La conCiencia verde de Fabián Jaksic
El Premio Nacional de Ciencias Naturales 2018 está más empoderado. El primer ecólogo en ser distinguido con este galardón afirma que ahora ha comenzado su carrera de comunicador. Sabe la oportunidad y responsabilidad que significa y por eso participará y opinará donde lo llamen. Profundiza también en las raíces de la crisis ambiental de Quintero, que es solo una muestra de otras varias “zonas de sacrificio” que tiene el país. Y es que “tenemos la calidad ambiental que podemos pagar”. A pesar de ello, es optimista y apuesta por que en 20 años más Santiago esté libre de contaminación.
Cuando recibió el llamado de la Ministra de Educación, Marcela Cubillos, que le comunicaba que se había ganado el Premio Nacional de Ciencias Naturales 2018, Fabián Jaksic estaba regando el pasto de su jardín. Justo en ese momento cotidiano de conexión con la naturaleza, enclavado en el paisaje urbano de Santiago, obtuvo el anuncio que llegó a coronar más de 40 años de investigación al servicio de los ecosistemas, los seres vivos y el medio ambiente.
El niño de Punta Arenas, que a los 8 años era un avezado coleccionista, se regocijaba en su interior. La ciencia comenzó en él como un acto de exploración que se revelaba al encierro de las cuatro paredes de una casa. Sin teléfono y televisión, en un pequeño país del sur del mundo, y en la región más austral del mundo, Fabián quería relacionarse con el exterior y con el conocimiento.
Por eso juntaba insectos, piedras o estampillas. Pero lo más importante es que los ordenaba y catalogaba, los estudiaba y revisaba en sus libros. De manera inconsciente ejercía el ABC de la investigación.
Es lo mismo que sigue haciendo hoy a sus 66 años.
Fabián Jaksic es licenciado en Biología de la Universidad de Chile; doctor en Zoología por la Universidad de California-Berkeley y ecólogo senior certificado por la Sociedad Ecológica Norteamericana. Además, es profesor titular del departamento de Ecología, de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC.
Bajo su liderazgo se creó en la universidad el Centro de Estudios Avanzados de Ecología y Biodiversidad (Caseb), actualmente Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (Capes), que ha aglutinado a más de cien investigadores dedicados al impacto del cambio global sobre la biodiversidad. Jaksic es el primer ecólogo en recibir un Premio Nacional. Un hito para esta disciplina, por lo que entiende que es el momento de compartir sus conocimientos con la sociedad. Es el momento de que autoridades y ciudadanos lo escuchen.
LA CORRIENTE DE JAKSIC
Durante su infancia fue scout por muchos años. Esta actividad le permitió perfeccionarse en las técnicas de acampar y sobrevivir al aire libre, labor que también aplicaría después en su vida profesional.
A los 13 años se trasladó con su familia (padre, madre y su hermano Iván) a una parcela en Santiago, en la comuna de La Florida. En este nuevo contexto se fascinó con el ecosistema que pudo conocer:
—Ahí aprendí mucho de plantas y animales que no había visto jamás en mi vida. Era una golosina. Imagínese en Punta Arenas por el frío no había anfibios, ni culebras, ni lagartijas. Entonces, ver ranas y escuchar cantar a los sapos, ¡era espectacular!
Pero antes de definir y conocer su vocación por completo, el joven Fabián estudió en una escuela industrial donde selló su primera ocupación: electricista. Así, entre herramientas, cables y aparatos de diversa índole, durante mucho tiempo pudo financiar sus estudios desarrollando instalaciones eléctricas y arreglando desperfectos. Luego pudo dedicarse a su verdadera obsesión: los seres vivos y sus ecosistemas.
Primero ingresó a Medicina Veterinaria en la Universidad de Chile, pero rápidamente reparó que sus ansias de conocimiento no se acotaban a los grandes mamíferos. Él quería clasificar.
Así llegó a Licenciatura en Biología.
BICHOS RAROS
—¿En qué minuto se comenzó a especializar en el área de la Ecología, una disciplina que no se había desarrollado en Chile?
—A comienzos de la década de los 70, la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile se centraba más bien en biofísica, bioquímica, fisiología y biología celular también con Humberto Maturana. Yo estoy hablando de los tiempos en que ni siquiera existía la biología molecular.
Yo tenía un grupo de siete amigos: José Yáñez, Juan Armesto, Julio Gutiérrez, Luis Contreras, Doris Soto, Patricio Ojeda y yo. Con ellos nos comenzamos a interiorizar en las temáticas de la Ecología. Pero todo el mundo en la facultad nos miraba como bichos raros, se reían de nosotros y decían que éramos como guardabosques, porque estábamos preocupados del animalito, de la plantita. Y lo que hacíamos era hacer seminarios, y presentarnos materias de ecología unos a los otros. Incluso sacamos unos boletines impresos. En aquellos tiempos se imprimían en stencil, es para la risa, e hicimos buenas cosas siendo estudiantes.
—Fueron una generación muy fundacional en ese sentido.
—Nosotros éramos la tercera promoción de la Licenciatura en Biología. No teníamos referentes. Por eso, cuando salimos de la universidad todos tuvimos que ir a hacer nuestros doctorados al extranjero. Y yo fui el primero que volvió el año 82.
LA IMPORTANCIA DE LOS ROLES
El 19 de diciembre de 2018, vestido de terno azul marino y una corbata verde como su disciplina, Fabián Jaksic Andrade recibió el Premio Nacional de manos del Presidente Sebastián Piñera y de la ministra de Educación, Marcela Cubillos. Tras recibir el galardón, pronunció un discurso escrito a mano, contenido en cinco hojas de papel amarillo.
Con voz emocionada agradeció a su familia: sus padres (ambos fallecidos), su hermano Iván, su esposa Marisela y sus tres hijos Danae, Milena y Gabriel. También valoró el apoyo de diversas instituciones durante su carrera, entre ellas la Universidad Católica. Además, felicitó la nueva institucionalidad científica: “Aprovechando esta tribuna, reconozco la labor de dos gobiernos consecutivos, que finalmente permitió que se concretara la reciente creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Hago votos por el éxito de Andrés Couve y Carolina Torrealba y ofrezco mi desinteresada colaboración”, fueron sus palabras para cerrar su intervención que recibió numerosos aplausos.
Su formación se inició en la Universidad de Chile, pero luego su trayectoria académica de más de 40 años se desarrolló en la Universidad Católica, donde llegó a hacer clases como ayudante de docencia en 1976.
En esta institución reconoce a varios maestros, entre ellos Patricio Sánchez y el decano Renato Albertini y a sus compañeros de disciplina Juan Carlos Castilla, Bernabé Santelices, Eduardo Fuentes y Gloria Montenegro.
—¿Cuáles son las líneas de investigación que lo han apasionado durante su trayectoria?
—En mi carrera académica me he dedicado esencialmente a cinco grandes temas. Todos ellos concatenados. El primero en el cual hice contribuciones importantes en Chile fue en clasificar toda la fauna de vertebrados y escribir el libro Ecología de los vertebrados de Chile. Lo que vino a continuación fue el estudio de las interacciones entre especies que desarrollan más o menos el mismo papel dentro de las comunidades ecológicas. Por ejemplo, saber cómo se organizan las comunidades de aves rapaces y los carnívoros para evitar la competencia entre ellas, usando más o menos la misma base de recursos.
Después, durante diez años investigué el Fenómeno de El Niño, que había sido muy poco estudiado y hoy sabemos causa tremendos impactos en la organización de las comunidades y de los ecosistemas, tanto terrestres como marinos. Posteriormente, surgió mi interés por las especies exóticas invasoras. Y la quinta línea de investigación, que me tiene ocupado actualmente, es determinar cuál es el papel funcional de las especies en la biodiversidad; es decir, sabemos que en Chile hay 37.000 especies, desde bacterias para arriba. Pero hay muchos menos roles funcionales.
—¿Y cuál es el desafío más importante en esta última línea de investigación?
—Tiene que ver con cómo proteger la biodiversidad desde el punto de vista ecosistémico, no de la taxonomía (categorización). Esa no es la forma de enfrentarlo. Por ejemplo, uno podría decir “los murciélagos son todos idénticos”. Todos vuelan, ven poco, todos son nocturnos, pero, ¿qué es lo que hacen en la naturaleza? Hay murciélagos que comen polillas, hay murciélagos que chupan sangre, hay murciélagos que polinizan flores; por lo tanto, “murciélago” no me sirve. Tiene que ser murciélago nectarívoro, murciélago insectívoro, de acuerdo a su rol. Por eso, la legislación está equivocada, lo que hace es proteger especies basadas en su taxonomía, su distribución geográfica y abundancia. Lo que a nosotros debiera preocuparnos es qué rol desempeña.
Ecólogo y ecologías.
El texto de Ediciones UC, escrito por Fabián Jaksic y Pablo Camus, aborda la historia de la Ecología en la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC, la primera unidad académica del país que asumió institucionalmente el cultivo de la disciplina como actividad conducente a una especialización doctoral. También cuenta con entrevistas que reflexionan sobre la construcción de esta rama del saber desde Renato Albertini, Francesco di Castri, Patricio Sánchez, Jochen Kummerow y Ernst Hajek; hasta los premios nacionales de Ciencias Nibaldo Bahamonde, Juan Carlos Castilla y Bernabé Santelices.
“MI CARRERA COMO COMUNICADOR ESTÁ EMPEZANDO”
Durante la sesión de fotos de esta entrevista visitamos el cerro San Cristóbal. Al internarnos en el parque, el profesor observa con asombro la costanera norte y el entorno de edificaciones que la rodea. “Parece Estados Unidos”, comenta asombrado del desarrollo urbano que ha logrado esta ciudad, mientras ascendemos por uno de los puntos verdes de Santiago. Durante muchos años se internaba por días y semanas en terreno para desarrollar sus investigaciones. Por lo mismo, la selva de cemento no deja de sorprenderlo.
—Ahora con la obtención del Premio Nacional ¿hay mayores posibilidades de ser escuchado? ¿Cómo enfrenta este escenario?
—Mi carrera como comunicador está empezando (ríe). Y mi carrera como académico está terminando, aunque uno nunca deja de ser profesor. O sea, yo sé que, a partir de ahora, donde me llamen para discutir voy a ir preparado, porque hace falta que los científicos se involucren en la generación de leyes que protejan el medio ambiente y la biodiversidad. Si no lo hacemos nosotros, dígame quién lo va a hacer.
La gracia que tiene el científico es que cuando discute algo entiende cómo se generó el conocimiento. No es lo mismo leer un libro, ni bajar un artículo de Wikipedia y ponerlo como norma.
—Y ahí radica también la importancia de ser el primer ecólogo con esta distinción.
—Desde siempre la Universidad Católica me dio la oportunidad de dedicarme no solo a la academia. A mí me tocó participar durante varios años en la elaboración de la Ley Sobre Bases Generales del Medio Ambiente. Después de eso, me involucré en la elaboración de la ley que la modifica; y ahora estoy participando en la norma que crea el Servicio de Biodiversidad y otra que crea el Servicio Nacional Forestal.
—Respecto del concepto de “zonas de sacrificio”, que después de la última crisis de Quintero se ha hecho tan conocido, ¿qué es lo que estamos haciendo mal como sociedad?
—Al lado de cualquier gran ciudad en Chile hay una zona de sacrificio. En alguna parte hay que meter la basura, los desechos, las emisiones, los efluentes; los sólidos ¿Dónde los vamos a poner? Decidamos.
—En ese sentido, en Chile falta transparentar esa situación.
—En este país no hay planificación territorial donde uno diga: “Aquí vamos a concentrar todos los desechos, acá vamos a dejar completamente limpio o este lugar solamente será habitacional”. Recién ahora estamos empezando.
Cada ciudadano produce 1.000 gramos de basura todos los días; o sea, son 30 kilos al mes. ¿Dónde van los 30 kilos de cada ciudadano? A un hoyo o un vertedero. Con suerte a un relleno sanitario. En el momento en que uno elige una determinada comuna para dejar un basural eso ya es un punto de atracción para que se instalen otras industrias sucias. Técnicamente tiene sentido concentrar las industrias sucias y no dispersarlas. Hay industrias que, por lo demás, necesariamente tienen que estar al lado del mar. Por ejemplo, todo lo que es termoeléctrico, porque el agua de mar se usa para enfriar las calderas. El traslado de carbón y de petróleo en Chile no se hace por tierra, se hace por barco; por lo tanto, tiene que estar cerca de un puerto.
—Entonces, ¿cuál es la salida frente a esto? ¿Cómo impedir que estas zonas de sacrificio sean habitacionales también como Puchuncaví?
—Es una locura. O sea, ¡cómo diablos permitieron que existiera! La primera empresa que se instaló en Quintero es la refinería de la Empresa Nacional de Minería, que en 1964 tenía otro nombre. Esta era una zona agrícola, famosa por sus cultivos de arvejas y lentejas. Y empezó a generar lluvia ácida que acabó con toda la actividad agrícola a la que muy poca gente se dedicaba. En tanto que la planta contrataba 600 puestos de trabajo. Entonces claro, después de eso se dice: “¿A dónde se instala esta gente? Bueno, hagamos casas sociales cerca. Y ahora que tenemos casas y niños, ¡hay que hacer una escuela!”.
—O sea, solo había un criterio económico.
—Y así llegaron a 18 industrias, todas contaminantes, y la gente se iba a vivir para allá por las casas sociales y porque quieren estar cerca de la escuela, del supermercado, de la caleta y del lugar de trabajo, por supuesto.
—Lo curioso es que todas estas industrias están en el marco de la legalidad. ¿Cómo se entiende que son legales a pesar de que están contaminando?
—Es que hay que entender que Chile es un Estado de Derecho y que las leyes no son retroactivas. Por lo tanto, si usted instaló una planta el año 1964 nadie puede venir a decirle: “Oiga, usted está contaminando”. “Pero tengo permiso desde el año 1964, en aquellos tiempos no había norma de calidad de aire, qué quiere que haga”. Y para llevarlo a un término bien concreto: hasta el año 1994 no había una Ley Sobre Bases Generales del Medio Ambiente; por lo tanto, ninguna empresa tenía por qué hacer ningún estudio de impacto ambiental.
—¿Qué se puede hacer entonces para regular el funcionamiento de las industrias?
—El tema es llevar las concentraciones de contaminantes a un nivel en que la morbilidad y la mortalidad de los seres humanos no sea excesiva.
—Que el ser humano no esté en riesgo, claro.
—Riesgo cero no existe. El solo hecho de que nosotros estemos aquí respirando el aire de Santiago nos ha quitado un año y medio de nuestra expectativa de vida, ¿a quién le vamos a meter juicio? “Y si usted estaba consciente de que el aire de esta ciudad lo estaba matando, ¿por qué no se fue a vivir a otra parte? Porque en Santiago está la pega”. Bueno, eso es lo mismo que dicen los de Puchuncaví. Entonces por qué me reclaman de que están contaminados, ¿es porque la pega es más importante que la calidad de vida? Y es que sin pega no hay calidad de vida.
—Pero puede ser que haya desconocimiento también del nivel de daño producido.
—Hay mucha ignorancia. En mis clases trato de transmitir esto: nosotros no tenemos la calidad ambiental que merecemos, tenemos la calidad ambiental que podemos pagar. Somos un país chico. Con un PIB que está cerca de los 22.000 dólares. No somos desarrollados. Podríamos tener normas de calidad de todo mucho más estrictas, pero con eso se paralizarían las empresas, entonces nos vamos a morir de hambre en un ambiente muy limpio.
La vida es así de simple y esto es así de drástico.
—¿Usted se considera un optimista en el ámbito de la ecología?
—Yo soy muy optimista y también soy realista; o sea, creo que nosotros como especie humana no nos vamos a suicidar en masa. Nos estamos dando cuenta de que somos muchos, que no podemos seguir explotando los recursos naturales tal como lo estamos haciendo, y sabemos que hay alternativas con menos daño al ambiente. Por ejemplo, lo que estamos haciendo en concreto es eliminar todos los motores de combustión interna que usan gasolina o petróleo y reemplazarlos por los eléctricos… Eso viene; o sea, de aquí a 20 años más en Santiago no vamos a tener problemas de contaminación del aire, porque todo se va a movilizar a través de automóviles eléctricos.
—Es muy positivo escucharlo viniendo de usted.
—¡Claro! para allá vamos.
—Respecto del concepto de “zonas de sacrificio”, que después de la última crisis de Quintero se ha hecho tan conocido, ¿qué es lo que estamos haciendo mal como sociedad?
—Al lado de cualquier gran ciudad en Chile hay una zona de sacrificio. En alguna parte hay que meter la basura, los desechos, las emisiones, los efluentes; los sólidos ¿Dónde los vamos a poner? Decidamos.
—En ese sentido, en Chile falta transparentar esa situación.
—En este país no hay planificación territorial donde uno diga: “Aquí vamos a concentrar todos los desechos, acá vamos a dejar completamente limpio o este lugar solamente será habitacional”. Recién ahora estamos empezando.
Cada ciudadano produce 1.000 gramos de basura todos los días; o sea, son 30 kilos al mes. ¿Dónde van los 30 kilos de cada ciudadano? A un hoyo o un vertedero. Con suerte a un relleno sanitario. En el momento en que uno elige una determinada comuna para dejar un basural eso ya es un punto de atracción para que se instalen otras industrias sucias. Técnicamente tiene sentido concentrar las industrias sucias y no dispersarlas. Hay industrias que, por lo demás, necesariamente tienen que estar al lado del mar. Por ejemplo, todo lo que es termoeléctrico, porque el agua de mar se usa para enfriar las calderas. El traslado de carbón y de petróleo en Chile no se hace por tierra, se hace por barco; por lo tanto, tiene que estar cerca de un puerto.
—Entonces, ¿cuál es la salida frente a esto? ¿Cómo impedir que estas zonas de sacrificio sean habitacionales también como Puchuncaví?
—Es una locura. O sea, ¡cómo diablos permitieron que existiera! La primera empresa que se instaló en Quintero es la refinería de la Empresa Nacional de Minería, que en 1964 tenía otro nombre. Esta era una zona agrícola, famosa por sus cultivos de arvejas y lentejas. Y empezó a generar lluvia ácida que acabó con toda la actividad agrícola a la que muy poca gente se dedicaba. En tanto que la planta contrataba 600 puestos de trabajo. Entonces claro, después de eso se dice: “¿A dónde se instala esta gente? Bueno, hagamos casas sociales cerca. Y ahora que tenemos casas y niños, ¡hay que hacer una escuela!”.
—O sea, solo había un criterio económico.
—Y así llegaron a 18 industrias, todas contaminantes, y la gente se iba a vivir para allá por las casas sociales y porque quieren estar cerca de la escuela, del supermercado, de la caleta y del lugar de trabajo, por supuesto.
—Lo curioso es que todas estas industrias están en el marco de la legalidad. ¿Cómo se entiende que son legales a pesar de que están contaminando?
—Es que hay que entender que Chile es un Estado de Derecho y que las leyes no son retroactivas. Por lo tanto, si usted instaló una planta el año 1964 nadie puede venir a decirle: “Oiga, usted está contaminando”. “Pero tengo permiso desde el año 1964, en aquellos tiempos no había norma de calidad de aire, qué quiere que haga”. Y para llevarlo a un término bien concreto: hasta el año 1994 no había una Ley Sobre Bases Generales del Medio Ambiente; por lo tanto, ninguna empresa tenía por qué hacer ningún estudio de impacto ambiental.
—¿Qué se puede hacer entonces para regular el funcionamiento de las industrias?
—El tema es llevar las concentraciones de contaminantes a un nivel en que la morbilidad y la mortalidad de los seres humanos no sea excesiva.
—Que el ser humano no esté en riesgo, claro.
—Riesgo cero no existe. El solo hecho de que nosotros estemos aquí respirando el aire de Santiago nos ha quitado un año y medio de nuestra expectativa de vida, ¿a quién le vamos a meter juicio? “Y si usted estaba consciente de que el aire de esta ciudad lo estaba matando, ¿por qué no se fue a vivir a otra parte? Porque en Santiago está la pega”. Bueno, eso es lo mismo que dicen los de Puchuncaví. Entonces por qué me reclaman de que están contaminados, ¿es porque la pega es más importante que la calidad de vida? Y es que sin pega no hay calidad de vida.
—Pero puede ser que haya desconocimiento también del nivel de daño producido.
—Hay mucha ignorancia. En mis clases trato de transmitir esto: nosotros no tenemos la calidad ambiental que merecemos, tenemos la calidad ambiental que podemos pagar. Somos un país chico. Con un PIB que está cerca de los 22.000 dólares. No somos desarrollados. Podríamos tener normas de calidad de todo mucho más estrictas, pero con eso se paralizarían las empresas, entonces nos vamos a morir de hambre en un ambiente muy limpio.
La vida es así de simple y esto es así de drástico.
—¿Usted se considera un optimista en el ámbito de la ecología?
—Yo soy muy optimista y también soy realista; o sea, creo que nosotros como especie humana no nos vamos a suicidar en masa. Nos estamos dando cuenta de que somos muchos, que no podemos seguir explotando los recursos naturales tal como lo estamos haciendo, y sabemos que hay alternativas con menos daño al ambiente. Por ejemplo, lo que estamos haciendo en concreto es eliminar todos los motores de combustión interna que usan gasolina o petróleo y reemplazarlos por los eléctricos… Eso viene; o sea, de aquí a 20 años más en Santiago no vamos a tener problemas de contaminación del aire, porque todo se va a movilizar a través de automóviles eléctricos.
—Es muy positivo escucharlo viniendo de usted.
—¡Claro! para allá vamos.