Patricia May “Vivimos un tiempo que no entendemos todavía”
Como antropóloga, interesada en las tradiciones de Oriente y Occidente, no se desanima ante el presente, aunque reconoce que en sociedades fragmentadas, y sin espacios para la reflexión, no es fácil que las personas se conecten con su interior, donde se hace visible lo que nos une más que lo que nos separa.
El primer conversatorio “Naturaleza y Cosmos”, organizado en octubre pasado por Revista Universitaria –disponible en revistauniversitaria.uc.cl– nos dejó con interés en seguir conversando con la destacada antropóloga Patricia May, hace años una presencia relevante en las ciencias sociales en Chile.
Habita una parcela de Colina, donde fue pionera hace décadas y en la que formó familia junto al pintor Sergio Sagües y sus tres hijos. Por temas de agenda optamos por comunicarnos por Zoom, pero el amplio ventanal tras ella permite que la pantalla se tiña de verde.
Estudió antropología, pero su inquietud la llevó en otras direcciones. Quería saber más del ser humano, de cómo evolucionó su conciencia y llegó a ser lo que es. Criada en un entorno profundamente católico, desde ahí se acercó a otras tradiciones espirituales –de la India, China, los sufís árabes, los mitos mesoamericanos–, lo que le permitió alcanzar una visión intercultural de nuestra especie. Y desde ahí empezamos a conversar.
—Los jóvenes orientales, con su tradición de búsqueda espiritual personal hacia el iluminarse, ahora demandan más política en las calles, toman posición ante los destinos de sus países. A la inversa, en Occidente pareciera que el avance es al revés, alejarse de la política para ir en busca de experiencias propias, hacia un sentido de la vida experimentado personalmente. ¿Crees que avanzamos hacia algún tipo de confluencia de las tradiciones o de diálogo entre ellas?
—Oriente y Occidente aportan diferentes caminos, allá desde una espiritualidad interior y Occidente más avanzado en la vida práctica, lo concreto. Se complementan como el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro, pero quizás desde los años 60 llegan yoguis a California y parten muchos viajeros occidentales a Oriente, empiezan a cruzarse con un Occidente activo desde la política y la economía, lo que va cambiando la realidad en China y la India.
Patricia imparte talleres hace años a personas interesadas en su desarrollo personal, por lo que ha sido testigo del proceso desde aquí: “Yo trabajo con personas inquietas, que sienten carencias espirituales y buscan conectarse con eso. Muchas han pasado por el taoísmo, el budismo y yo integro a Jesús, la mirada desde el camino místico e iniciático de los primeros cristianos, tradición que se perdió y que incluía prácticas como la meditación. Así es que esa orientación a la experiencia no es exclusiva de Oriente, está dentro de nuestra propia cultura y no es algo ajeno.
Aunque no faltan los buscadores de experiencias espirituales, reconoce que no es una tendencia masiva.
—El mundo secular intentó crear una ética apartada de la religión, como en la Revolución Francesa, una religión sin Dios, pero parece que no ha resultado. La crisis ética es muy visible…
—No es fácil formar valóricamente a personas que están en un mundo organizado por el yo, el ego, el pequeño grupo de “nosotros”, pero eso se está cayendo, el vivir lejos de la vida de los otros no resulta. Pero crear éticas, cosmovisiones, sin una experiencia, en medio del estrés y las carreras, sin espacio para los sentimientos, para el otro, para el altruismo, es difícil, más aún en una gran ciudad.
A su juicio, estamos padeciendo una enfermedad que proviene de un brutal desequilibrio entre los espacios para la producción y los espacios para la reflexión: “Puede parecer algo personal, que nos pasa a cada uno, pero es una enfermedad que va a lo relacional, a lo social y a lo político, al final es la sociedad la que transita hacia un sinsentido, con miles de whatsapps por hora, un estruendo que no deja conectarse con otros y que provoca inestabilidad y finalmente violencia”.
CHILE: UN LABORATORIO EXTREMO
Para la antropóloga, estamos mal en este mundo y con nosotros mismos. O, más bien, mal con nosotros y por lo tanto con el mundo: “Falta la educación del sí mismo, la experiencia de la vida interior, para poder avanzar hacia un mundo más amable, con silencios, prácticas y espacios para poder amar y amarnos. Hemos intentado de todo como cultura occidental, pero ha faltado eso, que es fundamental y que, como decía, está en el origen de lo cristiano”.
—Hace poco destinamos un dossier a la crisis de los partidos políticos y al auge de movimientos o causas que aportan lo suyo, pero no llegan a ofrecer grandes relatos, como los que en otros tiempos comprometían el interior de las personas en un proyecto que era colectivo: ¿Crees que podamos salir de este presente sin grandes relatos?
—Estamos transitando hacia un tiempo que no entendemos todavía. Hay redes que se conectan y autoorganizan, frente a políticos que son los más necesitados de paz porque viven de pasiones, egos, partidismos, sin conectarse con sus oscuridades personales. Todos necesitamos eso, pero ellos, por sus responsabilidades, más todavía. El escenario está cambiando y ellos no; los millenials, como generación, ya tienen otros códigos, trabajos informales, temporales, que anticipan un futuro distinto, que no conocemos, otra sociedad con otra educación a través de liderazgos surgidos de las redes.
Disciplinada, metódica, no quiere especular: “Lo que veo por ahora es que asoma una espiritualidad que no es idealista, sino una que concierne con la vida cotidiana, con los roles, con la familia, con otra clase de proyectos de vida, incluso con empresas con otros valores como las empresas B”.
—A propósito de las redes sociales, estas polarizan, enfrentan, radicalizan y dejan fluir lo irracional y lo emocional sin contenciones. ¿Cómo ves ese fenómeno que no favorece los espacios que mencionas de silencio y reflexión?
—Las redes tienen un lado maravilloso para conectarse como lo estamos haciendo ahora, para liberarnos y dejarnos más tiempo en teoría, pero eso no sucede; tienen un lado más oscuro. Predominan ahí el morbo, las emociones básicas y eso mismo explotan los medios, porque lo morboso vende más y por lo mismo consigue más publicidad, más dinero. Hay mucha gente que está viviendo y vibrando en esa sintonía, y la política y la economía son reflejo de eso, siempre muestran nuestro nivel de conciencia, por eso hay que buscar otras fuentes de poder interior, desde el trabajo personal y comunitario, para aprender a nutrirse de otras cosas y alejarse de las que provocan ansiedad, insatisfacción, soberbia… Así somos y eso se está reflejando en las redes sociales y en los medios.
—Tú haces docencia y talleres en ambientes y con personas muy distintas, incluso en cárceles: ¿Cómo ves a los chilenos en ese escenario, entre lo que circula y los que buscan algo distinto?
—He visto muchos cambios, empecé a los 23 o 24 años, cuando el conectarse con uno mismo, con lo trascendente desde la vida personal, era muy ocasional. Ahora es mucho más común y, lo que llama la atención, es que antes era un tema más de mujeres y ahora es transversal; aunque siempre se trata de minorías frente a lo que sucede a nivel masivo.
—La familia fue por siglos el lugar donde formar la relación de uno con otros, donde desarrollarse y ser contenido, donde uno se vinculaba a otros en todo sentido, desde los ancestros y hasta las futuras generaciones. ¿Qué piensas de su ausencia actual?
—En las culturas ancestrales se le daba mucha importancia al linaje, al que se debía honrar, la cadena de la que somos parte, y eso también ha cambiado mucho en Chile. ¡Es que somos un laboratorio extremo en todo! En pocas décadas hemos transitado por varios experimentos sociales, pasamos también por una focalización económica, con sus logros, pero eso no estuvo acompañado de una educación ética o ciudadana, dejando el espacio libre para el narcotráfico que es fruto de una cultura orientada a la producción, al éxito, al tener cosas, lo que genera frustraciones por lo que no se tiene, que incita a la delincuencia para lograr tener algo o tener más. La familia no ha tenido reemplazo en eso.
LA ERA DE ACUARIO
—Tú hablas de una época de cambios, de nuevos paradigmas, pero de eso se habla hace décadas. ¿Crees que se demoró más de lo que se imaginaba o que se desvió?
—(Sonríe) Yo vivo en la era de Acuario, así es mi vida, mis vínculos. Uno vive en el tiempo que quiere, el problema, el gran problema, es la idealización, no reconocer que en este mundo todo tiene claros y oscuros y que de uno depende dónde se sitúe. Hay muchas iniciativas y muchas personas trabajando y viviendo con una creatividad que ya asoma en todas las áreas, medicina, empresas, educación…
Pasea su mirada alrededor, como si hubiera estado esperando este momento: “Es como cuando cae un astro y se extinguen formas de vida, como sucedió al final del tiempo de los grandes reptiles y sobrevivieron los más pequeños y adaptables, como uno del tamaño de un ratón y que está en el origen de los mamíferos actuales. Lo nuevo ya existe, aunque por el caos de las transformaciones cueste verlo”.
Se reconoce discípula de Jesús y eso lo comparte, pero critica a las iglesias por su forma de transmitir la experiencia espiritual. Le preguntamos si también ve brotes de un mundo nuevo en ese ámbito:
—Hay grupos ortodoxos y dogmáticos, pero también búsquedas abiertas y dialogantes capaces de relacionarse con otras tradiciones, sin miedo, abriéndose ecuménicamente sin pedir permiso para dialogar con otras culturas.
Hace una pausa y toma aire antes de terminar.
—No todos están preparados para ser libres, para mirarse. La gran mayoría de las personas teme mirar hacia adentro por miedo o por ignorancia, y es cierto, está la fascinación por lo que hay de luminoso, pero adentro también hay oscuridad. Por eso es tan importante no idealizar, partir por aceptar que tenemos oscuridades, que lo que está afuera, de angustia y violencia, también lo tenemos adentro. Hay que evitar juzgar, como si uno no tuviera oscuridades. El que juzga, el que se pone en esa posición, es que no se conoce a sí mismo todavía.
Lo ve como indispensable para avanzar hacia una sociedad donde no impere la desconfianza: “Han surgido muchos movimientos, está bien, pero dejando una sociedad fragmentada que no logra todavía una síntesis, no hay aspectos que avancen hacia un camino común, no es fácil abandonar el apasionamiento y conectarse con la ecuanimidad interior para vernos más allá de las diferencias”.