conexiones cerebrales que estudia la neurociencia
  • Revista Nº 150
  • Por Francisco Aboitiz Domínguez

Dossier

La Neurociencia: mentes poderosas

La Neurociencia nos permitirá hacer profundos avances en la comprensión del cerebro humano y mejorar significativamente nuestra calidad de vida. Sin embargo, esta disciplina puede ser bien o mal utilizada, y eso depende principalmente de los estándares éticos que se establezcan culturalmente. El éxito de esta corriente científica nos planteará el problema de depender de algoritmos computacionales paratomar decisiones importantes, odedesarrollar implantes o modificaciones genéticas que aumenten nuestras capacidades intelectuales a niveles insospechados.

La vida moderna y el desarrollo de la civilización nos someten a exigencias desconocidas para nuestros antepasados, como el aprendizaje de la lectura, de la computación y el manejo del estrés social.  Debemos adaptarnos constantemente a estas nuevas contingencias en una carrera donde cada generación se enfrenta a nuevos desafíos cognitivos y emocionales.

Por ejemplo, la dislexia no existía antes del desarrollo de la lectoescritura, y algunos proponen que condiciones como el trastorno por déficit atencional e hiperactividad y el autismo se han hecho más prevalentes con el desarrollo de la vida moderna. De hecho, la otra cara del aumento del bienestar físico que gozamos es que la salud mental, desde los trastornos del aprendizaje a la depresión y otras condiciones, se pronostica como uno de los mayores problemas sanitarios del futuro.

En este contexto, se ha puesto de moda el término “Neurociencia”, que involucra el estudio del cerebro humano y las posibles aplicaciones de este conocimiento a la vida humana. Si bien esta disciplina tiene un origen científico y se han generado avances notables en esta línea, también se ha producido un uso indiscriminado del concepto y, a veces, se han sobredimensionado los alcances que esta puede tener.

CUESTIONES ÉTICAS

La Neurociencia surgió como disciplina científica en la década de 1970, cuando convergieron distintas metodologías con el ambicioso objetivo de comprender el funcionamiento integrado del cerebro, desde lo molecular hasta lo psicológico.

Un avance significativo ocurrió en la década de los 90 con la llamada revolución de las imágenes y el desarrollo de técnicas que permitieron visualizar de manera inocua la anatomía y  el funcionamiento del cerebro humano en personas vivas.

En analogía con el ya conocido proyecto del genoma humano, se inició en 2013 el proyecto del cerebro humano, iniciativa que intenta descifrar el funcionamiento del sistema nervioso en todos sus niveles, en escalas de tiempo desde milisegundos a años.

Más recientemente, se han producido “minicerebros” en el laboratorio a partir de células madre humanas, que desarrollan estructuras similares a la corteza cerebral, la retina y otros componentes del sistema nervioso. Ya se discuten los problemas éticos que se vislumbran para el futuro con estas nuevas tecnologías. Supongamos que eventualmente, estos minicerebros llegaran a desarrollar conciencia: ¿podrían ellos tener derechos humanos?


El transhumanismo.

Es una corriente de pensamiento que aspira a mejorar el funcionamiento cerebral y físico a través  de implantes basados en la inteligencia artificial, esto es, usando programas computacionales que aprenden, procesan imágenes, manejan datos, resuelven problemas, controlan robots y que pueden superar a los seres humanos en ciertas funciones. El transhumanismo en su forma más extrema aspira a liberar a la persona de sus limitaciones biológicas y transformarla en una en una entidad tecnológica e inmortal.

La Neurociencia ha sido exitosa, no solo para avanzar en la comprensión de los fenómenos mentales, sino que ha permitido mejorar la calidad de vida de las personas.

En particular, la Neurofarmacología ha aliviado el sufrimiento de muchísimos pacientes que sufren trastornos mentales desde el déficit de atención hasta la enfermedad de Alzheimer, aunque debe señalarse que aún no existe una cura definitiva para estas condiciones.

Gracias al desarrollo de la inteligencia artificial y de la robótica ha surgido además una serie de tecnologías promisorias, como las interfaces cerebro-computador y el desarrollo de prótesis robóticas, que han permitido comunicarse a los pacientes que no pueden hacerlo, generar visión en personas ciegas o permitir el movimiento de discapacitados físicos. También se está estudiando el uso de estas tecnologías en pacientes psiquiátricos como estrategia terapéutica.

imágen digital del cerebro humano

UN ALGORITMO PARA DECIDIR

Por otro lado, existen dos aristas respecto del desarrollo de  la Neurociencia que, a mi juicio, requieren de una mayor discusión. En primer lugar, hay áreas donde la aplicación de esta disciplina a la vida humana es aún prematura. En este contexto es que han surgido un sinnúmero de términos que usan el prefijo “neuro”, como “neuroeconomía”, “neuromarketing”, “neurofeedback”, “neuroinsight”, “neuroeducación”, y “neuro-lo-que-sea”, incluyendo la propaganda de bebidas “neuroenergéticas”. Algunos de estos conceptos están fundamentados en rigurosos estudios científicos, pero lamentablemente la Neurociencia se ha sobreutilizado en forma muy poco crítica en el mercado.

Desafortunadamente, el público desconoce que existen cuestionamientos muy severos respecto de la aplicación laxa de los conceptos derivados de la investigación científica como productos de venta comercial. Toda esta propaganda pseudocientífica no hace más que reflejar la ambición por mejorar nuestras capacidades físicas y mentales.

El segundo aspecto que requiere reflexión es que, de ser exitosa a largo plazo, la Neurociencia y otras tecnologías eventualmente nos plantearán el problema de si pasaremos   a depender de algoritmos computacionales para decidir qué oficio tendremos o para elegir nuestra pareja (como ya usamos los navegadores por GPS), o si desarrollaremos implantes o modificaciones genéticas que aumenten nuestras capacidades mentales y físicas a niveles insospechados. Una forma extrema de esta postura es la tendencia del transhumanismo (ver recuadro), una especie de fundamentalismo tecnológico que pretende desafiar al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Pero incluso en instancias menos radicales, se nos podrían presentar dilemas éticos muy profundos. Si surgiera un producto que puede compensar los déficits mentales en individuos con demencia o que optimice el aprendizaje en niños con problemas educacionales, ¿por qué no aplicarlo en nosotros mismos o en nuestros hijos normales para mejorar el rendimiento cognitivo y emocional, suponiendo que no tuviese efectos adversos? Si esta tendencia se prolonga, ¿llegaríamos a ser superhumanos?

La Neurociencia nos permitirá hacer profundos avances en la comprensión de la mente humana, y puede mejorar significativamente nuestra calidad de vida. Sin embargo, como todo conocimiento, puede ser bien o mal utilizado, y eso depende principalmente de los estándares éticos que se establecen culturalmente. A mi juicio, aún es temprano para que aparezcan las mejores aplicaciones de estas investigaciones, pero definitivamente vale la pena hacer el esfuerzo por desarrollarlas bajo un estricto cuidado ético y moral.

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