabio José Vasconcelos la invitó a México, para impulsar la reforma educacional. Una que en 1922 recogería la cultura de América Latina y, dispersa en su vasta geografía, permitiría que tanto los campesinos como los indígenas se integraran al desarrollo nacional. Ella era una joven de 33 años, lectora de Rabindranath Tagore y León Tolstoi, dispuesta a hacer de la educación una estrategia de integración social y racial.

Rigurosa, había evaluado los principales sistemas de su época, como los de John Dewey, Federico Froebel y Johann Pestalozzi. México fue el país que, al margen de las tendencias europeas positivistas, muy racionales y abstractas por tener a las ciencias exactas de modelo, reconoce al mestizo de América Latina como portador de lenguas, tradiciones y culturas que debían integrarse en los métodos y contenidos educativos.

fotografía de Gabriela Mistral junto a Doris Dana

Frente a la arrogancia de las academias, José Vasconcelos y Gabriela Mistral se inspiraron en las sabidurías locales, de las que el “saber popular” era una expresión plena y vigente. Aunque se generó una épica al respecto, con la imagen de la educadora chilena hablando con los estudiantes al aire libre, bajo un árbol, el modelo no lograría imponerse  sobre la rutina. Será la poesía la que perdure, y también mucha prosa ensayística que hasta hoy interpela a los países de la región. Pedro Aguirre Cerda sería quien mejor la aquilatara, como pensadora capaz de hacer democracia mediante la educación y la cultura.

También Francia, que la integró a la Legión de Honor. Tras el Premio Nobel, la invitación oficial para visitar Chile tardó nueve años. ¿Habría sido diferente de ser hombre? Tal  vez no se  le habría ocurrido un aporte suyo, práctico y doméstico: crear vacaciones de invierno cuando el frío hacía enfermar y morir a tantos niños.

En cuanto a María Luisa Bombal, es ella quien, en palabras de Margarita Areco de la Facultad de Letras de la UC, “abre la novela contemporánea en Chile”; quien  la introduce en las vanguardias. Más allá de las fronteras nacionales. Una figura emblemática para América Latina, tal como Juan Rulfo la recordaría al leerla cuando joven, quedando “enamorado” de su prosa libre, tan breve como veloz, directa al grano.

fotografía de María Luisa Bombal

Para más de un historiador de la Literatura, entre Bombal con La última niebla (1935) y Pedro Páramo, de Rulfo (1955), ya queda trazado el camino del realismo mágico. La amistad entre ambos, así como la de la chilena con Borges, serán fuente fecunda de la literatura regional. No se le dio el Premio Nacional de Literatura. Tal vez porque sus personajes protagónicos eran mujeres y no heroínas ideales, sino otras que sacaban afuera  sus rabias y soledades, sus deseos y su sexo. Aunque Pablo Neruda y Federico García Lorca la celebraran  sin ambages, no fue suficiente. Ni siquiera cuando Hollywood le abrió las puertas por su pluma, para corregir las traducciones de clásicos como El halcón maltés o, incluso, para que John Huston iniciara el proyecto de filmar una versión nueva de La última niebla, llamada The house of  mist, la que Ediciones UC tradujera  y publicara el año 2012. Aunque la Paramount alcanzó a pagarle 125.000 dólares, esta obra no se filmó. Bombal y Mistral. Dos mujeres. Dos gigantes, que todavía no encuentran su lugar en Chile.

EL ESCENARIO AÚN ES DESIGUAL

En el panorama actual, manifiesta Catrileo, “observo movimiento, colectividad y arrojo”, en la medida de que se están articulando nuevos espacios “desde un trabajo literario, político y simbólico que hemos aprendido y heredado (…) espacios que aún son desiguales con respecto a los que ocupan sujetos determinados en sus redes hegemónicas”.

Mientras, Flores valora la escena actual como “un muy buen momento”, ya que además de la cantidad de escritoras publicadas, “han surgido nuevas editoriales dirigidas por mujeres. En ese sentido hay muchos más espacios que antes”.

Costamagna, en tanto, rescata la “diversidad de escrituras” que se han hecho más visibles las últimas dos décadas. “Se producen cruces interesantes entre la narrativa, la poesía, la crónica, la dramaturgia, el ensayo. Desde una novelista que aborda el tema de la postdictadura con una mirada desacralizadora, como Trabucco, hasta una dramaturga que trabaja lo grotesco y el humor negro para abordar las identidades en tensión, como lo hace Carla Zúñiga”, dice sobre escritoras nacidas en los 80.

Pese a la apertura de espacios, el camino sigue siendo complejo, puntualiza Guelfenbein. En la actualidad las escritoras deben continuar defendiéndose de “prejuicios arraigados hace siglos”, situación que califica como “triste y patética”. Frente a esto, interpela a sus pares y señala que “nuestra labor es levantar la cara, decir las cosas por su nombre, y luego seguir escribiendo con la misma seriedad e ímpetu que lo hemos hecho siempre”. Perseguir a toda costa la pasión literaria que mueve a las escritoras a crear es algo que, según la narradora, el canon no ha conseguido doblegar.

Carla Guelfenbein

Carla Guelfenbein