Ministerio de Obras Públicas: los cimientos humanos y materiales de Chile.
En 1887 fue creado el Ministerio de Industria, Obras Públicas y Colonización, institucionalizando así la necesidad de construir las raíces materiales del país. Desde su nacimiento, este vigiló el desarrollo industrial, la construcción de ferrocarriles, caminos, edificios públicos, líneas de telégrafos y los proyectos de inmigración para la colonización del territorio deshabitado. Tras aquellos objetivos se cernía una imagen país basada en la idea moderna de progreso, que concebía la mejora de la condición humana en torno a los conceptos de crecimiento, educación, ciencia y comunicaciones.
“Estamos orgullosos de cumplir más de 125 años al servicio del país”, se escucha tras el teléfono la grabación que comunica con la mesa central del Ministerio de Obras Públicas (MOP). El discurso continúa: “obras que unen chilenos”; “mira cómo progresa Chile”; “dotando al país de una infraestructura cada vez más eficiente”. Todas son frases que caracterizan al trabajo centenario del ministerio. No son del todo modernas. Ya estaban presentes en su creación durante al gobierno de José Manuel Balmaceda, mediante el proyecto de ley del 21 de junio de 1887, que reorganizó los ministerios del Estado.
Desde un principio existió consenso entre los parlamentarios respecto de cuál debía ser la misión que tenía que cumplir el nuevo departamento de Estado. Hubo un acuerdo transversal de que era necesario y útil para el país canalizar todos los esfuerzos en materia de infraestructura y vialidad por medio de una institución y personal adecuado. En la visión de los honorables, existía la idea de que Chile de fines del siglo XIX requería reconstruirse sobre la base de una ciudadanía civilizada y una nación institucionalmente homogénea. Para lograr la institucionalización se reformó el sistema nacional de educación y para la segunda, fue creado el Ministerio de Industria, Obras Públicas y Colonización (Boletín de Industria y Obras Públicas, Santiago, 1887). Básicamente se trataba de dar forma física definitiva al país, y continuar con la tarea de conectar sus diversas zonas geográficas.
En efecto, el hermano mayor del actual MOP compartía labores con el desarrollo industrial y con las políticas públicas dirigidas a poblar las zonas deshabitadas del país. Fue todo planificado bajo una lógica moderna. El desarrollo de los pueblos no era factible sin una industria nacional que le sirviera de base. A su vez, su funcionamiento debía ser posible para y por el desarrollo de las obras públicas. Ambas requerían capital humano y la explotación de recursos naturales; colonizar el sur y el norte; traer a gente industriosa como los alemanes; mover a los gañanes y jornaleros hacia las salitreras; educar a niños y adultos en escuelas técnicas, mineras, agrícolas y profesionales. En resumen, comunicar y conectar al país, que era lo mismo que unificar y homogeneizar. Aquella fue la panacea de los pueblos modernos y civilizados.
En la teoría, la ley que creó el nuevo ministerio era adecuada desde todo punto de vista. En la práctica, los obstáculos aparecieron a los meses de ser aprobada. En la memoria del ministerio correspondiente al año 1888, Pedro Montt (primer ministro del ramo y Presidente de la República en el período 1906-1910) se quejaba señalando la falta de personal técnico para “vigilar” las construcciones, la necesidad de una oficina con elementos suficientes para preparar los planos, calcular presupuestos y dirigir obras para su ejecución inmediata. En respuesta a sus quejas, ese mismo año fue creada la Dirección de Obras Públicas, preludio del ministerio que finalmente llevaría su nombre. Y para mayor regocijo del ministro, meses más tarde fue fundado el Instituto de Ingenieros de Chile. Cabe señalar la importancia de estos profesionales en la construcción material del país. Si bien en un principio fueron escasos y reemplazados por extranjeros, ya una vez entrado el siglo XX fueron ellos quienes dirigieron las obras más importantes. En este caso el camino no estaba pavimentado, siendo conscientes de que en Chile, en materia de ingeniería, estaba todo por hacerse.
Posiblemente 1888 sea el año que marca el inicio de la infraestructura moderna del país. Y por moderna entendemos la institucionalización y profesionalización de las obras públicas, adquiriendo un modo más sistemático de trabajo y con una orientación más racional. Como el objetivo era unificar y homogeneizar las instituciones, se crearon planos tipos para escuelas, cárceles, diques, malecones, faros, muelles y otros edificios públicos. A ello se añadía la construcción de líneas de telégrafos, telefonía estatal y una red ferroviaria que alcanzó una longitud de 7.658 km de vías en 1913, transportando cerca de 21 millones de pasajeros en 1946 y 27 millones en 1973.
Pese a estos avances y al optimismo inicial, tanto el Estado como los ingenieros advirtieron los resultados poco halagadores de las inversiones en recursos públicos, en inmigración y en el fomento de la industria. Las razones han sido estudiadas por la historiografía chilena que conceptualiza el periodo como “la crisis del centenario”. Los intelectuales contemporáneos también fueron conscientes de que los esfuerzos humanos y materiales gastados no habían hecho de Chile un país necesariamente moderno. No obstante, en materia de obras públicas, con la reestructuración del ministerio (1910-1924: Ministerio de Industria, Obras Públicas y Ferrocarriles) y el trabajo de los ingenieros se formó un plan general de obras cuyo lema fue “no abandonar lo útil por lo grandioso”. En otras palabras, se pasó del idealismo al pragmatismo. Buena parte del siglo XX chileno fue construido materialmente bajo aquel carácter.
Y es que la idea de edificar una infraestructura que fuese perenne, reflejo de la nación, era tan loca como loca era la geografía que en vano podían homogeneizar: los terremotos, los volcanes, las montañas, los valles, el desierto, la tundra. La diversidad geográfica del país fue, a la larga, el más grande de los obstáculos y, a la vez, el mayor de los desafíos de las obras públicas. En Chile, “país de senda interrumpida”, nada perdura, señalaba acertadamente Benjamín Subercaseaux en su ya clásico libro Chile o una loca geografía (nótese que la “o” se utiliza como conjunción disyuntiva para denotar equivalencia).
Han transcurrido más de 125 años sirviendo al país. Existen instituciones que permanecen. El Ministerio de Obras Públicas es una de ellas. Porque el país lo requiere. Porque es el reflejo y la canalización de la geografía chilena. Esa geografía escurridiza, trágica, cambiante, desafiante, provisoria. Como lo dijo el propio Subercaseaux: “Lo provisorio se hace definitivo sin perder su carácter de provisorio”. No existe mejor definición para nuestro territorio. Ni tampoco para las obras públicas que en este suelo se cimientan.
PARA LEER MÁS
- Benjamín Subercaseaux, Chile o una loca geografía, Santiago, Zigzag, 1969.
- Cámara Chilena de la Construcción. Anales del Instituto de Ingenieros de Chile. Ingeniería y sociedad. Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile. Tomo 51. Santiago, Dibam; PUC, 2011.
- Boletín de Industria y Obras Públicas, Santiago, 1887.