• Revista Nº 151
  • Por Eliana Rozas
  • Fotografía Álvaro de la Fuente

Especial

Mirar el territorio desde un prisma sustentable

Junto con la preservación del espíritu cristiano, que se entendía amenazado por el liberalismo, la fundación de la Universidad Católica buscó prestar un servicio al país. En él, en palabras de su primer rector, Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas, a fines del siglo XIX quedaba mucho por hacer “por la cumplida ilustración de sus hijos”.

Ciento treinta años después, la universidad a la que asistían unas pocas decenas de alumnos y que, sin ningún alarde, impartía tan solo la carrera de Derecho y un curso propedéutico de matemáticas, reúne a más de treinta mil estudiantes. Ellos se forman al alero de una institución que, a falta de mejor palabra, es definida como “compleja”.

Acorde con esa denominación, su aporte al país no se agota hoy en la docencia, sino que se extiende a la investigación y a las muy diversas formas que adopta lo que ahora llamamos vinculación con el medio. En una suerte de metáfora territorial de la preocupación por Chile, las modestas instalaciones del centro de Santiago devinieron en cuatro campus capitalinos y uno en La Araucanía, además de múltiples iniciativas que se reparten a lo largo de la geografía nacional y donde se piensa en un desarrollo sustentable: desde la estación Atacama, en Alto Patache, donde la niebla hace milagros verdes, hasta la australísima bahía Exploradores, cerca de los hielos ayseninos, lugar en que se estudia el cambio global; pasando por el centro biológico Senda Darwin, en Ancud, en medio de bosques de tepú y de cipreses de las Guaitecas y por las rocas de la Punta El Lacho, en Las Cruces, que albergan la estación costera de investigaciones marinas.

El desarrollo sustentable, concepto que surgió de la conferencia de Río de Janeiro en 1992, es una de esas ideas impensables en el siglo 19, pero que hoy está en el centro de las preocupaciones de la universidad. En ese contexto, al cumplirse 130 años de su fundación, Revista Universitaria busca reflexionar en torno a 13 temáticas que interpelan a esta nación, pero desarrolladas desde una perspectiva sostenible. En esta conversación, los vicerrectores Académico, Juan Larraín; de Investigación, Pedro Bouchon; y de Comunicaciones, Paulina Gómez, hablan de eso y de otras cosas imposibles de vislumbrar en los comienzos y, a tres voces, a partir de los desafíos de hoy, imaginan una universidad para mañana.

Entendiendo la noción de sustentabilidad en forma integral, el vicerrector Bouchon es optimista y cree que “hemos avanzado bien”, de acuerdo a los objetivos definidos por la ONU, en algunas materias como “hambre cero”. En otras, referida a pobreza, desigualdad y desarrollo de ciudades sostenibles – dice– nos queda mucho por recorrer: “Chile enfrentará transformaciones sustantivas producto del cambio climático. Los pronósticos indican que esta sería una de las zonas del mundo que aumentará su temperatura. Debemos tomar muy en serio esta crisis que nos obliga a modificar nuestros patrones de consumo y la forma en que nos acercamos a la naturaleza. Pero podemos estar esperanzados, porque Chile es destacado por su determinación en incluir energías renovables no convencionales, como la solar y la eólica. Creo que en otros ámbitos de esta crisis podemos tomar liderazgos similares”.

Por su parte, el vicerrector Larraín se detiene en las dimensiones propiamente académicas del tema: “Hay que destacar el quehacer en investigación a través de los centros de Ecología Aplicada y Sustentablidad (Capes), de Desarrollo Urbano Sustentable (Cedeus) y de Cambio Global, por ejemplo. Estos aportan al país y al mundo con investigación de frontera y mediante transferencia a la sociedad con nuevas propuestas de políticas públicas. También buscamos que este sea un eje formativo para nuestros estudiantes, como parte fundamental de la formación general. Todo ese trabajo se corona con la cátedra en Sustentablidad, recientemente creada en honor y como testimonio de la visita del Papa Francisco”.

Imaginación x 3

Imaginación x 3

Los vicerrectores de Investigación, Pedro Bouchon; de Comunicaciones, Paulina Gómez y Académico, Juan Larraín, discutieron sobre las temáticas que interpelan a la universidad en la actualidad. Entre ellas, el desarrollo sustentable está hoy en el centro de las preocupaciones. Fotografía Álvaro de la Fuente.

LAS HUMANIDADES, EL SENTIDO Y LA VERDAD

—La universidad siempre se ha visto como un centro desde donde se alimenta el pensamiento de una socie­dad. A eso ha agregado en los últimos tiempos una cola­boración en la vida productiva y un rol de promoción de la innovación. ¿Cómo ven hacia el futuro la evolución de estos dos énfasis?

J.L: Es cierto que esa es un área que se ha agregado y que hay que profundizar. Esto ha ocurrido en desmedro de otras que en apariencia no contribuyen al desarrollo productivo, como son las humanidades. Pero eso no debe ser así. Uno de nuestros grandes desafíos es cómo impulsar la innovación productiva y tecnológica, sin desproteger y descuidar las humanidades. Ha crecido con mucha fuerza la importancia de la tecnología y es muy fácil mostrar cómo las universi­dades contribuyen a eso. Mucho más difícil es comunicar cómo aportan a lo otro. Y ese también es un desafío. Las universidades tienen que seguir entregando a la sociedad el sentido de la vida y en eso las humanidades y las ciencias sociales son de gran relevancia.

P.B.: Comparto plenamente que la universidad es un centro que alimenta el pensamiento de una sociedad y, desde esa perspectiva, me gustaría cuestionar la dicotomía de la pregunta. Lo distintivo del ser universitario sigue siendo la concentración en los alumnos y el distinguir cuáles son las competencias necesarias para lograr una inserción exitosa en la sociedad, y al mismo tiempo formar personas íntegras, cultas, con visión y conocimientos sólidos. Si nos vamos al terreno de la investigación, las diferencias entre la investigación básica y la aplicada no existen. Para mí, la investigación es investigación, y su aplicación varía en el tiempo y depende del contexto.

—¿No será que las universidades han puesto foco en la empleabilidad y eso ha incidido en un menor realce de la dimensión humanista?

J.L.: La empleabilidad sí puede haber estado mirando ciertas competencias más tecnológicas, pero eso ya está casi obsoleto. Hoy lo que se demanda son personas adaptables, con capacidad de trabajar en grupo y una comprensión de la sociedad como un todo. ¿Dónde vemos el desafío futuro nosotros? Sobre todo, en la formación general y en el college. Hoy no tiene sentido preparar personas para una profesión, ya que ni siquiera sabemos cuáles van a ser los trabajos que se requerirán en cinco o diez años. De eso deriva la importancia de formar personas con habilidades superiores, como el pensamiento crítico, la creatividad, el trabajo en equipo y la comunicación.

La idea es que eduquemos ciudadanos completos, que puedan tomar decisiones de forma libre y fundamentada, que aporten al bien común, con una mirada de sustentabilidad.

P.G.: Lo primero es formar. Uno sabe hoy dónde comienza la carrera profesional pero no donde termina. Las profesiones están experimentando numerosos cambios; ya no son estancas. Se ve la necesidad de educar en la especialidad, pero también en una comprensión más amplia de los fenómenos. No podemos entender el mundo ni a nosotros mismos si no vemos al otro y a la sociedad de una manera más profunda. Tenemos que contribuir a que las personas aprendan a hacerse preguntas que son relevantes para nuestra propia vida y la de la comunidad. Una formación solo en la profesión no basta.

P.B.: Es importante estar recordando siempre la relevancia de los distintos ámbitos. Dicho eso, hay que reconocer que hoy tenemos proyectos de gran envergadura que antes ni soñábamos: desarrollo de proyectos de conflicto y cohesión social, interculturalidad y estudios indígenas, justicia educacional, núcleos en arte y en educación, por nombrar algunos. Efectivamente están estableciéndose ciertos comunes denominadores a nivel internacional que inciden en que muchas disciplinas se rijan por métricas similares. El equilibrio de estos indicadores con otros criterios de impacto y relevancia es un desafío constante. Las ciencias sociales y las humanidades se están subiendo a este tren que hoy puede parecer natural pero no lo era. La complejidad de los problemas que está enfrentando la sociedad no puede ser analizada desde una única óptica, lo cual invita al diálogo a la ciencia, a la ciencia aplicada, a las ciencias sociales, a las humanidades y al arte.

—Si bien ustedes hablan de la relevancia de la formación general, hay que reconocer que ha habido una discusión pública acerca de los “cursos que sobran”, donde se advierte en algunos sectores un menosprecio por ella.

P.G.: A nivel de la universidad y del Estado, se comprende y se valora esta formación, aunque no necesariamente a nivel social. Cuando los padres tienen dudas acerca de la idoneidad de una universidad, piensan que es una forma de alargar las carreras y la pregunta se asoma desde la desconfianza. Pero en la medida en que uno instala el tema, hay comprensión.

J.L.: La formación general bien hecha es muy importante. Lo central es enseñar a pensar, porque el mundo va a cambiar a una velocidad muy grande y los jóvenes ya nos están diciendo eso cuando constantemente cambian de trabajo.

P.B.: Ahora uno responsabiliza crecientemente al alumno de su toma de decisiones en el diseño de su camino de formación y eso le da una libertad que lo empodera. Entonces, hay más acceso a la información, a la divulgación, pero tenemos que avanzar hacia esa toma de conciencia, porque hay mucha responsabilidad detrás de ese empoderamiento. En cuanto a la formación general, que permite adquirir flexibilidad cerebral, debemos velar para que se logre a través de un proceso de máxima calidad.

—¿Cómo lograr que la especificidad cada vez mayor en el avance del conocimiento no conspire contra su per­tinencia en la vida social, lo que se hace especialmente complejo en algunas áreas?

J.L.: Hay que tener en cuenta que nosotros formamos personas, no solo profesionales, por lo que tenemos que encontrar una buena mezcla entre la formación general y los requerimientos del mundo profesional. En cuanto a la investigación, la palabra clave es la libertad. No se puede imponer una investigación a un profesor, porque el motor de eso es el gusto, la curiosidad y la creatividad. Otra cosa es que las políticas públicas, los sistemas de financiamiento o los incentivos incidan en que determine acomodar su investigación para que se haga más pertinente. La otra palabra clave es la calidad. Un país no saca nada con tener muchos investigadores trabajando en temas pertinentes si lo que hacen no es científicamente sólido.

POBLACIÓN, GLOBALIZACIÓN Y UNA IGLESIA EN CRISIS

—Nuestros tiempos también están marcados por cambios poblacionales. Vemos migraciones, una baja en las tasas de natalidad y también un aumento de la espe­ranza de vida. ¿Cómo van a impactar estas transforma­ciones en la universidad en el largo plazo? ¿Puede uno imaginar que habrá menos estudiantes jóvenes y más adultos mayores?

J.L.: Por matemática, en algún minuto va a haber menos estudiantes en las universidades en su conjunto, pero pienso que ciertas instituciones, las complejas y de mayor calidad, no van a reducir la cantidad de alumnos de pregrado. Tampoco creo que vaya a desaparecer la universidad presencial. Otra cosa es que usemos tecnologías de la información para enseñar mejor. Uno de los grandes desafíos actuales es cómo nos hacemos cargo de la educación continua, no necesariamente de adultos mayores, sino de la actualización. Al tener más larga vida, las personas van a trabajar más tiempo, aunque todavía las leyes laborales no se adecuan a esa transformación. Veo una universidad presencial fuerte y robusta, pero, a la vez, una virtual cada vez más grande y masiva, que no compiten entre sí.

P.B.: En la medida en que uno va empoderando al alumno, él ejerce su poder. Y entonces puede acceder a la universidad por una puerta tradicional o por el espectro de posibilidades que se le abre. Y si queremos internacionalizarnos, en una sociedad cada vez más móvil y globalizada, le estamos ofreciendo una plataforma que es mucho más dialogante con eso y que también nos hace ser más permeables con quienes vienen del exterior. Aunque la tasa de natalidad disminuya en el país, vamos a tener el contrapeso de una población cada vez más culta, estamos aumentando el capital social.

—Precisamente, la globalización interpela a la uni­versidad. ¿Cómo la impacta en el desarrollo de algunos conocimientos particulares –la economía, la ciencia po­lítica, el derecho– y en el diálogo con el resto del mundo?

 P.B.: Tenemos que volver a la formación de los alumnos: abrir esas perspectivas y ofrecerles herramientas para interactuar con los otros, con otras culturas, con otros pensamientos y paradigmas. Tenemos que generar plataformas que nos permitan estimular la mente de nuestros alumnos. Pensar cómo desde Chile podemos tener un impacto global, en generación de conocimiento o en transferencia o en nuestra creación artística.

J.L.: Un gran desafío de la universidad es formar los mejores profesores y contribuir a su valoración en la sociedad. El país va a ser muy distinto cuando tengamos grandes profesores de educación preescolar, básica y media; cuando logremos que las familias entiendan que es una de las profesiones más relevantes y los mejores estudiantes decidan dedicar su vida a enseñar. Los profesores son agentes de cambio, con un efecto expansivo muy grande.

P.G.: Hay preguntas globales que pueden tener una respuesta local. Allí, nuestro desafío es difundir esa voz particular, de manera que muchos puedan beneficiarse de este conocimiento. Hay otras preguntas que, siendo globales, demandan una respuesta junto a otros actores a ese nivel, por ejemplo, en temas de salud o medio ambiente. Hay zonas que tienen más masa crítica y más inversión para liderar la producción científica global. Desde las comunicaciones, no obstante, la responsabilidad es traer y difundir esas conversaciones a nuestra región y ver cómo desde lo local podemos contribuir.

—Los nuevos tiempos también han traído consigo una gran crisis de credibilidad de la Iglesia. ¿Cómo desafía eso la identidad católica de esta universidad?

J.L.: El desafío es ser una universidad católica de calidad. Tenemos que ser coherentes en el comportamiento, de modo de reflejar nuestra identidad. Eso debe partir de la convicción de que el catolicismo nos da una mirada más rica de la vida, me refiero al humanismo cristiano, que podemos transmitir a nuestros estudiantes. Lo otro es entender que la identidad católica nos obliga a estar disponibles a la vida en comunidad y al servicio. Eso debe reflejarse en nuestras mallas curriculares, pero también en nuestra actitud como comunidad. Yo creo que la UC es un tremendo reservorio para la Iglesia Católica chilena y universal. Tenemos la obligación de ayudar a que la Iglesia salga de este momento complejo, recordando que ha habido otros momentos difíciles y, al mismo tiempo y con mucha fuerza, hacer ver lo malo de lo que ha ocurrido. Tenemos esa obligación, sobre todo, por nuestro trabajo con los jóvenes.

P.G.: La crisis que vive la Iglesia en nuestro país nos remece e interpela. Desde nuestro trabajo propiamente universitario nos surge la pregunta por el fenómeno y sus causas, para entender cómo y por qué nos encontramos hoy aquí. La Iglesia y la sociedad tienen razón en esperar de una universidad católica esta contribución, de la cual es muy probable que surja una mirada renovada respecto de lo que implica nuestra identidad católica.