• Revista Nº 151
  • Por Patricia Imbarack, María Elena Pimstein y Joaquín Silva

Especial

La religión: en el centro de la trascendencia

A partir del siglo XIX crece la discusión sobre cómo debe relacionarse el Estado moderno con el mundo religioso. A dos siglos de distancia, y luego de varios cambios que impulsa la propia Iglesia Católica en el mundo occidental, en particular en América Latina, hoy emerge una realidad nueva. Inmersos en una permanente búsqueda de sentido y una falta de pertenencia, la religión crece como una instancia que nos une y representa un medio que vincula lo finito con lo infinito.

A lo largo de los siglos, la relación entre la autoridad política y los grupos religiosos ha tomado formas muy diversas y ha suscitado múltiples aproximaciones. Lo que está en juego es el modo en que la sociedad política y el Estado moderno han tratado este tema, y la discusión normativa acerca de cómo deberían hacerlo. La pregunta a resolver es el rol de la Iglesia en medio de un creciente ambiente de separación con el Estado, que culminó en 1925, pero cuyo germen se gestó desde mediados del siglo XIX con la creación de los estados nacionales.

La sociedad cultivaba previamente una convivencia pacífica, de carácter institucional, regulada con determinados acuerdos, concordatos y formas jurídicas claras, que le daba una estabilidad a la unión entre el Estado y la Iglesia. Así, era un espacio propicio para que lo religioso fuera incorporado a la cultura, dado su carácter eminentemente católico.

Luego, la hegemonía que articulaba lo religioso en torno a un culto oficial como es la Iglesia Católica comenzó a desmembrarse lentamente. La constitución aseguró entonces un nuevo escenario: “La manifestación de todas las creencias, la libertad de conciencia y el ejercicio libre de todos los cultos que no se opongan a la moral, a las buenas costumbres o al orden público, pudiendo, por lo tanto, las respectivas confesiones erigir y conservar templos”.

Es en este contexto que, luego de la creación de la Universidad de Chile en 1842, nació la Universidad Católica en 1888, con una misión de servicio a la sociedad, inspirada en una identidad que se funda en desarrollar su labor educativa, cultivar el saber y la búsqueda de la verdad a la luz de la fe. En 1930 fue reconocida con el título de Pontificia.

La UC emergió en medio de un proceso de secularización creciente, aproximándose a un cambio de siglo, lo que siempre genera expectación. Ciento treinta años después, ¿no estamos inmersos también, acaso, en un creciente proceso de secularización y un cambio de época?

Una nueva Iglesia.

Una nueva Iglesia.

La declaración del Concilio Vaticano II Dignitatis Humanae (1965) tuvo gran importancia, pues fue el punto de partida para comprender que toda esta doctrina es una construcción cultural e histórica, convirtiéndola en hermenéutica de la Revelación y no en la Revelación en sí misma.

EL FOCO ES CRISTO

La separación entre Iglesia y Estado que expresaba la Constitución de 1925 no retiró lo religioso de la vida social, pero sí modificó su ubicación y lo trasladó fuera de las relaciones jurídico-institucionales que le habían dado fisionomía a los años previos. Así, este ámbito no se alejó de la esfera pública, pero adquirió una membresía diferente. La Iglesia Católica procuraba asumir una ardua y significativa presencia en la cultura y la sociedad, a través de su participación en el campo de la educación, la salud y el bienestar social; en síntesis, a través de su colaboración en las principales problemáticas sociales del hombre. Apareció en Chile, y en buena parte de América Latina, un nuevo “modo de ser Iglesia” apoyándose en influencias culturales europeas del catolicismo social, surgidas al amparo de la Doctrina Social de la Iglesia.

En este contexto, la Declaración del Concilio Vaticano II Dignitatis Humanae tuvo gran importancia, pues fue el punto de partida para comprender que toda esta doctrina es una construcción cultural e histórica, convirtiéndola en hermenéutica de la Revelación y no en la Revelación en sí misma. Esta reflexión redundó en un cambio de paradigma en las relaciones de la Iglesia con la esfera pública; se abandonó el eclesiocentrismo que la colocaba como cabeza del mundo y se reconoció que el único foco debe ser Cristo. A través de esto se pensó como un actor más dentro de la sociedad, y dejó de lado la pretensión de ser la única y perfecta representante de la voluntad divina.

Así, en la década de los 60 la institución católica resituó lo religioso en el contexto de las grandes reformas sociales y políticas. El rol que empezó a jugar en las demandas sociales evidenció el paso de lo jurídico-institucional a la dimensión social. Ejemplo de ello son movimientos como la reforma agraria y la emergencia de figuras icónicas como Monseñor Manuel Larraín y el Cardenal Silva Henríquez, quienes levantaron la presencia de un catolicismo activo donde lo social tuvo una fuerza y presencia sustantiva.

Tiempos de cambio

Tiempos de cambio

Tiempos de cambio. En la década de los 60, la Iglesia Católica resituó lo religioso en el contexto de las grandes reformas sociales y políticas. Ejemplo de ello son movimientos como la reforma agraria y la emergencia de figuras icónicas como Monseñor Manuel Larraín y el Cardenal Silva Henríquez, quienes levantaron la presencia de un catolicismo activo donde lo social tiene una fuerza y presencia sustantiva. Fotografía Caritas Christi Urget Nos, 90 años del cardenal Raúl Silva Henríquez

HACIA UNA NUEVA FISONOMÍA

A partir de la década de los 90, con la consolidación de estados democráticos en Chile y en países vecinos, se modificó la comprensión de lo religioso. La Iglesia Católica abandonó la discusión por la institucionalidad propia de inicios del siglo XIX, pero al mismo tiempo, se alejó de las problemáticas sociales ante estados cada vez más robustos.

Gran parte de los países de América Latina comenzaron a cambiar y a modificar su fisonomía espiritual. Los cambios se iniciaron drásticamente durante el siglo XX, volviéndose la región uno de los paisajes más dinámicos en el mundo en este sentido. Esto tiene relación con diversos factores, entre ellos, la pérdida de hegemonía de la Iglesia Católica, la emergencia de diversos grupos y misiones al continente (sobre todo Pentecostales) y el incremento en la desafiliación a algún credo, entre otras razones.

El estudio Pew Research Centre del año 2014, que abarcó 18 países, indicó que la población católica ha transitado desde un 84% a un 69%. Ello ha sido correlativo al aumento de creyentes evangélicos y también a cierto aumento en lo que se considera el rechazo de la devoción organizada, que incluye a los ateos, agnósticos y aquellos que declaran no tener algún credo en particular. Estos datos, entre muchos otros, permitieron apreciar la movilidad de cultos en la región. El creciente pluralismo de cosmovisiones abarca tanto a religiones organizadas como a aquellas sin una institucionalidad propia; incluye una serie de nuevas creencias y, por cierto, cosmovisiones de variados pueblos originarios.

Con esto, hoy día en América Latina existen diversos patrones. La comprensión subjetiva del ser religioso ya no se establece en relación con una espiritualidad preestablecida, sino a una creencia definida personalmente, la que por lo general incluye una cuidadosa y exhaustiva selección de contenidos y prácticas provenientes de diversas tradiciones.

En esta sociedad, desprovista de consensos, se asume que la religión es un fenómeno complejo que tiene como función darle sentido a la realidad, racionalizar el mundo y proveer una perspectiva ética a las personas para orientar su conducta. Por ende, su ausencia se traduciría en una profunda crisis de sentido; lo inmediato pasaría a ser lo valorado y la dimensión mundana del ser facilitaría la realización plena del hombre y no la presencia real de Dios.

A pesar de una creciente desvinculación a la adhesión religiosa, su carácter ontológico se mantiene intacto. El potencial de sentido que anida en ella, cualquiera sea su expresión, desafía todos los pronósticos de la muerte de Dios y de cualquier experiencia de este tipo. El repliegue de esta no da cuenta de su ausencia, ya que sigue siendo fuente válida para responder a preguntas existenciales que son propias del ser humano.

La religión es constitutiva de la vida e irreductible a cualquier otro universo simbólico, aun cuando compita con lo económico o científico. Muy en contra de esta tesis, aunque la secularización acorrala lo religioso, no lo aniquila, más bien lo diversifica y pluraliza a partir de una experiencia amplia de esta vivencia.

Así, la multiplicidad de los sistemas de creencias y ofertas de sentido corresponde al fenómeno de ruptura de las fronteras que se observa en la actualidad en la praxis religiosa. Esta evidencia tanto la tipificación de las ofertas de sentido como la heterogeneidad propia de los sistemas de creencias.

¿Es un tiempo propicio para los vínculos religiosos? Creemos firmemente que sí. Por una parte, la crisis del hombre posmoderno es de sentido y de pertenencia. Permite apreciar a los otros y compartir bienes comunes. Ser y construir comunidad constituye un camino cierto para salir de esta etapa crítica y, por otra parte, ante el proceso de pluralización del campo religioso, previamente descrito, es evidente que hoy contamos con un número creciente de personas que ya no se reconocen en ninguna de las tradiciones de este tipo, pero que siguen declarándose creyentes. Lo religioso es un anclaje que está entretejido en el ser de lo social, de lo cultural.

Su fuerza está en que ella posibilita, en medio de la finitud, conectarse con lo infinito. Como lo expresaba el Concilio Vaticano II, la pregunta por el sentido está entre las cuestiones más fundamentales de la existencia humana, la cual todos los credos intentan responder (Gaudium et spes, n.10).

La Ñuñoa musulmana.

La Ñuñoa musulmana.

En 1988 se levantó en Ñuñoa la primera mezquita del país: As-Salam (en la foto). Desde entonces, se ha formado en torno a ella un barrio en el cual viven familias que se han convertido al Islam. Fotografía Programa Patrimonio de la Municipalidad de Ñuñoa.


CREER EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN

Las religiones han vuelto al primer plano: por los conflictos asociados al islamismo y al judaísmo, pero también porque en Europa y en Estados Unidos la identidad cristiana se ha transformado en un tema de controversia usado por los xenófobos.

Por otra parte, parecen ser la llave más poderosa para avanzar hacia un mundo menos violento, ya que atraviesan fronteras y cerca de media humanidad se identifica con alguna confesión. Desde que el año 2000 se reunieron 1.500 líderes en la Cumbre Mundial del Milenio por la Paz de la ONU, se ha logrado dejar en claro que las tres grandes religiones monoteístas comparten elementos comunes.

El propio orden mundial viene desde la Paz de Westfalia, de 1648, tras un siglo de conflictos que tuvo a las religiones como protagonistas, lo que ha alentado a quienes las asocian con intolerancia y fanatismo.

Ahora, sin embargo, se busca un universalismo que, lejos de marginarlas, ve necesario que sus valores estén dentro la estructura de la política internacional y en la educación; se les necesita para generar cohesión social, compromisos, confianzas, combates a las crisis humanitarias, a la desigualdad, la pobreza y la crisis socioambiental; se les pide liderazgo y acción más efectiva, algo que no se imaginaba hace pocos años.

El G20 Interfaith Summit ya va en su cuarta versión, la última en Argentina (2018), en tanto el Papa Francisco desde la Santa Sede ha tomado el tema interreligioso como algo central en su pontificado, comenzando por un énfasis en un diálogo que se opone a los fundamentalismos, el terrorismo y la violencia.

Por el momento, las representaciones de los principales grupos religiosos han abierto oficinas en Bruselas, para participar en esta nueva realidad; y, al menos dentro de la Unión Europea, han logrado la aprobación de medidas favorables.

Tres líneas de acción están en la agenda:

  • La consideración de que las civilizaciones se construyeron en torno a religiones y que no pueden obviarse a la hora de ahondar en identidades profundas y búsqueda de sentido de la vida;
  • Asumir el vínculo que existe entre religiones y territorios.
  • Enfrentarse al mal uso de los credos para potenciar o justificar fanatismos terroristas. Por el contrario, ellos enseñan el camino que lleva a Dios y también al prójimo, superando el egocentrismo en tanto se avanza hacia el amor fraternal.

Junto a esta alianza de religiones, en ciernes, el otro frente es el de la laicidad; hay un laicismo incluyente que facilita la convivencia, que promueve el pluralismo cultural y espiritual, que entiende la democracia como espacio de deliberación pública en el que, junto a la diversidad cultural, hay una diversidad de credos deseada por millones de seres humanos.

La política internacional podría enriquecerse, así, con más relaciones con el mundo religioso. Porque la espiritualidad y los valores son esenciales en la búsqueda de una globalización justa, que incluya el respeto a la dignidad humana, la solidaridad y la búsqueda creciente de la justicia social a nivel mundial y dentro de cada nación.

Instrumento de paz.

Instrumento de paz.

Las religiones parecen ser la llave más poderosa para avanzar hacia un mundo menos violento, ya que atraviesan fronteras y cerca de media humanidad se identifica con alguna confesión. En la imagen vemos la peregrinación ecuménica del Papa Francisco a Ginebra, con ocasión del 70 aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias. Fotografía L’Osservatore Romano.


PROPUESTAS

  1. Avanzar en la discusión normativa sobre el modo en que el Estado moderno y la sociedad política pueden relacionarse con los grupos religiosos.
  2. El mundo religioso debe aceptar que la secularización no lo aniquila; por el contrario, lo diversifica y pluraliza.
  3. Ante la crisis del hombre posmoderno, el ser y construir comunidad debe hacerse visible como medio para salir de esta etapa crítica.
  4. Potenciar el diálogo entre las tres grandes religiones monoteístas –la mitad de la humanidad–, las que comparten valores de paz, tolerancia y convivencia pacífica, hoy fundamentales en la política internacional.

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