Las Araucanías de Elicura Chihuailaf
Su voz poética tiene prestigio largo, pero con su Recado confidencial a los chilenos (1999), se perfiló como un vocero de la cultura mapuche. El Premio Nacional de Literatura 2020 no hizo sino reconocer su elevada estatura.
Para muchos turistas, el sector donde vive el poeta Chihuailaf está marcado por el lago Colico y sus riberas, ocupadas por casas de veraneantes que son santiaguinos en su mayoría, los que antes de llegar se detienen en el pequeño Cunco a comprar algunos víveres. Luego del ajetreo estival vienen los vientos de marzo y entonces, finalmente, reina el silencio y emerge otra Araucanía.
En ese territorio creció Elicura Chihuailaf, hijo de lonco. Los relatos de sus ancestros le enseñaron a recorrer la zona con una mirada que no se agota en el verano y, gracias a esas palabras antiguas, el lugar lo nutre a él y también a su poesía. Hace años que viaja con frecuencia, invitado a países lejanos, pero siempre vuelve a absorber esa energía, lo que no ha cambiado ahora que recibió el Premio Nacional de Literatura 2020.
La señal de internet no es muy buena, interrumpe la imagen y su voz de pronto se vuelve distante, como si sus palabras nos llegaran desde un espacio-tiempo desconocido.
—Silencio, pureza, constancia, secreto, lejanía, son atributos asociados a lo mapuche y a lo chileno, y pareciera que la cultura nacional, a medida que pasa el tiempo, se impregna de esos rasgos. ¿Le parece que hay una sintonía creciente, más profunda, gracias al paisaje y el espíritu del lugar?
—Sí, pero también hay un problema conceptual para que eso suceda, entre las dos culturas, porque no siempre entendemos lo mismo. El silencio, por ejemplo, para nosotros es un camino hacia la contemplación. Y la pureza no es solo positiva en nuestra cultura; el rehue mismo –tronco ceremonial–, como “lugar de la pureza”, implica que ahí se manifiestan todas las energías, las positivas y las negativas, porque la dualidad está en todo; en lo positivo siempre hay algo negativo.
Igual, me parece que la chilenidad profunda está ahora abierta a eso. Hace un tiempo se hablaba mucho del mundo como una aldea, y eso es una realidad, lo que aquí sucede, sucede en todo el mundo; es algo especialmente importante para la chilenidad superficial, muy enajenada y siempre mirando hacia afuera, sin ver la realidad interna. Pero la gran mayoría, poco a poco, física y espiritualmente, ha comenzado a acercarse a los afluentes de las aguas que hablan de un aquí; lo que a ellas les pasa, nos acontece a nosotros. Cuando el agua disminuye o se contamina, es la vida misma la que pierde esplendor y tiende a deaparecer. La pérdida del bosque nativo, que era el protector del agua en el libro de la naturaleza, hace desaparecer algo que es arrancado del árbol fundamental, y parece que eso ya no vuelve a aparecer; aunque, con el gran poder de la naturaleza, esto tampoco lo podemos decir con seguridad. Esto es sabido en toda cultura, en todas partes del mundo, pero nosotros, gracias a la conversación con los mayores, no lo hemos olvidado.
—Qué tiene más potencia en el imaginario mapuche, ¿el bosque o la montaña?
—El bosque es el que hace a la montaña, ella se conforma con los múltiples bosques en sus distintas realidades, en ecosistemas que se reiteran en la diversidad de la montaña.
—Cuesta comprender esa imagen. ¿En qué zona está pensando al decirlo, en qué latitud?
—En el lugar que habito, sobre una colina de la precordillera que da inicio a la montaña, entre hualles, coigües, ulmos y canelos, porque la vista nuestra se corona con las araucarias que están ahí sobre la cordillera del Huerere. En mi infancia era frecuente ver cóndores y pumas, sobre todo en robles y coigües, y yo sentía, y siento, que nuestros bosques son una parte de la montaña.
—Hay en su poesía una evocación de un tiempo ido: ¿cree que ese tono es diferente cuando surge en un escocés o un canadiense, los que también ven desaparecer los paisajes boscosos de su niñez?
—Es similar, hay sesgos, pero el ser humano es el mismo en cualquier lugar. Todos, ante el esplendor o la pérdida, estamos ante lo mismo; ante el infinito, dialogando entre nosotros sobre de dónde venimos y adónde vamos.
—El tema de lo azul fue creciendo en su poesía, una bóveda que parece iluminar y darle sentido al mundo desde lo alto. ¿Este color encarna lo trascendente?
—El azul es frecuente en las culturas nativas, yo hablo del que conocí en los relatos de nuestros y nuestras mayores. A través de mi abuela, alrededor de su fogón escuchábamos también a mi abuelo, que era el lonco de esta comunidad, y siempre había banderas azules con estrellas. De niños, con mi hermano, nos sentábamos a verlas restallar con los vientos de marzo o septiembre. Dijo la abuela que el espíritu viene del azul del oriente, donde se levantan la luna y el sol, y es la vida que viene a alojar a tu casa que es tu cuerpo, en concreto en tu corazón, que es una piedra bruta no pulimentada…
La voz de Chihuailaf crece desde la distancia, anhelante de hacernos ver sus palabras: “El infinito posee el agua de las palabras y hay que hacerla fluir para que vaya puliendo esa roca dura, y ojalá la hagas transparente con tu vida. Así se me empezó a aparecer el azul del espíritu mapuche, el que se levanta antes del amanecer, con una luz que es anterior a los rayos de sol. En el círculo de la vida uno vive, forma familia, pero luego regresa al azul. Aquí es muy clara la Vía Láctea –el río que está en los cielos–, y uno percibe bien esa realidad”.
PULIR LA PIEDRA
No debe extrañar que el relato del azul, que llega al corazón mismo para transformar esa piedra bruta, le haya impresionado tanto; su nombre, Elicura, es “piedra pulimentada”.
Como si lo marcara un destino que no ha sido fácil de pulir desde la niñez de Cunco y el liceo de Temuco hasta la Universidad de Concepción para transformarse en obstetra. En medio, asomó y creció poderosa la palabra poética, que absorbió sin darse cuenta, alterando su vocación profesional. Hasta su apellido, Chihuailaf, parece el trozo de un poema: “neblina tendida sobre el lago”. Esa riqueza de su lengua llama la atención por lo diversa en distintas comunidades, pero, al preguntarle, responde que no hay deseos de establecer un canon: “En la zona norte, picunche, el habla es más dura y se dice mapudungo; aquí mapuzugún; allá, mujer es domo, aquí es zomo, más suave; y más al sur es somo, más suave todavía. También sucede eso con el castellano de Chile, no es igual en el norte y en el sur, pero no se reconoce su diversidad. En nuestro mundo nadie indica que “así no se dice”, nadie está arriba de un pedestal para decir cuál es más correcta. Solo son diferentes”.
Hay en Chihuailaf una suerte de humildad ante lo ancestral, sin urgencia por tratar de ser original, sin ansiedad por decirlo todo. Al contrario, en su poesía se lee una circularidad, en la que las palabras del ayer y del mañana se trenzan naturales. En su caso, con hebras de distintos orígenes.
—¿Qué poetas, de los más conocidos del canon nacional, le han resultado más cercanos?
—Tal vez, como soy hombre me llama la atención lo que hacen las mujeres; y como soy poeta, me interesa más leer a los narradores y narradoras. Por tener buena memoria tuve que recitar poemas en el liceo, pero no me hacían mucho sentido, aunque me gustara su sonoridad. Y en la familia me llegó la palabra a través de una tía poeta y cantora. En Temuco, la biblioteca municipal estaba a cargo de Carlos Sepúlveda, hombre de carácter difícil pero que se preocupaba por conocer los intereses de cada uno. Por entonces, yo leía narradores, pero también a la Mistral, Neruda, Pedro Prado. “Usted escoge buenos libros –me dijo–, eres buen lector y te gusta la narrativa, ¿quieres que te recomiende?”. Así conocí a Nicomedes Guzmán, a Manuel Rojas, a Coloane –que no llegaron a ser relevantes para mí– y a la mayoría de la generación del 50.
—¿Cómo es la experiencia bilingüe? ¿En qué lengua escribe primero?
—A veces pienso en castellano, otras en mapuzungún, a veces inicio en una y sigo en otra. La mirada es diferente, uno mira y luego vuelve a su casa, a su lugar, y lo hace con cierto sesgo, entonces el mismo tema se puede ver desde distintas perspectivas. Observas aspectos en los que no habías reparado, en mi caso entro en memorias, conversaciones de antepasados, a veces se despliega una conversación y sé que estoy hablando desde los antepasados, y uno agrega algo de su propia experiencia. También está el diálogo con la chilenidad, de repente aparece y se vuelve predominante, todo está ahí, todas las culturas que he aprendido a conocer, a amar, con amistades entrañables que he tenido y tengo, de otras culturas.
—Pareciera que de pronto hay un contingente importante de escritores de origen mapuche, cerca del centenar. ¿Son ciertas las circunstancias que han despertado esas vocaciones?
—Todo estuvo siempre ahí, pero no había oportunidades. Lo mejor de nuestras oralituras* está en nuestras comunidades, hay registros de sacerdotes católicos de siglos atrás, y eso no se ha perdido. En el siglo pasado surgió un periódico –Hagamos fuerza juntos fue su nombre en castellano–, que era pequeño, pero publicaba poesía, el único problema es que cada uno escribía según su parecer y no siempre era fácil de entender.
Recuerdo a Sebastián Queupul, por ejemplo, que publicó un hermoso texto en los años 60, “Ocho poemas en castellano”. También a Anselmo Quilaleo, autor de uno de nuestros alfabetos, todavía vigente. Mujeres también hubo y en 1977 se publicó un cuadernillo, pero todo era muy solitario, con mínima repercusión. En los 80 comenzó, poco a poco, a aparecer un número creciente de escritores, casi siempre al alero de asociaciones. Fue el caso mío desde La casa del conocimiento mapuche, de Temuco, que dirigía Rayén Reyén y el Centro de Estudios y Documentación Mapuche Liwén (Amanecer), desde donde estuvimos apoyando a varios creadores y creadoras.
DE VIOLENCIA Y TERNURA
Líder de su etnia, hace años que es un representante reconocido por su disposición al diálogo, figura frecuente en paneles y conversatorios.
—Usted vive en Cunco, una localidad tranquila, con bandera chilena y bandera mapuche en el municipio, con muchos emprendedores mapuches y no mapuches. ¿Cómo se comenta el panorama noticioso de las máquinas forestales quemadas, que parece tan ajeno?
—Hay dudas permanentes acerca de eso, no todo lo que se atribuye corresponde, hay montajes más frecuentes de lo que uno se habría imaginado. La crónica al respecto lo ha constatado, son burdos, además, por lo que se ha ido conociendo el trasfondo. Está el hecho, que Chile tiene que reconocer, de un territorio que fue ocupado militarmente. Se dice que el pueblo mapuche ejerce ahí una violencia que puede generar una respuesta violenta y no es así, la respuesta nuestra es ante la violencia de otros. Hay una violencia contra la naturaleza, cuando ella nos ha dado todo para poder sobrevivir, hay que ser hijos agradecidos, porque, ¿quién no se levanta cuando su madre es avasallada?
Volvamos a lo conceptual del principio; cuando decimos historia, de qué historia hablamos, o cuando se dice desarrollo en referencia a pinos y eucaliptus que secan el agua, es algo que tenemos que abordar. Claro que queremos desarrollo, pero con la naturaleza y no contra ella; y todos queremos la paz, pero, ¿cuánto hacen por ella?… Para terminar con la violencia, hay que terminar con la violencia… ¿Quieren ser ricos? Está bien, séanlo, pero no abusen. Yo he intentado dialogar, pero como el Estado de Chile entró a ocupar el territorio, es el mismo Estado el que tiene que terminar lo que inició.
Su voz es paciente, lenta, se adivina que es un discurso que se ha repetido más de una vez, en el que todavía asoma la esperanza: “Hay mucho que abordar. Se habla tanto de la salud del cuerpo pero, ¿y cómo está el espíritu?”.
—La palabra ternura es escasa hoy día, pero en su obra está muy presente. Incluso, dice que “nuestra lucha es por la ternura”. ¿Cómo la ve en esta época?
—Yo encuentro que hay una violencia que es permanente, de ahí que nuestra lucha sea por la ternura, la que todos poseemos, tal como la llave de la poesía, aunque algunos la escondan o le dan la espalda. Nosotros convocamos a la ternura en respuesta a la ternura que nos entrega el “padre-madre naturaleza”.
El camino urgente es el de resolver el problema de los conceptos, para hacer posible la conversación. Para el pueblo mapuche, sus grandes monumentos están en la palabra, pero se olvidaron de ella en el Estado chileno. Los parlamentos fueron paralelos a la lucha en la Colonia, se combatía, pero sabiendo que se debía ser capaz de oír al otro en toda circunstancia. ¿Cuándo va a ser el momento de asumir que instalaron el conflicto? Sentémonos a conversar, es un acto de subversión en el mejor sentido de la palabra. Todos queremos lo mejor para nuestros seres queridos. ¿Por qué no entre pueblos que compartimos el mismo territorio?
Sus palabras llegan ahora con claridad, aunque con un ligero eco. Como anticipando que pronto volverá un silencio a veces interrumpido por un viento o una flauta. Nos despedimos, imaginándolo ahí, a los pies de la cordillera del Huerere donde habita –en una casa azul– el primer poeta mapuche distinguido con el Premio Nacional de Literatura.