• Revista Nº 167
  • Por Daniela Farías
  • Fotografías Karina Fuenzalida

Dossier

Francisco vs Francisco: Prochaska frente a su pasado

El exfeligrés recuerda en esta entrevista a esa persona que fue durante su permanencia en la parroquia El Bosque, cuando estuvo tres décadas al servicio de Fernando Karadima. Tras años de reparación y de entender el abuso de conciencia que vivió, hoy se siente optimista por haber recuperado su libertad, y volver a ser él mismo. Ahora dirige y coordina seminarios para educar a diferentes comunidades. Los árboles de El Bosque de Karadima solo son parte de una realidad que aflora en distintos ámbitos de la sociedad chilena, y que es necesario detener.

Le tengo una gratitud enorme. Yo siempre le digo que le debo una parte importante de mi vida a su claridad, a su compañía en momentos muy oscuros. Creo que la bondad enorme del corazón de ‘Chaza’ fue una luz muy potente para mí”, le dice emocionado  José Andrés Murillo, director ejecutivo de la Fundación para la Confianza a Francisco Prochaska. Este último, con la humildad acostumbrada le responde: “Qué te puedo decir… somos veteranos de una misma guerra”.

Sentado junto a su terapeuta, la sicóloga Isabel Soublette, Prochaska o Chaza, como es conocido por los amigos que formó durante su paso por la parroquia El Bosque, recibe a los asistentes al encuentro “Enfrentando el abuso de conciencia”, organizado por la Fundación para la Confianza y patrocinado por el Centro Cuida UC. Su experiencia traumática vivida en El Bosque, durante los años de liderazgo de Fernando Karadima, fue experimentada de manera muy solitaria y compartida tras largos procesos de aceptación, enfrentando barreras sociales y sicológicas cuyas huellas todavía debe padecer. Ahora lidera estos encuentros ante públicos diversos y que pretenden calar hondo en sus audiencias, para que situaciones como esta nunca más se vuelvan a repetir.

 

Sobrevivientes. Los padres de Francisco Prochaska llegaron desde Europa tras sobrevivir a la II Guerra Mundial. Se conocieron en Chile y Francisco es su único hijo. La imagen es de 1982.

LA OTRA GUERRA

“Yo era el rubio, alto, un poco distinto, que no hablaba con garabatos, que usaba el botón de la camisa cerrado hasta arriba, que no faltaba a clases y que en doce años de colegio nunca llegó atrasado”. Así se describe Francisco Prochaska cuando era un estudiante del Verbo Divino con grandes anhelos espirituales. Su fidelidad a Dios, su bondad y su historia marcada por la sobrevivencia de sus padres a la II Guerra Mundial habían dibujado a un hombre idealista y que siempre estuvo dispuesto a entregarse por los demás y por la Iglesia.

Con gran esfuerzo de sus padres, Francisco ingresó a un colegio de elite (Verbo Divino), lugar en el que pudo encauzar sus deseos de participar en el mundo católico. A pesar de ello, según relata, él sentía que no era suficiente y que necesitaba vivir su cercanía con Dios de manera más intensa.

 

“YO ME ACERCO A ÉL Y ÉL ME ELIGE”

Un día Karadima fue al colegio a dar una charla. “Me acuerdo que me marcó mucho ese momento, porque todo lo que él decía era bueno. Yo veía reflejado en lo que él hablaba la catolicidad de mi familia. Todo calzaba perfecto. Lo que él predicaba eran los aspectos religiosos más visibles: el rezo del rosario, la devoción a la Virgen, a la eucaristía. En el fondo era una invitación a radicalizar la fe”.

Finalmente unos amigos lo llevaron a la parroquia: “Cuando llego a El Bosque, a los 17 años, veo una iglesia repleta de gente y con personas jóvenes, profesionales, matrimonios. Hasta ese momento, las iglesias eran para mí como un lugar de viejitas de velo. Entonces observo un gran movimiento, esa vida, y este sacerdote que predicaba agradecido”.

—Era un mundo ideal.

—Era raro, por eso mismo. De alguna manera, yo sentía que era un lugar de pocos riesgos. Y comienza ahí un asunto en el que yo quería ser cercano a este sacerdote. “¿Qué podía hacer para acercarme a él?”. Aquí quiero detenerme en algo muy importante. Las personas somos capturadas habitualmente a dedo. No es que tú vayas y le pidas, sino que es el líder quien te ubica. Él te ve más alto –dice refiriéndose a él mismo–, rubio, que eres líder en el colegio, que tus papás tienen plata o algo que valga la pena. En las sectas estos escogidos no son personas necesitadas o de origen humilde. Es porque tú ya tienes ciertas inquietudes de nivel espiritual o intelectual, y es ahí donde te encuentran. Yo me acerco, pero él me ve. Entonces, cuando yo iba a las reuniones de jóvenes en El Bosque, él buscaba al presidente del centro de alumnos del Verbo Divino. Me nombraba y yo me paraba y… muy ridículo…

— Te sentías importante.

—Me da vergüenza, pero me sentía importante y él también me realzaba. Hasta que logro una reunión con él y le digo: “Bueno padre, ¿qué tengo que hacer para ser santo?”. Ese era el discurso. Y te digo que hasta el día de hoy quisiera seguir con ese ideal. El problema viene después. Este sacerdote me dice: “Te voy a nombrar secretario y yo voy a pasar a ser tu director espiritual”.

Francisco pasó gradualmente a ser la mano derecha de Karadima en todos los aspectos logísticos que él necesitara, desde manejarle el auto, llevar su ropa a lavar, reparar su reloj y cuidarle la siesta “para que nadie lo molestara”.

—¿Qué pasó con tus amigos y todo lo que habías construido en el colegio?

—Lo que pasa es que El Bosque me los quebró. Porque los amigos solo eran los que te acercan a Dios. Solamente ellos valen la pena. Entonces, comencé a deshacerme de todos mis vínculos de amistad y de los lazos familiares. Eso es lo grave que hay detrás de esto.

 

Francisco Prochaska junto a Karadima

Su sombra. Francisco Prochaska se volvió fundamental para el párroco de El Bosque. Su orden y eficiencia lo llevaron a manejar la mayoría de los asuntos logísticos de Karadima.

LOS ELEGIDOS

Karadima invitaba sutilmente a este grupo que él iba eligiendo. Prochaska recuerda un par de historias en las cuales durante la misa él decía: “Mira, ¿ves a ese joven que está allá? Dile que al final de la misa yo quiero que vaya a hablar conmigo a la sacristía”. Desde el altar señaló a varias personas, algunos de los cuales hoy día son sacerdotes.

—Pero me imagino que iba encontrando en estos elegidos algún lado vulnerable. ¿Cómo lo ves en tu caso?

—Este es un tema muy interesante, porque cuando uno habla de vulnerabilidad se tiende a pensar: “algo débil tenía este joven o atraía por alguna ‘cojera’”. Pero yo creo que la vulnerabilidad principal es otra y es que todos los discípulos somos vulnerables frente al maestro, que puede ser tu profesor, tu entrenador de deportes, tu jefe, tu papá o tu mamá. Entonces, claro que uno es vulnerable. Pero yo me pregunto ¿quién no lo es?

Francisco Prochaska se fue enredando en el Bosque cada vez más cuando aún no terminaba el colegio. Ingresó a Acción Católica, un movimiento religioso que adquirió gran fuerza en los 80 y 90 por ser un semillero de vocaciones sacerdotales. “Y nosotros, que teníamos una vida social anterior, empezábamos a retraernos cada vez más, porque él nos metía en algo que llamaba ‘El túnel’. Que era entrar en algo que hoy podría ser el proceso de ‘discernimiento vocacional’. Este túnel, en algún momento, tenía la luz al fondo, que era lo que Dios quería para cada uno: si quería ser sacerdote o estar casado. Pero comprenderás tú que mientras recorrías este túnel, salir hacia al lado del matrimonio era como la salida de emergencia. Porque tú querías ser santo, entregado”, confiesa Francisco.

—Y en tu caso particular, ¿cuándo sientes que se cruza el umbral del abuso de conciencia? ¿En qué minuto parte esta situación?

—Cuando el lugar de encuentro íntimo con Dios es intervenido por el sacerdote, ahí comienza el abuso. Porque el día en que empiezas a sentir que una persona reemplaza a Dios o que para poder llegar a Él lo necesitas imperiosamente, ahí es donde está el problema. Eso lo empiezo a sentir tratando de imitar a los santos y, especialmente, al Padre Hurtado que Karadima nos idealizaba. Lo anterior provoca que tú ya no tomes tus decisiones ni le respondas a Dios, sino que tú digas: “¿Qué hago hoy día?” “¿qué hago mañana?” o “¿qué conviene que haga?”. “¿Conviene que venga donde esta periodista a darle una entrevista?”.

—¿Cómo definirías ese mecanismo con el que va controlando tu vida?

—Es un mecanismo que trabaja con la culpa, el miedo, el silencio, la coerción, de tal manera que eres consumido y absorbido por un líder oscuro, que lo que hace es tomar tus decisiones. La paradoja de esto es que te sientes cómodo, porque no defines nada en tu existencia.

Transcurridos los primeros años de internarse en El Bosque, la salida se veía cada vez más lejana. Entre medio él entró a la Universidad Católica a estudiar Ingeniería, carrera en la que duró menos de un año, debido a su extrema dedicación al servicio de Karadima y la parroquia. Sus padres se preocuparon por la ausencia de Francisco, quien se alejó cada vez más de su casa.

“Un gran elemento importante a poner sobre la mesa acá es el secretismo. Mis papás no sabían que yo le preguntaba ‘todo’ a Karadima, porque no tenía conciencia de que eso no era razonable y ellos “nunca lo comprenderían”. Luego surge en Francisco la vocación sacerdotal, así que rindió nuevamente la Prueba de Aptitud Académica y entró a estudiar Derecho a la UC.

 

Raíces Autrohúngaras. Sus padres crecieron en familias aristócratas y muy católicas. Esa formación fue traspasada a Francisco de manera natural, quien además maneja varios idiomas. En la imagen, también junto a su tío Luis, en 1982.

“ME ESTÁN ROBANDO A MI HIJO”

—¿A qué nivel llegó el conflicto con tus padres?

—Mis papás veían que yo no estaba teniendo una vida y se empezaron a desesperar con eso. Me enfrentaron y yo con eso logré un éxito, porque comenzaba a ser un mártir. Un mártir perseguido por sus padres en la realización de su vocación sacerdotal. Un santo. Imagínate la ridiculez. A mí me ha costado muchos años perder la vergüenza y contar esto. ¡Pero cómo puede ser alguien tan tonto!

Con los años, Francisco Prochaska ha investigado el tema con la ayuda de otras víctimas del abuso de conciencia. Por ello, es capaz de identificar cada una de las etapas por las que atravesó durante su trayectoria de abuso. Una de ellas es la que ha sido descrita en psiquiatría como “control mental destructivo”. Esto ocurre cuando el líder toma control de la mente de su víctima. “Bajo su influencia la identidad original de una persona, formada por su familia, su educación, amistades y –lo más importante– por las opciones libremente adoptadas, es reemplazada por otra identidad” (Undurraga, J.; 2016).

—¿Y dónde fue lo más lejos que llegaron tus padres?

— Ellos partieron a quejarse a las autoridades de la Iglesia: obispos, auxiliares, vicarios, sacerdotes, etcétera. Llegaron hasta monseñor Valech. No tengo idea si es que quedó alguna documentación de eso. Igual quiero ser un poquito indulgente con las autoridades, porque no era fácil darse cuenta de todo esto. Hay que entender el contexto en el que estábamos. Hoy día parece evidente. Pero tú ves a un sacerdote con todos estos jóvenes, lo veías súper bien y qué sé yo. Claro, tendrían que haberse dado cuenta que había mucho fanatismo. Pero no era tan fácil.

—O sea, lo que faltó fue la investigación.

—Hay que pensar también que llevábamos muchos años en los cuales la Iglesia se manejaba a través de si había un escándalo, mover este señor de aquí para allá o qué sé yo qué. Meter los problemas debajo de la alfombra y aquí no ha pasado nada. Centenares de años. Monseñor Valech me citó a que yo fuera para allá y le conté mi versión de las cosas. Yo me presenté como un mártir. “Yo quiero ser sacerdote y mis padres me lo impiden”, y él ve que mis padres dicen que le están robando al hijo.

Creo que hubo mucha negligencia y frialdad, muchas cosas muy malas. Pero también hubo algo que venía en la cultura. El día en que yo me equivoque en algo, igualmente me gustaría que me juzgaran con indulgencia. Imagínate tú, que yo termino abandonando mi casa… Imagínate a mis papás. A mí me duele al día de hoy, contándote a ti esto. Para mí es fuerte. Porque yo digo, mis pobres papás, o sea, todo lo que sufrió y lo buen hombre que era mi papá. Mi mamá, que toda su vida hizo un esfuerzo increíble por sacarme adelante…

—Pero, a pesar de que tú sabes, por terapia, de que no tienes la culpa ¿sigues sintiendo culpa?

—No. No siento culpa. Sobre todo, porque a mi mamá le he pedido perdón. No siento culpa…

Francisco se emociona por lo que vivieron sus padres, cuando su mente había sido capturada. No tiene duda de que el que se fue de la casa no era el Francisco que es ahora, sino el otro, aniquilado por Karadima.

KARADIMA 24H

“Todos mis amigos se van al seminario y yo me quedo solo en El Bosque. Porque él me dice en una confesión: ‘¿Cómo estamos para que vayas al seminario, mijito?’. Y yo le digo: ‘Tú eres mi director espiritual. Yo aquí, disponible’. Me responde: ‘Yo creo que hay mucho que hacer por acá todavía con los jóvenes, así que dejémoslo por este año’. Claro, porque él se quedaba solo. Entonces, yo me quedaba. Pero eso significaba que tenía que atenderlo de la mañana a la noche”.

—¿Pero tú fuiste el único que ocupó ese rol o los jóvenes que lo rodeaban tenían distintos papeles?

—Había compartimentos estancos. Yo era, claramente, el logístico, aseo, mecánico y relojero. Otros jóvenes eran los que fueron abusados sexualmente. Otros los que usaba para que le ayudaran a preparar algunas ideas para las prédicas. Otros eran los que lo asesoraban en los conflictos frente a la universidad y los obispos.

En este contexto, Francisco no entiende por qué no era capaz de sentirse feliz si se supone que su opción a la santidad era de dicha. “Llega un momento en que pienso: ‘Si yo fuera papá y tuviera un hijo o una hija, querría todo el bien para ese hijo y no estaría buscando que sufra para ganarse mi favor. Yo a mi hijo lo único que querría es hacerle cariño y que me haga cariño. Si yo soy hijo de Dios, ¿por qué Dios me tiene que mandar por el camino del sufrimiento para ser su hijo?’”.

Con todo el temor a la reacción de Karadima, Francisco le dijo que no quería ser sacerdote. Entonces él le dijo: “Vamos a buscar a una chiquilla para que te cases”. Años más tarde, Francisco se enamoró y se casó con la bióloga Rocío Artigas, su compañera de vida con quien tiene una hija y ha podido recuperar la felicidad perdida. Después Francisco ha descubierto que hay personas que definieron así su doctorado o su sacerdocio. Que todo dependía de si el párroco estaba de buen o mal humor. Así se definieron vidas.

 

TERREMOTO EN EL BOSQUE

El 21 de abril de 2010, el diario La Tercera publicó en primera plana la noticia sobre las denuncias de abusos sexuales contra Fernando Karadima. En ese momento, Francisco Prochaska llevaba 30 años a su servicio. Luego de ese terremoto se vino, primero un enorme cuestionamiento al interior de la Iglesia sobre el horror de lo sucedido. Más tarde se produjo una avalancha de asedio periodístico, que no tardó en atacarlo a él. “Me decían: ‘Oye, tú tienes que ser un abusado. No me vengas con cuentos. Eres rubio, alto, treinta años ahí, viviste en El Bosque. O sea, perdón, si tú no eres un abusado, entonces, ¿quién lo es?’”, recuerda.

Por eso, en la actualidad Francisco es enfático en reconocer que él fue víctima de abuso de conciencia, fenómeno que destruye vidas y que algunas veces antecede al abuso sexual, mientras en otras ocasiones despoja a una persona de su propia identidad.

“Ese fue un año muy duro porque, por lo pronto, fui llamado a comparecer ante el fiscal Xavier Armendáriz, ante la PDI y la ministra en visita Jessica González. Viví un asedio periodístico potente, de personas buscando sensacionalismo, morbo, aunque también, hay que ser justos, gracias a eso se destaparon las cosas. Quiero ser indulgente acá”, aclara.

Luego, Francisco comenzó a vivir un proceso muy duro, de aceptar la realidad y con ayuda de terapia entender la pesadilla que él había vivido. A recordar episodios de humillaciones potentes hacia él y hacia otros jóvenes de la parroquia.

Lentamente, fue recordando situaciones de las que fue testigo, pero que en su momento no llamaron su atención: “Con este caballero había un lenguaje, ciertas bromitas que, en realidad, empecé a pensar por qué yo se las aceptaba. (…) Momentos en que te pasaba a llevar en los genitales o la manera de decirte: ‘vamos, mijo’. Te podía hasta doler. Y ahí es cuando uno viene a caer en el sentido común y a preguntarse: ‘¿Yo se lo haría a alguien?, yo no le haría eso a nadie’. ‘Y ¿por qué se lo permitía a él? Raro, ¿no?’. Y después, claro, uno comienza a atar cabos. También era extraño que nunca me hubiera tratado de hacer algo más a mí, si yo tenía todas las características físicas para ser, supuestamente, atractivo para él. Y claro, ahí uno se empieza a dar cuenta de ciertas preguntas en la confesión que hacía él, de límites que yo no traspasé. Aspectos de la cultura de mi familia que me hacían tener ciertos escrúpulos. (…) El problema es que para la opinión pública esto no era creíble y, probablemente, hasta el día de hoy no sea creíble. Pero, ¿sabes qué más? Ya he aprendido a convivir con eso. ¡Mala suerte!”.

“Hoy día lo que puedo hacer con trascendencia es prestarme para poder ser útil, para abrir los ojos de algo que no es fácil de entender, ni de explicar. Asistamos a los que pueden llegar a ser abusadores o abusados. También quiero decir que esto no ocurre solamente dentro de la Iglesia, sino en distintas esferas de la sociedad.

¿Por qué en un país al que le va bien económicamente hay descontento? Yo creo que la respuesta está en que hay mucho que trabajar en el tema del abuso en contextos empresariales, políticos y sociales. ¿Qué pasa con el trato entre las personas? Y como yo lo viví dentro de la Iglesia, claro, mi aporte más potente parte por ahí”, asegura.

LA ACEPTACIÓN

Las implicancias en su vida de su relación con Karadima han sido fruto de un trabajo de muchos años de esfuerzo familiar y terapia. Esto se cristalizó cuando, en 2018, fue uno de los invitados por el Papa Francisco a relatar su testimonio.

“Al estar en Roma decidimos entrar con dos personas más a la reunión con el Papa. Estuvimos 45 minutos conversando y fue un momento muy bonito en que nos pidió perdón en nombre de la Iglesia por lo que habíamos vivido. Yo le llevé un documento sobre “control mental destructivo”, porque le hice un símil de que lo que yo había experimentado era lo mismo que otras personas en sectas. Pero que, en este caso, estaba cubierto y amparado por la doctrina católica, que había sido utilizada de una manera torcida. Esto hacía mucho más imparable la fuerza que tenía sobre uno. Fue una instancia muy bonita, lo reconozco. Tengo cierta frustración, en el sentido de que creo que no han ocurrido las cosas que yo habría esperado que ocurrieran. Tampoco quiero juzgar, porque hay tanta información que uno no conoce, que uno no sabe.

—En ese momento, ¿tú sentiste que fue una reconciliación con tu fe, tal vez, con la Iglesia? ¿Qué pasó contigo en ese momento?

—Con todo esto mi fe en Dios se ha fortalecido y siento que ha madurado. Porque Karadima nos transmitió una fe que yo califico como mágica, llena de fetichismo, de oracioncitas con las cuales realmente he cortado (…). Pero siento que hay un Dios que me quiere y mucho. Que me ha cuidado, así como mi papá me decía que a él lo había cuidado en la guerra. Yo creo en la sinceridad del Papa, de dolerse por lo que uno vivió y dentro del aislamiento que debe provocar ese cargo, él debe tratar de hacer cosas y no siempre le acierta.

Él se conmovió por lo que vivimos nosotros y todos quienes lo visitamos esa vez. Él nos quiso regalar un fin de semana cultural, si se quiere llamar, y la posibilidad de que a uno el Papa le pida el perdón. ¿Qué más puedo pedir yo? ¿Sabes qué más? Está perdonado. Karadima está perdonado. Están todos perdonados.

— ¿Tú perdonas a Karadima?

—Sí. Absolutamente. Ese ha sido mi proceso y respeto profundamente a quienes están en otra etapa o que les es difícil o imposible hacerlo. Cada persona tiene sus tiempos y dolores. Ahora, yo creo que hay aspectos que sí se manejaron defendiendo a la institución por encima de las personas. Y te puedo decir que todavía hay personas que sufren abuso al interior de la Iglesia. Pero, ¿qué gano con envenenar mi vida con un odio a Karadima? Mira, él murió solo, en un hogar de enfermos mentales de escasos recursos. Qué cosa más triste. Un hombre viejo, al que nosotros mismos encumbramos y transformamos en este ídolo… ¿Sabes qué más? Cambio y fuera.