• Revista Nº 167
  • Por Isabel Soublette De Saint Luc
  • Ilustraciones Paulina Bustamante

Dossier

Identidad robada

Todo se inicia con una autoridad que anula al otro. El abuso de conciencia generalmente precede al abuso sexual, por lo que es importantísimo visibilizarlo, comprenderlo en los contextos educativos, familiares y escolares para poner al centro de la discusión el cómo cuidar esa dimensión propia y única de la experiencia que se llama conciencia.

Durante el último tiempo se han dado a conocer en profundidad terribles  casos de abuso sexual dentro de las comunidades religiosas y el daño ocasionado a las víctimas. Sin embargo, es igualmente relevante ahondar en otra problemática, también muy grave:  el abuso de conciencia o espiritual.

Este fenómeno es constitutivo de las dinámicas donde hay asimetría de poder, como en la relación madre e hija o profesor y alumno, los que, si bien no son determinantes en la vida de una persona, influyen significativamente en su desarrollo.

El problema, entonces, está en el equilibrio que debe mantenerse para conservar la dignidad personal. La sensación de libertad, de participación, de validación y reconocimiento, y seguir siendo uno mismo dentro de dichos distintos roles.

Se trata de proteger un tipo de simetría que jamás debiera ser sometida al poder; esa dimensión que emerge en el encuentro de unos con otros. Un lugar de soberanía donde la última palabra la tiene cada persona en calidad de protagonista y responsable de sí misma en su propia conciencia.

OBEDIENCIA CIEGA

Existen dos textos que abordan el fenómeno del abuso espiritual y que son referentes en este tema. Uno es Escapando del laberinto del abuso espiritual, escrito por los psicólogos ingleses Lisa Oakley y Justin Humphreys, a partir del testimonio de sus pacientes. Para ellos, “el abuso espiritual es una forma de abuso emocional y psicológico. Se caracteriza por un patrón sistemático de comportamiento coercitivo y controlador en un contexto religioso. El abuso espiritual puede tener un impacto profundamente dañino en aquellos que lo experimentan. Este abuso puede incluir: manipulación y aprovechamiento, rendición de cuenta forzada, censura de la toma de decisiones, exigencia de secreto y silencio, coerción para amoldarse, control mediante el uso de textos o enseñanzas sagradas, exigencia de obediencia al abusador, la suposición de que el abusador tiene una posición ‘divina’, aislamiento como medio de castigo y superioridad y elitismo”, (Oakley, L.; Humphreys, J., 2018).

El otro texto es Los riesgos y derivas de la vida religiosa, de Dysmas de Lassus, actual prior del monasterio de la “Grande Chartreuse”, en el que denuncia los comportamientos inaceptables por parte de los superiores o fundadores de comunidades religiosas masculinas y femeninas.

En él define el abuso espiritual como un maltrato espiritual y psicológico infligido a una persona que la debilita y puede destruirla, volviéndola dependiente tanto psicológica como espiritualmente. Habría abuso espiritual cuando alguien (pastor, sacerdote, dirigente cristiano de un grupo de oración, comunidad o parroquia) utiliza su posición de autoridad para controlar o dominar a una o varias personas, y también cuando un líder satisface sus propias necesidades psicológicas o las de la institución a cargo, gracias a su posición de poder. Es un abuso de autoridad que tiene el agravante de utilizar la autoridad divina con el fin de dominar a una o varias personas. El abusador, tomando el lugar de Dios, obstruye o anula la libertad de juicio de la víctima y le impide estar a solas con Dios en su conciencia. Dado que es perpetrado por un representante de la Iglesia, siempre tiene una dimensión institucional.

 

HACIA UNA DEFINICIÓN DE CONCIENCIA

Si hablamos de abuso de conciencia, veamos brevemente qué se entiende por conciencia desde la teología católica y desde la psicología, concretamente, desde la corriente postracionalista. El Concilio Vaticano II y el Magisterio eclesiástico posterior proponen tres dimensiones de la conciencia:

  1. En primer lugar, como instrumento para reconocer la ley de Dios (conscientia habitualis): “En lo profundo de su conciencia, el ser humano descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal. Haz esto, evita aquello”. En este contexto, la ley de Dios se asocia a la ley natural.
  2. En segundo lugar, la conciencia como acto de juicio (conscientia actualis): “La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer”. En tercer lugar, la conciencia como lugar de encuentro con Dios: “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del ser humano, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más profundo de él”.

Los estudios del neurobiólogo chileno Francisco Varela son un aporte al enriquecer la noción de conciencia. Todos imaginamos un lugar adentro del cerebro con el que se capta “la realidad” a través de un proceso de reflexión donde se busca la objetividad de las cosas, la verdad. Sin embargo, Varela nos sorprende al mostrar el fenómeno como algo que emerge en el encuentro de unos con otros y con el entorno, una experiencia intersubjetiva cuyo resultado es que nos sentimos existiendo momento a momento en una “realidad” de la que nos sentimos parte. Se nos abre, apareciendo simultáneamente, el sentido de ser yo, de los otros y de un entorno.

Otro aspecto novedoso es que le otorgamos un significado subjetivo a la realidad, porque vivimos sumerigidos en una trama simbólica que llamamos “mundo”. Todo esto ocurre simultáneamente y en la “conciencia encarnada” o presente vivo, donde se integran lo corporal, lo mental y lo emocional. Es la manera particular como se me aparece la realidad en el encuentro con otros y las cosas; fenómeno siempre de naturaleza emocional. Primero siento y luego pienso. Esto significa que el punto de vista de cada persona es siempre subjetivo y su valor no reside en el grado de objetividad, sino en la propiedad y singularidad de la experiencia. Somos los únicos expertos en nosotros mismos.

No nacemos con identidad. Esta es el resultado en el tiempo del encuentro con los otros. Como no hay identidad sin mirada, cabe preguntarse qué tipo de mirada permite el desarrollo y el fortalecimiento de la conciencia propia, dando origen a una identidad.

El ser humano parte su vida en el máximo grado de vulnerabilidad necesitando de un otro para sobrevivir, confiando ciegamente en su cuidado, sin defensa que le permita protegerse del poder total de los que lo tienen a su cargo; así sucede también con los niños y adolescentes que, a pesar de un grado creciente de autonomía, tienden a creer en forma radical en las figuras de autoridad, las que tienen un grado de influencia muy poderoso sobre la conciencia de otros. Es por eso que los y las jóvenes que inician un camino religioso son vulnerables.

Sabemos que es imposible llegar a ser alguien sin referentes y dejar de ser referente para otros, por lo que debiéramos reeducarnos para distinguir los límites adecuados de dicha influencia.

Permitir que nuestros hijos, alumnos o personas a cargo nos endiosen es distorsionar el sentido del poder, es sobrepasar sus límites poniendo en riesgo la salud mental de la dinámica relacional de un grupo, ya que entonces solo cabe someterse o rebelarse en exceso.

 

LIBERTAD CON CULPA

En la adolescencia, la radicalidad es muy común, por las ansias de absoluto y por la generosidad y la confianza con la que las y los jóvenes se embarcan en sus distintas aventuras de vida. Esa conmovedora fuerza vital, que es capaz de todo con tal de lograr sus ideales, es el punto de partida de quienes ingresan a las distintas comunidades o grupos religiosos. En el caso del abuso de conciencia, esto lleva al sometimiento voluntario por un fuerte idealismo, igualando la voluntad de Dios con la de los o las superioras, poder que finalmente no podrá ser contrarrestado porque no hay con qué hacerlo; se ha perdido el juicio crítico por un poder que lo anula sistemáticamente.

Desde la psicología, lo central del abuso de conciencia es la redefinición constante por parte de los superiores, reinterpretando la experiencia individual desde un código de verdades “objetivas” iguales para todos, uniformando así a los integrantes, borrando toda expresión de autenticidad porque atentaría contra el sistema. El bien que se debe proteger termina siendo el sistema y no las personas, y la conciencia termina siendo capturada.

El significado de santidad es uno de los temas recurrentes en el testimonio de las víctimas. En nombre de Dios, y favorecidos por el ideal de “santidad”, se llega a aberraciones donde se arriesga la salud mental.

Una persona que se niega a sí misma en su conciencia está siendo abusada, y los efectos son la imposibilidad de ser si no se es definido completamente desde afuera. Es por eso que el camino de salida es tan complejo. Una mujer cuenta que, dentro de su comunidad, pensar era un acto de egocentrismo, de orgullo, por lo que tras quedar “libre” el hacerlo le genera culpa y miedo, acompañado de mucha angustia por no saber afirmarse en su criterio.

Perder el referente absoluto durante 20 años puede llevar incluso el suicidio. Otra mujer en el proceso de salida dice: “Qué bueno que ahora me busco a mí misma, porque tengo que rehacerme”. Este testimonio refleja muy bien la índole de la reparación psicológica que se debe hacer.

SIGNOS DE ALERTA

Hay casos donde el abusador es un psicópata que persigue el dominio total sobre el otro, al que considera objeto de sus deseos, logrando el control sobre su conciencia para beneficio personal. Pero también se da el mismo abuso de conciencia en comunidades donde el o la líder tienen buenas intenciones, cualidades de líder innegables. Percibidos como personas carismáticas, ocurre que los seguidores, al idealizar al líder, renuncian a su propio juicio y se genera una dinámica de maestro-discípulo abusiva, sin la intención de serlo. En este caso se habla de una cultura que propicia el abuso de conciencia en forma de círculo vicioso.

Las reglas impuestas por la comunidad fueron sin duda creadas desde una necesidad sana y legítima, pero es urgente revisarlas a la luz de los testimonios de aquellas(os) que se ven obligados a dejar su comunidad religiosa con el sentimiento de sentirse anulados en su conciencia.

La idea del sufrimiento como herramienta de salvación de las almas, la obediencia ciega a los superiores, la exigencia de apertura total de la intimidad ante los superiores, y la renuncia absoluta del propio juicio, van generando una cultura del silencio y el secretismo donde se hace cada vez más difícil el discernimiento por parte de los participantes. La voz de la superiora o superior se convierte en la voluntad divina, generando un funcionamiento sectario aislado del mundo, sin la posibilidad de confrontarse con otra realidad y llegando a perder todo sentido común.

El abuso de conciencia precede al abuso sexual por lo que nos parece importantísimo visibilizarlo, comprenderlo en los contextos educativos, familiares y escolares, para poner al centro de la discusión el cómo cuidar esa dimensión propia y única de la experiencia que llamamos conciencia, la que se encuentra a la base de lo que reconocemos como identidad propia.

Algunos signos claros de alerta son la confianza ciega en un líder, la pérdida del propio punto de vista, del juicio crítico, la desconfianza absoluta en cualquier manifestación de duda o diferencia por parte de personas externas al grupo, orden de alejamiento de la familia o seres queridos y el impedimento para acceder libremente a distintas fuentes de información (adoctrinamiento).

Si queremos protegernos del abuso de conciencia es necesario comenzar por reconocernos en la diversidad y saber cómo convivir en ella. La uniformidad de las conciencias no significa armonía, ni acuerdo, si es que se ven forzadas a someterse a un poder total.

  • Oakley, L.; Humphreys, J. Escapando del laberinto del abuso espiritual, Ediciones UC, 2021.
  • De Lassus, Dom Dysmas.  Prieur de Chartreuse; Risques et Dérives de la Vie Religieuse. Préface de Mgr. José Rodríguez Carballo. Les Éditions du Cerf, 2020.