mujer con un altavoz en medio de un salar, Redes Sociales mujer con un altavoz en medio de un salar, Redes Sociales
  • Revista Nº 151
  • Por Daniella Leal, Claudia Labarca y Claudia Gutiérrez
  • Fotografía de portadilla Teresa Aninat

Especial

Redes Sociales: #TodosSomosElMensaje

Cada día el rol del periodista se desdibuja ante un nuevo escenario tecnológico y el auge de las redes sociales. Se trata de ciudadanos empoderados que ejercen liderazgos invisibles, que generan movimientos a nivel mundial y han logrado el derrocamiento de poderosos personajes (#MeToo). Este fenómeno tiene el gran potencial de producir cambios políticos y sociales desde personas anónimas. Además, es el reflejo de la necesidad de no solo “consumir” información sino, además, ser parte de ella.

Después de que fueron publicados los primeros resultados oficiales de las elecciones presidenciales en diciembre de 2017, poco importó el despacho en vivo desde los distintos locales de votación, ni la anécdota sobre la persona que fue a votar sin la cédula de identidad, ni la ovación o abucheo que recibieron los candidatos cuando fueron a emitir su sufragio. Todo aquello pasó a ser noticia del pasado. Lo importante, a partir de ese momento, fue el sinfín de opiniones, análisis y declaraciones que los votantes publicaban en sus redes sociales desde sus celulares.  ¿Para qué quedarse con una sola versión de lo que ocurre si todos podemos mostrar lo que opinamos al respecto?

Aquel empoderamiento ciudadano a través de las redes sociales se ha vuelto un tema en sí mismo y materia de interés, no solo en el mundo de las comunicaciones, donde es posible ver a las plataformas digitales como un medio emergente que viene para quedarse. También la Sociología sigue muy de cerca este desarrollo.

Y es que cada vez se hace más frecuente escuchar sobre liderazgos invisibles y atomizados que generan movimientos a nivel mundial, derrocamiento de poderosos personajes (vale recodar cómo emergió #MeToo luego de las acusaciones de acoso en contra del productor Harvey Weinstein) y, por ende, el gran potencial de generar cambios políticos y sociales.

LOS NUEVOS PARADIGMAS

Este es el contexto donde los tradicionales modelos de la comunicación, es decir, el rol de un emisor que entrega un mensaje a un receptor, se vuelve difuso y genera una suerte de reacomodo de poder entre instituciones, gobiernos, empresas y sus respectivos públicos. Vemos cómo se va transformando esta definición, puesto que el concepto capta mayor dinamismo desde la óptica de las redes sociales, todos somos comunicadores y eso nos convierte en agentes y no solo espectadores.

Aquí emerge un primer tema importante en cuanto a las nuevas comunicaciones: la horizontalidad. Hoy no existen los comunicadores exclusivos, pues las personas se autocomprenden como agentes que comunican. Todos pueden hacerlo y en diferentes niveles. No se reconocen “rangos” o “jerarquías” que sean más válidas que otras en esta labor. Este rol se ve enfrentado al cazanoticias, es decir, personas comunes y corrientes que lideran nichos segmentados en medios y formatos específicos. Los “youtubers”, los “influencers”, los “tuiteros” se han transformado en agentes comunicadores e, incluso, fuentes de información, tan válidos como los tradicionales.

Este ambiente plantea nuevas preocupaciones para la sociedad. En la medida que esta expande la comunicación, la información que se genera es mayor. A más comunicadores, más comunicaciones. Así, el rol se redefine. La experticia ya no pasa por el saber comunicar, sino por el saber editorializar, el saber distinguir lo que es relevante, y por un rol que va más a la curatoría de contenidos que a la producción. Esto conlleva un devenir de la profesión donde los parámetros de la ética y las habilidades de categorización se hacen aún más relevantes de lo que han sido tradicionalmente.

Este resonar plantea dilemas que son difíciles de resolver y que evocan los desafíos de estos nuevos tiempos. Por ejemplo, si pensamos en la privacidad como un valor propio, es probable que nos cuestionemos hasta qué punto mediatizar lo cotidiano, nuestra propia vida, puede traer más dividendos sociales que externalidades negativas difíciles de controlar. Y ahí es donde nos detenemos un segundo y pensamos si realmente es rol de toda la sociedad hacerse cargo, o la responsabilidad debe continuar en quienes históricamente han desarrollado esta tarea, con sus virtudes y defectos.

La potencia de #MeToo.

La potencia de #MeToo.

Es el nombre de un movimiento iniciado de forma viral como hashtag en las redes sociales, en octubre de 2017, para denunciar la agresión y el acoso sexual. Esto a raíz de las acusaciones en contra del productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein. Su fuerza adquirió luego dimensiones planetarias. Fotografia Shutterstock.

EL ACCESO Y LA DEMOCRATIZACIÓN

Otro tema que las redes sociales han puesto sobre la mesa es la posibilidad cada vez mayor de acceder a la información. La gran penetración en nuestro país de teléfonos móviles y la baja en los costos de las empresas de telecomunicaciones han permitido que casi la totalidad de los chilenos tengan la posibilidad de conocer contenidos que antes eran privilegio de unos pocos.

Ahora bien, democratizar la comunicación no es solo un clamor por la igualdad en el acceso, ni el deseo de tener un mercado perfecto con antecedentes disponibles que permitan tomar decisiones. Se trata de abrir el espacio, no solo para “recibir” datos, sino para nutrir al resto de lo que nos urge decir, de lo que deseamos que otros vean de nosotros, de lo que nos interesa mostrar y proyectar. Es la búsqueda por la simetría.

Sin embargo, la información generada y consumida a través de estas nuevas plataformas debe tomarse con cierta distancia, pues si bien es cierto que el acceso a ella se democratiza, también hay que entender que –dado los algoritmos que subyacen a aplicaciones y motores de búsqueda– los contenidos se van adaptando según sea el historial y comportamiento del usuario. Así, las aplicaciones muestran las películas que yo quiero ver, las noticias con las que estoy de acuerdo y los amigos que –desde antes– pertenecen a las redes ya formadas.

Cabe preguntarse entonces si esta democratización amplía –o reduce– nuestros puntos de vista. Más aún, el reciente fenómeno de las llamadas fake news (noticias falsas) refleja que las redes sociales no solo pueden ser fuente de información parcial (guiada por preferencias y perfil), sino que directamente se convierten en fuente de desinformación.

En este sentido, el desafío que enfrentaremos es no parcializar la comunicación, salir de nuestra zona de confort y reconocer que nuestra mirada del mundo no tiene por qué coincidir con la del otro. Dejar de pensar que este “nuevo poder” es solo una herramienta para la crítica del pensamiento, permitiendo que la simetría comunicativa conviva con las diferencias y diversidades individuales.

Este último punto pone en alerta la necesidad de tener una responsabilidad ética frente a la información emitida –y transmitida– por las redes sociales. Su rapidez, inmediatez y pretensión de verdad provoca muchos malentendidos o derechamente, una manipulación con fines distintos a los meramente informativos.

Crisis de confianza.

Crisis de confianza.

En la encuesta Bicentenario de 2016, el 16% declaró confiar mucho o bastante en los medios de comunicación, doce puntos porcentuales menos que hace 10 años.

LOS MEDIOS TRADICIONALES Y LA CRISIS SUBYACENTE

Si pensamos en lo que nos han heredado los medios tradicionales en los últimos años, vemos cómo la televisión resulta lejana, casi una ficción en la cual solo unos pocos pueden influir y un medio completamente asimétrico. Por otro lado, la radio, uno de los más confiable por décadas, se aleja de los auditores al tratar de ajustarse en un escenario de gustos diversos y donde la interacción se ha visto reducida a grupos de conversación y opinión acerca de lo público.

Así es como las plataformas digitales emergen con esta posibilidad de simetría inmediata. Esto es lo que primeramente atrae de ellas. Los vacíos que deja la televisión y otros en la relación con los telespectadores, auditores y lectores permiten ser reestructurados con el mal llamado “seguidor”. Se generan espacios que se potencian a través del concepto de “comunidad”, el cual se ha ido extendiendo y ganando terreno, aspirando a un entorno transversal y de amplio impacto.

Con este nuevo contexto, parece evidente que los medios de comunicación tradicionales enfrentan hoy una crisis donde podemos identificar al menos tres dimensiones: crisis de confianza, de legitimidad y de identidad.

En cuanto a la confianza, basta con observar algunos datos a partir de la opinión de las propias personas. Siguiendo la Encuesta Bicentenario de 2016, el 16% declaró confiar mucho o bastante en los medios de comunicación, doce puntos porcentuales menos que hace 10 años. La opinión pública ha cuestionado si efectivamente los medios de comunicación son independientes o no de intereses particulares, si es que se puede considerar que su finalidad considera un rol social o se limita a una agenda informativa genérica sobre lo económico, lo publicitario, lo político, entre otros ámbitos.

La legitimidad de los medios tradicionales tiene un componente generacional importante. Es en los jóvenes donde podemos observar menor credibilidad en ellos y, coincidentemente, un mayor espacio para las nuevas plataformas. Esto tiene un claro efecto en la población general. Las redes sociales ya lograron el segundo lugar de las preferencias y credibilidad en tan solo 15 años.

Sobre la identidad, los medios tradicionales han tratado de reaccionar y adaptarse a las nuevas formas y demandas por comunicación. Ya es más común integrar componentes digitales en la televisión o en la radio. Por ejemplo, la televisión se ha abierto a internet y a las redes sociales, ha utilizado contenido desde la red, así como formas de interactuar con los televidentes.

La radio ha usado también redes sociales como Facebook y Twitter, además de WhatsApp, para acercarse a sus auditores. Por su parte, la prensa escrita ha puesto todos o parte de sus contenidos a disposición de los internautas, permitiendo la interacción de usuarios a través de sus propias redes sociales.

Protagonistas.

Protagonistas.

Las posibilidades de expresión hoy son atractivas para involucrarse en los espacios digitales y vivirlos de forma activa sin límites. Fotografía César Cortés.

EL FUTURO Y LOS DESAFÍOS PARA LOS MEDIOS TRADICIONALES

La pregunta que emerge desde este proceso adaptativo en curso es si la identidad de los medios de comunicación tradicionales está sufriendo cambios y qué los definirá. ¿Debe la televisión convertirse en una plataforma de visualización de contenido en línea, la radio transformarse en un streaming o los diarios trasladarse completamente a las plataformas web? Estas dudas resultan radicales hoy, pero hay otras que visualizan este dilema de manera más inmediata, como la falta de regulación en cuanto a los contenidos, los derechos de autor, las fronteras del periodismo y la comunicación ciudadana, entre otros tópicos.

Dado lo anterior, el auge de internet en las comunicaciones de hoy juega un rol de disrupción, no solo porque compiten como plataforma, sino porque también se ha convertido en un tema por sí mismo. Los medios digitales son materia propia de la comunicación y se observa su capacidad para facilitar o dificultar las relaciones sociales y el vínculo con el entorno. Aquí radica el mayor desafío que tenemos por delante: ¿qué cambios sociales son los que evidencia esta nueva forma de “comunicarnos” y cómo los enfrentamos?

El concepto ya resulta bastante ilustrativo, pues vamos transitando desde la asimetría del “comunicar” hacia la simétrica del “comunicarnos”. Las posibilidades de expresión hoy son lo suficientemente atractivas como para involucrarse en estos espacios digitales y vivirlos cada vez más como algo propio, de forma activa, sin límites. Esta mayor proactividad por ser parte de los medios es el reflejo de una necesidad de no solo “consumir” información sino, además, ser parte de ella.

Desde esta perspectiva entonces y, a pesar de la evidente crisis de confianza y legitimidad en la que se encuentran, es necesario que volvamos a mirar –y valorar– el rol de los llamados medios tradicionales de comunicación que, si bien han desplegado un esfuerzo de transmisión multiplataforma e interactivo, siguen sosteniendo dos ideas fundamentales de la era predigital.

Por un lado, su capacidad de mediación profesionalizada, esto es, sostener las herramientas profesionales y técnicas para seleccionar y explicar de manera sencilla la complejidad de los fenómenos políticos, sociales y económicos relevantes para una sociedad. En segundo lugar, si se entiende el papel de ellos desde la perspectiva social, se les ve como una salvaguarda y, desde el ejercicio ético, un equilibrio de poder incluso respecto de las redes sociales.

No obstante, es de considerar las características del momento que enfrentan los medios tradicionales para realizar el contrapeso y esta revalorización: un entorno donde la comunicación es inmediata y esencialmente ubicua. Si pensamos que en la actualidad tanto un televisor, como la pantalla del automóvil o las puertas del refrigerador, entre otros, son posibles soportes de comunicación, esta necesidad se complica aún más.

Es fácil pensar que se debe “jubilar” a los medios tradicionales. No obstante, el desafío presente es todo lo contrario: estos deben reinventarse y no “agotarse” en lo digital, sino pensar en cómo encontrar nuevas oportunidades para entregar de forma más directa los mensajes que se desean transmitir.

Así, con la profesionalización ética de las comunicaciones se puede seguir cumpliendo un rol social que es preciso reivindicar, colocando más atención a los contenidos entregados y aceptando que las formas han cambiado, sin vuelta atrás.


PROPUESTAS

  1. Asumir que el rol del comunicador avanza hacia una experticia en el saber editorializar y distinguir lo relevante, aspecto que hace más significativos los parámetros éticos de la comunicación.
  2. Establecer medidas de control ante una democratización de la información que, mediante motores de búsqueda, podría reducir los puntos de vista.
  3. Adoptar las medidas para evitar que las redes sociales sean fuentes de información parcial o de desinformación, lo que hasta hoy no se resuelve con la responsabilidad ética correspondiente.
  4. Avanzar hacia una regulación de los contenidos, los derechos de autor y las fronteras entre el periodismo y la comunicación ciudadana.
  5. Es necesaria una reformulación de los medios tradicionales en función de un usuario que, más allá del consumo de información, es un participante activo en ella.

PARA LEER MÁS

  • Parks, M. R. (2014). “Big Data in communication research: its contents and discontents”. Journal of Communication, volumen 64, número 2, 355–360.
  • Fabris, Adriano. Ethics of information and communication technologies. Editorial Springer, Cham, 2018.
  • Iosifidis, Petros & Wheeler, Mark. Public spheres and mediated social networks in the western context and beyond. Editorial Palgrave Macmillan, London, 2016.
  • Pérez-Soler, Susana. Periodismo y redes sociales. Claves para la gestión de contenidos digitales. Editorial UOC, 2017.