fotografía muestra una ciudad en el atardecer smart city fotografía muestra una ciudad en el atardecer smart city
  • Revista Nº 151
  • Por Juan Carlos Muñoz, Martín Tironi, Liliana De Simone, Hans Löbel y Jonathan R. Barton
  • Foto portadilla por Cristóbal Correa/Imagen Chile

Especial

Smart City: la ciudad del futuro

Dada la creciente urbanización de nuestro planeta, los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados para 2030 por las Naciones Unidas dependen en gran medida de la evolución y adaptación de sus metrópolis. En este panorama, las emergentes tecnologías de la información y la comunicación representan para Chile una gran oportunidad para apoyar los procesos de planificación y priorizar la democracia, la diversidad y la equidad. Junto con ello, un nuevo ciudadano empoderado es el llamado a reinar en su territorio.

Hacia 2050 nuestro planeta hospedará cerca de 9.800 millones de habitantes. Dos tercios vivirán en ciudades y la mayoría lo hará en metrópolis de más de tres millones (ONU, 2017). Chile sigue esta tendencia: alrededor del 90% de sus habitantes viven en ciudades y más de 40% habita en la Región Metropolitana. Junto con ello, existe evidencia de que se están consumiendo más recursos de los que el planeta puede generar. Este sobreconsumo se acompaña de grandes niveles de inequidad y segregación social en estos territorios.

Este crecimiento exponencial ha acentuado las externalidades negativas de la vida urbana –contaminación, congestión, inseguridad, anonimato, entre otros– y ha aumentado las demandas por servicios, en cantidad y calidad. Estas condiciones son evidentes en las metrópolis, planteando inéditos desafíos y dificultades a sus autoridades.

Las ciudades apuntan a objetivos diversos como la eficiencia, justicia, seguridad y la responsabilidad ambiental. Son, asimismo, sistemas complejos y en constante cambio, con agentes que actúan simultáneamente: individuos, organizaciones y gobiernos. De este modo, surge el desafío de alcanzar sus objetivos de manera inteligente y colectiva. Si prima la inteligencia a nivel individual, la superposición de acciones no garantizará el bien común, dado que cada agente solo velará por sus intereses propios, lo que afectará a terceros. En algunos casos, estos antagonismos generarán fuerzas creadoras de innovación disruptiva, innovación, productividad y riqueza. En otros producirán inequidad, pobreza, congestión, violencia y segregación.

¿A quiénes beneficia?

¿A quiénes beneficia?

Frente a esta irrupción tecnológica, es necesario cuestionarse sobre las implicancias sociales de las ciudades inteligentes, lo que exige poner foco en sus alcances y límites. En la imagen, la capital de Corea del Sur, Seúl, en primavera. Fotografía Shutterstock.

EMERGENCIA DEL CONCEPTO DE CIUDAD INTELIGENTE

Con el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) y el advenimiento del Internet of Things (IoT), surgió recientemente el concepto de Ciudad Inteligente o Smart City, el cual postula que las urbes, a través de sus habitantes, gobiernos, organizaciones y empresas, serán capaces de producir capas informativas que permitirán gestionarlas de manera eficiente, coordinada y fluida. Londres, Barcelona, Río de Janeiro y Seúl son algunos de los lugares que proponen incorporarse al imaginario de las smart cities, donde individuos y su entorno interactuarán en un marco interconectado con millones de datos disponibles en tiempo real. Transporte urbano, redes de suministro energético, plataformas de consumo georreferenciado, entre otras, son las nuevas actividades inteligentes de la ciudad.

Estas smart cities se sustentan en dos elementos complementarios: la generación en tiempo real de grandes volúmenes de datos a través de sensores y dispositivos; y su procesamiento y análisis para gestionarse autónomamente e informar a los habitantes y tomadores de decisión. Así, los datos de miles de usuarios, junto a sus decisiones y movimientos, se vuelven una nueva clase de activo económico o commodity, dada su fuente de riqueza inigualable (Big Data).

Esta nueva forma de actuar repercutiría tanto en la inmediatez de la toma de decisiones como también en las maneras de diseñar y generar políticas urbanas. Adicionalmente, las nuevas técnicas de procesamiento y análisis de datos prometen, como nunca antes, conocer e influir en el comportamiento de los habitantes, prediciendo sus efectos y consecuencias. La conexión a internet permite tomar decisiones de consumo informadas y en tiempo real, optimizando su experiencia (smart citizen), además de hacer cuantificable y perceptible miles de actividades que antes no se podían recopilar. Esto es fruto de nuevas capacidades para comprender y modelar los comportamientos humanos, anticipando escenarios futuros.

Recolectar, almacenar, traducir y modelar los datos para generar estas predicciones presenta inmejorables oportunidades, en particular para las multinacionales de tecnologías informáticas y telecomunicaciones como Telefónica, AT&T, IBM, CISCO, Huawei, Siemens, que cuentan con información de primera fuente. Esta industria ha sido la principal promotora del proyecto Smart City, el cual es solicitado cada vez más por los gobiernos locales de todo el mundo, que buscan información sobre las necesidades o movimientos de sus habitantes, para alimentar con esos datos el desarrollo de nuevos servicios urbanos.

Un referente.

Un referente.

Recientemente surgió el concepto de Ciudad Inteligente o Smart City, el cual postula que las urbes, a través de sus habitantes, gobiernos, organizaciones y empresas, serán capaces de producir capas informativas que permitirán gestionarlas de manera eficiente. En la foto, la ciudad de Londres. Fotografía Schutterstock.

LA URBANIZACIÓN DE LAS TECNOLOGÍAS

Frente a esta irrupción tecnológica, es necesario cuestionarse sobre sus implicancias sociales, lo que exige poner foco en sus alcances y límites, analizando a quiénes beneficia, qué implica construir colectivamente una ciudad inteligente y, finalmente, cómo posibilitar un desarrollo más democrático y sustentable.

Al “digitalizar” la urbe, cada habitante se convierte en un actor relevante, pues con su dispositivo móvil será receptor y emisor de información a la vez. Así, individuos y empresas podrían ajustar sus prácticas con datos en tiempo real, beneficiándose de esta oportunidad. Sin embargo, si los datos digitales se están transformando en el nuevo petróleo del siglo XXI, ¿quiénes serán los que podrán decidir sus prácticas sobre la base de estos? ¿Cuáles serán los actores que capitalizarán su uso?

Ciertamente quedarán excluidos los que carecen de conectividad o de las competencias para usar estas tecnologías. Tampoco puede asumirse que las acciones resultantes van a suplir una necesidad pública o de bien común, cuando hay beneficios y utilidades individuales atractivas. Es muy probable que esta dinámica de dataficación de los espacios urbanos conlleve a invisibilizar ciertos problemas y a grupos de individuos.

El paradigma de la automatización de la vida urbana se basa en un modelo individual de consumo, que promueve una visión reduccionista y economicista de estos territorios. Sin embargo, existen ámbitos de la vida social en los cuales hacer más eficiente las decisiones de cada persona no necesariamente significa progreso para las ciudades.

Por una parte, están las externalidades que decisiones individuales causan en los demás. Por otra, existen dimensiones de la ecología urbana que se resisten a la cuantificación o a su traducción en bits informativos, como la sensación de seguridad de una calle o la belleza de un parque. En otras palabras, transformar la ciudad en datos cuantificables y medibles deja de lado dimensiones sensibles y relacionales fundamentales de la vida urbana.

Esto lleva a cuestionar una de las mayores promesas de la Ciudad Inteligente: no basta la disponibilidad de altos volúmenes de datos para que se tomen las mejores decisiones. Los tecnoptimistas sostienen que gracias al Big Data se podrá alcanzar una mayor transparencia en las decisiones, evitando sesgos políticos, intereses velados o acuerdos a puertas cerradas, permitiendo la neutralidad y objetividad (Tironi & Valderrama, 2018). Sin embargo, los datos no “hablan” por sí mismos, sino que en función de la pregunta que se les haga, lo que requiere de una narrativa y una visión de sociedad. Esta dimensión supone una relación dialógica y reflexiva, que no puede ser delegada únicamente a los sistemas automatizados. Se pueden programar las respuestas, pero no es posible programar preguntas y los sucesos inventivos que hacen la ciudad.

En este marco, se debe usar la tecnología para una urbanización inteligente, lo que implica dos desafíos fundamentales que detallamos a continuación.

El experimento Toronto.

El experimento Toronto.

Google se embarcará próximamente en la construcción de la primera ciudad del futuro. Bajo el nombre Sidewalk Toronto, la filial de innovación urbana de Google, Sidewalk Labs, se encargará de este proyecto. Sin embargo, algunos ya están cuestionando el precio a pagar: la cesión de datos personales. Con una inversión inicial de 50 millones de dólares, el East Waterfront de Toronto se convertirá en una urbe interconectada, llena de coches autónomos, sistemas de energía climática, robots al frente del sector servicios, puntos de acceso wifi en cada esquina, publicidad personalizada o guías de realidad virtual. Además, tendrá un banco de pruebas tecnológicas y procesos emergentes que actuarán como ejemplo a seguir para otras grandes superpotencias del mundo. Imagen Sidewalks Labs.

JUSTICIA SOCIAL Y URBANA

La socióloga urbana Saskia Sassen plantea que uno de los principales desafíos de las ciudades es desarrollar capacidades que permitan urbanizar las tecnologías, otorgándoles un sentido más allá de su solución técnica. Es una invitación a superar el determinismo tecnológico de la narrativa Smart City, incorporando la participación, inclusión social y sustentabilidad como principios éticos. Sin una hoja de ruta clara, en lugar de solucionar los problemas la inteligencia computacional puede amplificarlos, multiplicando las fuentes de inequidad social y urbana.

Las tecnologías deben posibilitar nuevos modos de participación, derivando en mecanismos para generar novedosas formas de colaboración con miras a una ciudad para todos y todas. Diseños tecnológicos que no solo busquen influir y determinar comportamientos, sino que persigan crear espacios de coproducción de conocimiento urbano, pasando de un enfoque de un territorio gestionado de “arriba hacia abajo” a otro donde este es coproducido por sus habitantes.

La noción de Ciudad Inteligente está condenada a transformarse en un eslogan vacío si no es capaz de promover lugares colaborativos, resilientes y equitativos. Esta tarea requiere un trabajo deliberativo y participativo de todos los actores involucrados en abordar las necesidades de las urbes, y no puede ser delegada a algoritmos ni a la lógica del Big Data.

En la medida que los sistemas automatizados adquieran mayor importancia en la manera de comprar, moverse, amar y divertirse en la ciudad, será fundamental abrir la “caja negra” de los algoritmos, sometiendo su funcionamiento a una evaluación ética y social.

El poder de los algoritmos está en su carácter inescrutable e invisible, por lo mismo será un reto para la ciudadanía y autoridades políticas mantener una visión informada y crítica sobre sus usos y alcances.

Calidad de vida.

Calidad de vida.

Chile cuenta desde 2014 con una Política Nacional de Desarrollo Urbano, que orienta la planificación de las ciudades y plantea la meta de mejorar el bienestar de las personas, basada en el desarrollo sustentable que incluye a todos sus habitantes y generaciones futuras. Fotografía Karina Fuenzalida.

DESARROLLO SUSTENTABLE E INCLUSIVO

Otro desafío es conseguir un desarrollo sustentable e inclusivo, que muchas veces se contrapone a la superposición de decisiones individuales y a la lógica de rational choice.

La automatización de la planificación de la vida urbana es una novedad relativa. Una mirada histórica demuestra que ya hubo una revolución urbana sobre la base de la tecnología al implementarse los semáforos. No cabe duda que estos han sido un gran aporte a la movilidad urbana, pero por muy eficientes que sean, no han resuelto el problema. Por el contrario, es evidente que la movilidad estructurada en torno al automóvil ha fracasado rotundamente en el ámbito de la sustentabilidad. Es posible incluso argumentar que, mientras más se prolonga la quimera de que la ciudad puede estructurarse en torno al automóvil, más complejo se volverá reorientarla hacia las metas de desarrollo sustentable acordadas por las Naciones Unidas.

De este modo, hay que tener cuidado con una propuesta de ciudades inteligentes donde la automatización fortalezca la toma de decisiones individuales, generando fuertes externalidades en la sociedad. Otra preocupación es la marginalización para quienes queden fuera de estos procesos, ya que estas personas podrían incluso sufrir las externalidades causadas por quienes gozan de sus beneficios.

Consecuentemente, el debate sobre Ciudades Inteligentes no se trata solo de las tecnologías per se y su capacidad de racionalizar decisiones personales. Este enfoque adormece preguntas políticas sobre lo que significa vivir colectivamente en una ciudad. ¿Qué esperamos de ella? ¿Cuál debe ser su meta y visión? Hay que preguntarse entonces cómo la tecnología facilita esta visión. Chile cuenta desde 2014 con una Política Nacional de Desarrollo Urbano, que orienta la planificación urbana y plantea la meta de mejorar la calidad de vida de las personas, basada en el desarrollo sustentable que incluye a todos sus habitantes y generaciones futuras.

Al priorizar una ciudad para todos, se realzan los temas planteados por Jacobs (1961) y Lefebvre (1969), que comprenden la urbe primordialmente como un derecho de todos. El uso equitativo del territorio, inclusividad y justicia forman parte de “la ciudad justa”, como la denomina Susan Fainstein (2010). Ese planteamiento prioriza la democracia, diversidad y equidad, reconociendo su complejidad y sus interrelaciones. Las tecnologías deben ponerse al servicio de esta producción social del espacio urbano.


PROPUESTAS

  1. Analizar los alcances y límites que acarrea la irrupción de las tecnologías de la información y las comunicaciones, para analizar a quiénes beneficia.
  2. Examinar los ámbitos en los cuales hacer más eficiente las decisiones individuales no significa, necesariamente, un progreso para las ciudades.
  3. Posibilitar diversas formas de participación gracias a las nuevas tecnologías, transitando desde los enfoques de territorios gestionados de “arriba hacia abajo”, a otros que sean producidos por los propios habitantes.
  4. Desarrollar un trabajo deliberativo y participativo, de todos los actores involucrados, ya que las decisiones no pueden ser delegadas a algoritmos, ni a la lógica Big Data.

PARA LEER MÁS

  • Fainstein, S. The just city. Cornell University Press, 2010.
  • Jacobs, J. The death and life of great american cities. New York Random, 1961.
  • Lefebvre, H. El derecho a la ciudad. Ediciones Península, (1969).
  • Tironi, M.; Valderrama, M. “Unpacking a citizen selftracking device: Smartness and idiocy in the accumulation of cycling mobility data”. Environment and Planning D:Society and Space, vol. 36, 294-312. (2018).
  • World population prospects, United Nations, 2017.