• Revista Nº 166
  • Por Gastón Soublette

Especial

Emergencia de la sabiduría popular e indígena

La búsqueda de un fundamento espiritual para la vida es ya un fenómeno que comienza a dar señas de extenderse hacia sectores cada vez más vastos de la población. Lo cual va acompañado de una toma de conciencia del valor que siempre ha tenido el saber de los pueblos originarios y de la gente que habita en zonas rurales, sin que los representantes de la cultura ilustrada lo hayan percibido durante siglos.

 El mundo vive hoy una megacrisis. Ya lo han anunciado muchos pensadores relevantes de la cultura moderna, y desde hace varias décadas.

El hombre común ahora no necesita pruebas de que la crisis ya lo abarca todo. El espectáculo a nivel mundial habla por sí mismo. Tal es lo propio de una megacrisis: su dimensión totalizadora. En el mejor de los casos podríamos imaginar que este fenómeno son dolores de parto por el nacimiento gradual de un nuevo paradigma cultural. La sola idea de que el estallido social del año 2019 en Chile clamara por un “nuevo pacto social” nos aproxima a la idea de que lo que está en crisis es el modelo mismo de la civilización vigente, en todos los aspectos.

La efervescencia social afecta a todas las naciones. La desarticulación de los ecosistemas involucra a todos los países y a toda la naturaleza. El espiral de la violencia delictiva crece por igual en los sitios habitados. El vacío existencial de las masas hacinadas en complejos urbanos desoladores pesa sobre todos los territorios. Un malestar crónico ha llegado a ser la atmósfera común de todos los pueblos.

Ante este espectáculo, es inevitable que las personas que son aún capaces de reflexionar se aproximen a la idea de que esta civilización demuestra hoy estar fracasando en su etapa culminante de crecimiento. La conclusión es que ese tal crecimiento no era necesario para que el homo sapiens siguiera el proceso evolutivo que correspondía a su especie.

Esa idea, la cual subyace en los escritos de los pensadores críticos de este modelo de civilización, no todos la hacen consciente como tal, aunque reflexionan sobre una base que la supone implícitamente. Esto nos lleva, inevitablemente, a poner en duda el valor que hemos atribuido a la racionalidad con que se armó este gigantesco constructo tecnofinanciero que hoy nos agobia.

Esa duda afecta, lógicamente, a los fundamentos de nuestra cultura, los cuales han demostrado al fin su insuficiencia espiritual y moral para sostener la estructura interna y externa de esta civilización en su crisis terminal.

Eso podría explicar, quizás, la espontánea emergencia del interés que hoy suscita la cultura popular e indígena, pero el fenómeno es más vasto de lo que se ve y sus raíces más profundas son inconscientes.

Me refiero a un hastío y una desconfianza por la nacionalidad excesiva de la mentalidad moderna, lo cual genera una búsqueda más razonabilidad como era la proposición del pensador Blaise Pascal. Y esa razonabilidad no es otra cosa sino lo que nuestros antepasados llamaban “sabiduría”, el saber vivencial mediante el cual conocemos el sentido de la vida. Y eso, porque nuestra crisis comienza por la pérdida del sentido. Se hacen muchas cosas al punto de convertir al mundo en un gran basural, pero se ignora para qué.

Tradición oral

Tradición oral

La Lira Popular contiene las composiciones en verso de los poetas populares de mediados de siglo XIX. En su recorrido por el mundo rural, estos cantores dejaron su huella imborrable. Imagen gentileza de Biblioteca Nacional, Memoria Chilena.

“LOS HOMBRES DECISIVOS”

Ese saber tiene dos formas de expresión, una es la tradición de los grandes sabios como lo fueron Sócrates y Confucio, y otra es la sabiduría del sabio popular anónimo y del sabio aborigen. Fuentes del saber fundamental que, pese a sus diferentes formas de expresión con respecto a la lectura ilustrada, es siempre el mismo saber.

El sector más lúdico de la humanidad actual tiende a alejarse de esta excesiva racionalidad, la cual corre el riesgo de perder el sentido de realidad, como un esquema mental impuesto a lo real, y busca la sencillez de las denominaciones originarias que constituyeron el conocimiento del mundo y de los hombres.

Es interesante saber, a este respecto, que Martin Heidegger en la etapa final de su vida emprendió profundos estudios de lingüística para conocer el exacto significado de las palabras que había empleado en sus escritos, motivado solo por el consenso general que hay acerca de ellas. Sus ensayos finales son breves y críticos, escritos en un tiempo de escepticismo que lo empujaba hacia la naturaleza y la amistad de la gente sencilla.

Esa búsqueda, más allá de la racionalidad desmesurada de nuestro discurso, tiene una raigambre remota en el orden natural, pues la pluralidad abrumadora de asuntos que atender y la compleja trama de racionamientos, que ha sido el instrumento mental para el tratamiento de esa problemática, parece habernos alineado la conciencia. Entonces, en virtud de una obligada polaridad surge en ciertas personas “razonables” la necesidad de recurrir a los valores fundantes de nuestra cultura. Aquellos que insensiblemente fueron quedando atrás. Eso explica, como antes se dijo, el gran interés que hoy suscita no tanto la filosofía misma sino el mensaje de los grandes sabios, esos que Karl Jaspers llama “los hombres decisivos”, quienes por trascendencia superan por mucho el calificativo de filósofos. Obras tales como el Libro del Tao y la virtud, de Lao Tse, o el clásico confuciano llamado Libro de las mutaciones son adquiridos por una gran masa de lectores en todos los países del mundo, en tanto que la sabiduría de tradición oral de todas las naciones reaparece con un alto índice editorial también.

Mientras, los filósofos contemporáneos elaboran un pensamiento crítico cada vez más agudo, como es el caso del coreano Biung Chul Han y los antropólogos Morris Berman y Noah Harari. Ellos han llegado al extremo de declarar que el desvío de nuestro destino evolutivo comenzó con la revolución agraria, la cual califican como la gran estafa del historial humano.

La búsqueda de un fundamento espiritual para la vida es un fenómeno que comienza a dar señas de extenderse hacia sectores cada vez más vastos de la población. Este hecho va acompañado de una toma de conciencia del valor que siempre ha tenido el saber de los pueblos originarios y de la gente que habita en zonas rurales, sin que los representantes de la cultura ilustrada lo hayan percibido durante siglos.

Una investigación de los principios de ese saber demuestra que los sabios populares e indígenas, que aún conservan el vasto repertorio de dichos y narraciones sapienciales de culturas seculares, no han perdido aún la consistencia humana personal que se proyecta como un alguien. En los sectores urbanos este tiende a desaparecer por la presión que ejerce este constructo tecnofinanciero y político, apremiado por el tiempo útil.

Sabiduría ancestral

Sabiduría ancestral

Ha nacido en ciertas personas “razonables” la necesidad de recurrir a los valores fundantes de nuestra cultura. En la imagen, una fotografía a la cultura selknam, pueblo indígena del sur de Chile.

FUENTES DE LA FILOSOFÍA DE VIDA DE NUESTRO PUEBLO

A este respecto se puede decir que los grandes temas de la sabiduría universal son el valor del “saber” sobre el “haber”: el conocimiento de sí mismo como fundamento interior de un comportamiento ético, lo cual conlleva necesariamente el imperativo de enfrentarse ante el espejo de la conciencia por amor a la verdad. También, los cuentos populares como una escuela narrativa destinada a la enseñanza de una conducta sensata en la vida, por medio del arquetipo del héroe.

Junto a lo anterior se suma la concepción orgánica del tiempo y la estructura binaria de todo acontecer; la prudencia de quien intuye cuándo corresponde o no actuar. El sentido de comunidad que une a los humanos en torno a grandes verdades implícitas situadas casi inconscientemente en la base del pensamiento y de los actos; la observación aguda y desprejuiciada de la interacción del bien y del mal; La clara conciencia del valor del lenguaje y la prudencia en los juicios, como la necesidad de cuidar el habla de toda proyección excesiva que termina por vaciarla de toda referencia a lo real.

 

 

La promoción del hombre “completo” como modelo humano del que capta la verdad tras las apariencias y actúa con decisión, pero con prudencia en atención a las fases del acontecer. Aquel que por tener “arte” cabe en todas partes, como dice el refrán; jefe de familia que cautela el orden del clan situando a cada uno en su justo lugar. Sereno y activo, valiente y oportuno, respetable en la comunidad por presencia, libre de codicia y del desenfreno neurótico del lucro.

Esa figura humana presentada a los jóvenes de hoy en la educación superior ha suscitado un interés inesperado de grandes dimensiones, aún más que las distantes figuras de los grandes sabios antes mencionados. Así, el refranero y las narraciones que constituyen el texto sapiencial  hablado de nuestro pueblo ha pasado por sobre los clásicos griegos, los confucianos y taoístas. Y lo que más ha sorprendido y suscitado el interés de estos estudiantes es el hecho de que esa semblanza del sabio popular anónimo haya estado presente en nuestra tierra durante siglos, sin que ese hecho haya llegado a nuestro conocimiento.

El autor de este texto, por todo lo dicho, ve la imperiosa necesidad de que en las facultades de Filosofía de las universidades se vea el modo de incluir en sus asignaturas el  estudio  de  estas  fuentes de la filosofía de vida de nuestro pueblo, ese que hoy hace grandes esfuerzos por acceder a las instancias de poder político, desde donde se puedan echar las bases de un nuevo pacto social.

Aula de Pueblos Originarios. Durante 45 años, el académico del Instituto de Estética Gastón Soublette pudo apreciar de cerca la artesanía y los rituales realizados por el pueblo mapuche. Así, logró un estudio de esta y otras culturas a través de algunos de sus objetos más simbólicos, los cuales donó a la universidad en 2015.