• Revista Nº 167
  • Por Patricio Gross, Marcela Jiménez, Juan de Dios Ortúzar, Juan Eduardo Coeymans y Roberto Durán
  • Fotografías Familia Jiménez De La Jara

Protagónicas(os)

Mónica Jiménez de la Jara: vocera del dialogo

La exministra, asistente social de la Universidad Católica, estuvo a cargo de la cartera de Educación entre 2008 y 2010 y fue designada como embajadora de Chile ante el Vaticano en 2014. También integró la emblemática Comisión Rettig, que investigó las violaciones a los derechos humanos en dictadura. En la UC, su alma mater, se le recuerda como la principal impulsora de la Asociación de Académicos, entidad que se destacó por cultivar la tolerancia y la reflexión al interior de la institución. Su partida, en agosto de 2020, permitió relevar un legado de dedicación completa al servicio público y al país.

Mónica Jiménez de la Jara nació el 25 de diciembre de 1941 en la antigua Clínica Alemana de la calle Dávila, como regalo de Navidad. Eran tiempos difíciles, con el planeta remecido por la Segunda Guerra Mundial y su familia aún de luto por la trágica muerte de un hermano de su abuela, el año 38, en la masacre del Seguro Obrero. Eran señales de lo que ella enfrentaría más tarde en su vida adulta.

Asumió desde muy joven el rol protector de sus cinco hermanos. Fue una joven solidaria y carismática, sello que la caracterizó en su vocación de servicio como asistente social. En el colegio de las Monjas Alemanas de San Bernardo y, posteriormente, en el colegio de Santiago en Bellavista se desempeñaba como guaripola. Posteriormente, lideraría la compañía de guías y scouts, forjando su condición de dirigente. Más adelante e inspirada en los hermanitos de Charles de Foucauld, Mónica militó en la Acción Católica y descubrió la pobreza.

Aunque su padre quería que estudiara Derecho o Sociología, optó por Trabajo Social en la Universidad Católica (UC). Con esto “profesionalizaba su afán de servir”, determinado, a su vez, por ser la hermana y nieta mayor, siempre demandada, y por un padre carismático que se entregó a las difíciles tareas de la salud pública cuando el país tenía una de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo. Con su sweater verde de cuello subido y su pollera negra se destacó rápidamente. Así, postuló como candidata a la Unión de Federaciones de Universidades de Chile (UFUCH) y obtuvo una alta votación en los escrutinios de la UC.

En la década de los 70, su familia –formada por el matrimonio de Óscar Jiménez y Eliana de la Jara– vivió duros momentos en la dividida sociedad chilena. Mónica y algunos de sus hermanos eran partidarios de Radomiro Tomic, quien en esos momentos aspiraba a la presidencia de Chile, y admiraban profundamente al Presidente Frei Montalva. En cambio, su padre fue un gran amigo de Salvador Allende y, posteriormente, fue designado su ministro de Salud.

Más tarde, junto a Juan Barros y sus cinco hijos formaron una nueva familia. Hasta el Golpe de Estado de septiembre de 1973, Mónica continuaba trabajando en la Escuela de Trabajo Social de la UC, donde vivió situaciones complejas para proteger a profesores y alumnos, y también resguardar la reciente profesionalización de su escuela.

 

DIÁLOGO ENTRE RAZÓN Y FE

“Esperamos que se haga justicia plena en relación con quienes han desaparecido, los que han sido asesinados, maltratados e incluso degollados. No es suficiente afirmar que la justicia tarda, pero llega. La justicia que no se ejerce cuando corresponde, ya es injusta, deteriora la convivencia social y no responde a los requerimientos de los afectados”.

Este discurso fue pronunciado por Mónica Jiménez, con ocasión de un simposio realizado en 1986, mientras presidía la Comisión Justicia y Paz de los Obispos de Chile. Desde ese lugar ella jugó un importante papel en el retorno a la democracia. Por otra parte, ante el desgaste nacional e internacional de la dictadura, se incorporó al Comité por las Elecciones Libres, antesala del plebiscito que diría “No” al régimen militar. Este fue un comité de “personalidades” donde Mónica compartió responsabilidades con otros protagonistas del acontecer nacional como Nemesio Antúnez, Sergio Molina y Ricardo Lagos. Otra de las instituciones donde participó activamente en este período fue la Asamblea de la Civilidad, agrupación multigremial que proponía la movilización social como una forma de presión para lograr el retorno a la democracia, constituyéndose en un espacio en el que confluyeron fuerzas políticas y diversos actores de la sociedad civil.

El éxito alcanzado con la cooperación ciudadana en ese hito histórico que fue el plebiscito de 1988 motivó a quienes habían colaborado a crear una organización para continuar la labor. La idea era estimular la participación no solo en el ámbito electoral, sino también en otras dimensiones de la vida. Así nació la Corporación Participa, entidad sin fines de lucro con un directorio compuesto por personalidades que representaban un amplio espectro de las corrientes políticas que habían forjado la recuperación de la democracia.

En forma paralela a estas actividades, y también en la década de los 80, Mónica Jiménez -directora de la Escuela de Trabajo Social en 1965- junto a un grupo de profesores e investigadores de distintas facultades fundó la Asociación de Académicos de la Universidad Católica. Su objetivo era fomentar el diálogo transversal entre distintas disciplinas, en una universidad que estaba organizada en forma excesivamente vertical y defender a los profesores ante posibles abusos por parte de la autoridad. En la UC habían ocurrido diversas situaciones de abuso en los primeros años de la dictadura, con despidos de profesores y cierres de unidades que se percibían como una potencial amenaza al orden establecido.

Mónica no fue solo una de las fundadoras, sino que además su primera presidenta. Sus intervenciones concordaban plenamente con lo que debía ser una universidad de Iglesia, que no solo fomentara el rigor y el espíritu crítico en docencia e investigación, sino también el diálogo entre fe y razón, contribuyendo a la reflexión sobre las preguntas fundamentales del ser humano. Se entendía que la Universidad Católica tenía un deber de servicio hacia las personas más desposeídas, a través de las actividades que le son propias; esto incluía investigaciones centradas en las problemáticas de países menos desarrollados y docencia de pregrado y postgrado dedicada a formar profesionales integrales, tanto del país como del extranjero, privilegiando a las naciones menos desarrollados de la región.

La Asociación de Académicos se proponía vigilar que la universidad no se desviara de este rol y, a la vez, plantar la semilla del diálogo interdisciplinario. De hecho, por su iniciativa se visitó al Cardenal Silva Henríquez, quien estimuló y dio su aprobación a las propuestas y actividades de la asociación. El liderazgo de Mónica fue fundamental para que el organismo creciera y llegara a tener más de 500 miembros. Pero lo más valioso fue que la amplia mayoría tenía una visión compartida de lo que debía ser una universidad católica.

 

EL VÍNCULO ENTRE PROFESORES Y ESTUDIANTES

En 1985, la FEUC encabezada por Tomás Jocelyn-Holt promovió una relación más estrecha con los académicos. En marzo de ese año, los estudiantes solicitaron que los docentes marcharan junto con ellos al interior del campus San Joaquín en protesta por el caso degollados (Guerrero, Parada y Nattino), lo que fue aceptado bajo el compromiso de que los manifestantes no salieran del perímetro del campus. El rol que jugó Mónica Jiménez fue nuevamente fundamental para que no hubiera violencia cuando, megáfono en mano, advirtió a los estudiantes que los profesores (casi todos de la asociación) que acompañaban la marcha se retirarían si los alumnos no cumplían lo solicitado. Existía un gran riesgo de que se desatara violencia y represión, ya que el gobierno había dispuesto un gran número de carabineros en la calzada poniente de Vicuña Mackenna.

En un momento álgido, Mónica decidió cruzar la avenida y parlamentar con los carabineros, logrando que se aceptara que la marcha saliera pacíficamente del perímetro del campus, sin obstaculizar el tránsito; así, se avanzó hasta la entrada de Benito Rebolledo sin lamentar incidentes.

Un avance importante en la participación de los profesores en los problemas de la universidad fue la elección, en 1985, de cuatro representantes de académicos al Consejo Superior UC; entre estos, se logró elegir a Juan Eduardo Coeymans de Economía y Ernesto Livacic de Letras, que eran activos miembros de la Asociación de Académicos. Mónica tuvo un rol importante, no solo como una de las dos electoras de Ciencias Sociales, sino por su influencia en la selección de los candidatos.

La entidad también jugó un papel relevante en las elecciones para rector de la universidad, ya que todas las facultades tenían miembros entre sus profesores. En tiempos en que no existía Whatsapp ni correo electrónico, la comunicación entre los miembros era esencialmente a través de reuniones o por teléfono, pero esta coordinación permitió mantener durante muchos años dos consejeros superiores miembros de la asociación y, muy importante, elegir durante tres períodos a un asociado como miembro de la Comisión de Búsqueda del rector.

A fines de los noventa, cuando Mónica ya había emprendido otros rumbos laborales, la asociación continuó reuniéndose; posiblemente el término de la dictadura hizo bajar el ímpetu inicial de una gesta que se había percibido como lindando lo peligroso. A pesar de ello, y gracias a los profesores representantes de los académicos en el Consejo Superior, quienes también eran miembros de la asociación, se entregaba importante información sobre el devenir de la universidad y se analizaba su situación general.

Hubo muchos otros episodios que el espacio no permite relatar. Sin embargo, la cercanía con Mónica deja el recuerdo de una mujer valiente, de fuerte pero dialogante liderazgo, claras convicciones valóricas, un gran equilibrio y profundo respeto por los que pensaban distinto (lo que hoy se echa tanto de menos), y que practicaba continuamente su fe. Líderes ponderados y dialogantes como ella permitirían hoy llegar a acuerdos fundamentales sobre Chile, como los que hubo en los noventa y principios del primer decenio de los 2000, que impulsaron un desarrollo económico y social admirable de nuestro país.

 

EL MUSICAL “JARRO DE AGUA”

Iniciada la transición hacia la democracia son otros los intereses que la motivaron, por lo que aceptó asumir la rectoría de la Universidad Católica de Temuco, que le ofreció el obispo Manuel Camilo Vial, imprimiéndole a esa entidad aires modernizadores en materia de gestión. Además, Mónica se integró a la Comisión de Verdad y Reconciliación, donde, junto a profesionales como Laura Novoa, Jorge Correa y Gonzalo Vial, y liderados por el abogado Raúl Rettig, se desentrañaba el crudo pasado reciente, dando como resultado el famoso Informe Rettig.

Varios años después, la Presidenta Michelle Bachelet la invitó a formar parte de su gabinete entregándole la cartera de Educación. Inició su gestión con un sonoro y musical “jarro de agua”, imagen que dio la vuelta al mundo, para después enfrentar duras y motivadoras tareas como la Ley General y la Subvención Escolar Preferencial. Una vez que dejó el ministerio en 2010, la inquietud de Mónica por el perfeccionamiento de la Educación Superior la condujo a liderar el Foro Aequalis, en donde desempeñó interesantes desafíos.

Cuatro años más tarde, cuando Michelle Bachelet fue elegida para su segundo mandato, y seguramente como un reconocimiento a su trayectoria y cercanía con la Iglesia Católica, la presidenta la honró con la distinción de ser la primera mujer embajadora de Chile ante la Santa Sede. En ese período destacó su preocupación por la débil o ausente presencia de la mujer en la Iglesia, lo que junto a la Universidad Antoniana la llevó a organizar un comentado seminario.

Por último, y “haciendo el camino inverso al que hiciera San Pedro”, se dirigió a Israel, donde también se desempeñó como embajadora. Allá se le diagnosticó el cáncer de pulmón que terminó con su vida: “Aunque es imposible volver atrás, siento mis cuentas reparadas, y soy capaz de entender que esa fue la vida que me tocó vivir y que elegí por diferentes razones. Poco a poco nos hemos ido sanando y teniendo espacios para expresarnos el amor y los verdaderos sentimientos que tuvimos en los distintos momentos de nuestra historia. En este tiempo de enfermedad, he podido gozar a mis hijos y nietos y ellos han sido mensajeros de paz y amor. Para los que tengan penas parecidas les puedo decir que el tiempo es un gran aliado y que Jesús es el mejor compañero”.