pies de una persona vendiendo libros en la calle, transgrediendo la propiedad intelectual
  • Revista Nº 155
  • Por Diego Zúñiga Henríquez

Dossier

Propiedad intelectual: el mal arte de piratear

Hace unos meses, Chile apareció en una lista negra de los países que menos respetan la propiedad intelectual, según un informe de Estados Unidos. La piratería de libros, películas y música es un problema que no parece acabar, aunque sus formas han cambiado en los últimos años.

Conviven en una cierta armonía los originales y los piratas, ahí, en ese puesto de libros de San Diego, a solo unos metros de la Alameda. A solo unos metros, también, un grupo de carabineros aguarda algo que no se sabe bien qué es, pero sin duda que no tiene nada que ver con que en este puesto –que tiene forma de kiosko–, y en los demás que hay en esta vereda de San Diego, se vendan, sin mayores problemas, tanto libros originales como piratas.

A ratos, de hecho, son imposibles de distinguir. “¿Cuánto sale este?”, le pregunto al vendedor, indicándole el primer tomo de Historia secreta de Chile, de Jorge Baradit, esa trilogía que ha vendido más de trescientos mil ejemplares en solo un par de años. “A tres luquitas”, responde rápido y estira unos segundos la frase para luego añadir, mostrando los otros tomos de la trilogía: “Y dos en cinco”.

El ejemplar está envuelto en plástico. Si uno lo mira sin detenerse mucho en los detalles, podría dudar, pero no de forma tajante, acerca de su originalidad. Pero abrirlo es otra historia y tocarlo, ya sin plástico, también. Son los materiales más precarios, los colores de la impresión en la portada, la textura de las hojas.

Detalles. Detalles importantes, pero que quizás se vuelven algo irrelevantes para los consumidores a la hora de hacer comparaciones de precios. Porque ese libro, en su versión original cuesta $10.000, es decir, más del triple que la versión pirata que el vendedor ofrece.

De hecho, el cálculo es más brutal: por esos mismos $10.000 que cuesta un tomo de la trilogía de Baradit, un comprador podría llevarse la trilogía completa más un ejemplar de La dictadura, su último lanzamiento.

Las cifras son elocuentes –y quizás explican el fenómeno que da vida a la piratería de libros y de otros productos ligados a la industria creativa–, pero esta es una historia un poco más compleja.

En la lista negra

A fines de abril se dio a conocer el informe “Special 301”, que realiza anualmente la Oficina del Representante del Comercio Exterior de Estados Unidos, cuyo objetivo es “identificar socios comerciales que no protegen de manera adecuada o efectivamente, y no aseguran los derechos de propiedad intelectual o deniegan acceso a los mercados de los innovadores y creadores de Estados Unidos”.
En esa lista negra de piratería, Chile volvió a aparecer, tal como en 2018.

Esta vez junto a otros diez países como China, India, Argentina, Venezuela y Arabia Saudita.
El informe reconoció progresos por parte de las autoridades nacionales, pero resaltó que en materia de piratería digital aún había trabajo por hacer. Esta lista negra no fue bien recibida por el Instituto Nacional de Propiedad Intelectual (Inapi), organismo a cargo de revisar el cumplimiento de las leyes de propiedad intelectual en nuestro país. La consideraron, de hecho, “contradictoria”.

En su momento, el director subrogante de Inapi –organismo dependiente del Ministerio de Economía y que fue creado en 2009– dijo en una entrevista a Emol que veían el informe con cierta distancia. “Nosotros somos la segunda oficina más innovadora del mundo – explicó– en estos últimos años establecimos una brigada especial de la Policía de Investigaciones, múltiples leyes que se han tramitado, entre otras cosas (…). Es decir, ha habido un impulso enorme respecto de los temas de propiedad intelectual en nuestro país. Por eso nos parece
incluso contradictorio o lejano (el informe)”.

Un delito que aumenta

Un delito que aumenta

En términos de la industria cultural en Chile, la Brigada Investigadora de Delitos de Propiedad Intelec tual (Bridepi) tiene los ojos encima del merc ado negro de libros. Este año, ya han incautado cerca de 8.000 ejemplares piratas, cifra similar a la que decomisaron durante todo el 2018: 8.338 títulos. En la imagen, un operativo de incautación de textos piratas en la calle San Diego, realizado en febrero pasado. Fotografía gentileza PDI.

Marco Antonio León, 51 años, subprefecto de Investigaciones, es el jefe de la Brigada de Delitos de Propiedad Intelectual (Bridepi) de la PDI y uno de los hombres que conoce mejor el negocio de la piratería en Chile. Lo viene investigando desde hace años –cuando trabajaba en la unidad territorial de la PDI en Ñuñoa, en 2000 y 2001– y desde el año pasado está a cargo de esta brigada, que es parte del área de delito económico de Investigaciones.

Estos años de experiencia le permiten a Marco León mirar con perspectiva este fenómeno en nuestro país, pues ha ido viendo –como protagonista– las transformaciones que ha vivido este negocio. “Hace unos años, todo era bastante rudimentario”, cuenta León. “Cuando uno compraba un libro pirata en el Paseo Ahumada, se le salían las hojas, a veces estabas leyendo y saltabas de la página 52 a la 58, o algunas páginas venían invertidas, cosas así. Como la tecnología ha avanzado y, además, se han abaratado las materias primas, los productos de estas imprentas han mejorado mucho, por lo que le hacen cada vez más competencia (una competencia desleal) al texto original”.

—¿Y en el caso de las películas y la música?
—También ha habido una evolución, pero esa piratería ahora está centrada en los casos a pedido. Antiguamente se hacía macro; tú encontrabas de todo: música, películas. Ahora es específico, porque tienen una tremenda competencia que es internet. Como Netflix y Spotify no son caros, han hecho que este tipo de tráfico disminuya mucho en los últimos años.

Piratería a pedido

En mayo de 2010, Alberto Fuguet publicaba en la revista Qué Pasa una crónica titulada “El ‘díler’ digital”, en la que contaba la historia de un sicólogo de 32 años, funcionario del Sename, que los fines de semana se dedicaba a copiar películas y repartirlas a distintos clientes en Providencia y Vitacura. Este “díler” digital no consideraba que estuviera cometiendo un delito.

Roberto (37) –cuyo nombre real prefirió resguardar– tampoco: vende libros desde hace “muchos años” en uno de los kioskos de San Diego. Libros originales y falsificados: “Aquí es la misma gente la que prefiere los piratas porque son dos o tres veces más baratos, amigo. ¿Qué puedo hacer? Vienen mamás a comprar libros que le piden a sus hijos en el colegio (el original cuesta cerca de diez lucas, los otros, tres) –explica Roberto–. Todos prefieren la opción más barata. Y si yo no la tengo, se van a comprar al lado y pierdo de vender. No puedo no tenerla”.

—¿Pero estás consciente de que detrás de un libro hay mucho trabajo que se pasa a llevar cuando se falsifica?
—Supongo, pero yo no me puedo hacer cargo de eso. ¿Por qué cuestan tan caros los libros originales? ¿Por qué los sueldos de la gente son tan miserables? Yo creo que es un tema más profundo.

Si miramos hacia los países vecinos, en Perú, por ejemplo, la industria ilegal mueve millones y millones de dólares. La Cámara Peruana del Libro calcula que al año la piratería mueve aproximadamente unos 150 millones de soles (30.000 millones de pesos). Y en Argentina, las pérdidas se calculan en unos 150 millones de dólares con respecto al comercio ilegal de libros, según la Cámara Argentina del Libro.

Triste ranking

Triste ranking

Entre los libros más falsificados a nivel nacional, en el periodo 2017-2019, se encuentran títulos como: Historia secreta de Chile, de Jorge Baradit; Más allá del invierno, de Isabel Allende; Somos polvo de estrellas, de José Maza; El hombre que miraba al cielo, de Hernán Rivera Letelier; Logia, de Francisco Ortega, y Madre que estás en los cielos, de Pablo Simonetti (Fuente: La Tercera, 22 de mayo 2019). Fotografía gentileza PDI.

Dulce condena

Uno avanza por los puestos de libros de San Diego y los va identificando: piratas, originales, piratas, originales. Si bien las tecnologías lograron que las versiones falsas hayan mejorado, la diferencia aún existe. Y se hace presente, sobre todo, en los precios. De pronto, un ejemplar de Los detectives salvajes, en la edición Compactos de Anagrama, cuesta solo $5.000 –un precio imposible, incluso si es que fuera usado–.

Más allá, prácticamente todos los libros que hoy aparecen en la lista de los más vendidos de El Mercurio están expuestos y pirateados: Largo pétalo de mar, de Isabel Allende; Barrio bravo: las gambetas de la vida, los libros del profesor Maza, De animales a dioses, de Yuval Noah Harari, entre algunos que nunca dejan de estar ahí, como los de Lemebel.

En términos de la industria cultural en Chile, la Bridepi tiene los ojos encima del mercado negro de libros. Este año, de hecho, ya han incautado cerca de 8.000 textos falsificados, cifra similar a la que decomisaron durante todo el año 2018: 8.338 títulos. “Uno de los problemas de esto es que las condenas son muy bajas –explica el subprefecto León–. Muchas de ellas son sanciones que van al papel de antecedentes aparejadas de una multa. El que se arriesga a comercializar piratería sabe que si lo pillan, lo que le costará será una multa y tendrá una notita en el Registro Civil, sin cárcel, nada más”.


El debido resguardo de los derechos de autor

En Chile, el derecho de autor se encuentra regulado por la Constitución Política de la República (Artículo 19, Nº25) y específicamente por la Ley Nº 17.336, de 1970, sobre Propiedad Intelectual y sus modificaciones posteriores. Entre estas destacan la Ley Nº 19.166, de 1992; 19.912, de 2003, y la última reforma correspondiente a la Ley Nº 20.435, de mayo de 2010.

De acuerdo a esta norma, por el solo hecho de la creación de una obra, el autor chileno o extranjero domiciliado en Chile adquiere una serie de derechos, patrimoniales y morales, que lo protegen del aprovechamiento, la paternidad y la integridad de la obra. La fecha de vigencia de estos derechos es de 70 años después de la muerte del autor. Las multas a las que se exponen quienes transgreden la norma van entre las 5 UTM ($241.500) a las 1.000 UTM ($48.300.000), dependiendo del monto del perjuicio, hasta penas de reclusión.

EDUCAR A LAS NUEVAS GENERACIONES

Un tema complejo es el que está ocurriendo en distintos planteles universitarios del país y que denunció recientemente la Sociedad de Derechos de las Letras (Sadel), entidad sin fines de lucro que realiza la gestión de la propiedad intelectual de autores en Chile. “Expresamos nuestra preocupación y malestar por la renuencia de importantes universidades a reconocer los derechos de autor de los escritores chilenos por el uso de sus obras en el proceso de enseñanza, amparados en la facilidad que actualmente les otorga la tecnología”, declararon en un comunicado en junio.

Frente a esta realidad, la Universidad Católica se encuentra estudiando diversas formas para enfrentar el tema, ya que existen vías expeditas de remunerar el trabajo de los escritores, a través de la firma de licencias colectivas, por ejemplo. Al respecto, la directora de Ediciones UC, M. Angélica Zegers, afirma: “Creo firmemente que las casas de estudio, en su rol de formadoras, tienen que ser extremadamente respetuosas de la propiedad intelectual y el derecho de autor, que no está referido solo a las ciencias biológicas, avances médicos o patentes industriales, sino también a las humanidades. Lamentablemente, hay muy poca conciencia en Chile sobre el abuso que significa fotocopiar o descargar contenidos sin las debidas autorizaciones y esta realidad nos golpea muy fuerte a las editoriales y a toda la cadena de valor del libro. Es nuestro deber educar a las nuevas generaciones”.


#NoCompresLibrosPiratas

“No compres ni descargues libros piratas” es el título de la campaña con la cual la Corporación del Libro y la Lectura quiere condenar este delito y que será lanzada próximamente a través de redes sociales. El objetivo es generar mayor conciencia por el respeto de los derechos de la propiedad intelectual. La iniciativa incluye a autores superventas como Isabel Allende y Jorge Baradit, pero también a otros eslabones fundamentales de la cadena de producción: ilustradores, libreros, fotógrafos, entre otros.

Lo que se quiere destacar es que ellos también se ven afectados por la piratería. “Es necesario generar un cambio de paradigma. No puede ser que leer un libro falsificado sea considerado positivo porque hay que fomentar la lectura. Esto transgrede múltiples valores relevantes para la sociedad, como el resguardo por el trabajo del otro o la honestidad”, explica M. Angélica Zegers, vicepresidenta de esta corporación y directora de Ediciones UC.

A lo anterior agrega que debemos pensar que este flagelo afecta a un sinnúmero de escritores que, aunque todavía no aparecen, si no se les respeta, tal vez nunca van a poder surgir. Además, M. Angélica Zegers opina que hay que generar un nuevo proyecto de ley que ataque este tema de verdad. Por ello, se piensa que una segunda etapa de esta campaña podría incluir la posibilidad de conectarse con parlamentarios para mejorar la normativa. Sin embargo, agrega que una ley nunca será suficiente si no se produce un cambio de mentalidad. “Está probado que solo con multas y penas no se soluciona el problema, si el que consume estos productos no siente que está haciendo algo malo”.

La directora de Ediciones UC concluye que tampoco es válido el argumento del elevado precio de los libros, porque hoy existen un sinnúmero de iniciativas gratuitas para leer en el país.

“LA PIRATERÍA NO ES JUSTICIA SOCIAL”

Alguien que se ha mostrado muy crítico frente al tema de la piratería es Jorge Baradit, quien vio por primera vez un libro suyo en la cuneta mucho antes de que pensara en escribir la trilogía de la Historia secreta de Chile.

“El primero fue Kalfukura (2009), una novela infanto-juvenil que agarró vuelo en los colegios, que es un punto donde la falsificación es muy fuerte–cuenta Baradit–.Tenemos marcada a fuego la frase de Lemebel que dice que la piratería es un honor, una especie de medalla; y también arrastramos esa corriente austera y autoflagelante que dice que el arte no debería redituar, que no hay que hacer comercio con el talento…Y está bien, no hay problema, pero todo eso no implica robo, y la piratería es robo”.

Para Baradit, de hecho, la idea de ver al vendedor de piratería como una suerte de justiciero social es una imagen que rechaza absolutamente. “La piratería no es justicia social, no es una viejita con un mimeógrafo o un colectivo anarquista intentando distribuir cultura para el pueblo chileno. Es una empresa, es capitalismo salvaje en su máxima expresión: no paga impuestos, tiene empleados precarizados, sin contrato, no paga arriendo ni patentes para tener sus maquinarias. Es alguien que estafa a todo el mundo, a toda la cadena de producción”.

Por su parte, Marco León cuenta que no es fácil desbaratar este comercio ilegal, pues son varios eslabones y ellos están concentrados en atacar el inicio de la cadena más que a los vendedores que van con sus mantas a distintos sectores de Santiago o regiones. “Si podemos evitar o sacar de circulación a ese personaje, no tendrán quién compre a la imprenta. Buscamos cortar la cadena de producción. Porque muchas de estas imprentas funcionan de manera legal, entonces no podemos llegar e intervenirlas sin una denuncia”.

Hace unos años, relata Marco León, hicieron una incautación en la que decomisaron 18.000 libros de una sola vez. Fue uno de los golpes más mediáticos de los que recuerda. “Ahora, eso es nada comparado con lo que hay en el mercado –reconoce el subprefecto–, pero es una forma de que demos una muestra del trabajo y una suerte de advertencia: al que venda libros piratas le pasará eso y se le va a detener”.

El escritor Jorge Baradit concluye que la aceptación de la piratería es un fenómeno cultural. “Tenemos que entender que cuando estás comprando un libro pirata, estás pasando a llevar a un montón de trabajadores. Y lo otro importante es entender cuál es el valor de este. Que la gente considere que un texto de diez lucas es caro, cuando no tiene ningún problema en comprarse un combo de bebida y popcorn y entrar al cine por trece lucas, entonces es un problema cultural. Creo que es importante que se reivindique el valor del trabajo que hay para producir un libro. Provocar ese cambio de mentalidad ayudaría mucho a acabar con la piratería”.